Camino A Casa. En ti encontré mi hogar

CAPITULO 78

Esa mirada fue un golpe mortal a mi corazón. Gerardo no me miraba como a su esposa, yo era una desconocida que se topó de casualidad con él rumbo a su habitación. En sus bellos ojos dorados no existía la prepotencia de Sandra, solo la frialdad de quien está obligado a no comprometer sus emociones para gobernar con justica. Eso nos lo habían enseñado en una clase de historia. El rey nunca entrega su corazón abiertamente. Gerardo sería rey. El hombre con quien me había casado en el nuevo continente ya no existía, no había destellos al mirarme, no afloró su habitual sonrisa pícara. El escozor en los ojos empañó mi vista, por lo cual me obligué a bajar la mirada.

- No mi señor príncipe, no intenté escapar, por el contrario, le debo la vida a la general, quien me rescató de una muerte segura en la frontera donde me encontró abandonada entre los escombros. Fui asignada a la torre porque inicié apenas hace un mes y ya todos los dormitorios estaban asignados. Por eso, como usted pudo observar, no entreno igual que las demás estudiantes.

- Entiendo.

- ¿Puedo retirarme? – necesitaba hacerlo o estallaría en llanto delante de él.

- Esta biblioteca es el único lugar, después de mis habitaciones, donde me puedo apartar de tus compañeras, ¿te comportarás igual que ellas? – entendí perfectamente la insinuación de no molestar.

- Yo no correteo hombre alguno – dije levantando la mirada – soy de las que deben ser conquistadas, no de las que conquistan.

Y así, estúpidamente triunfal empecé a subir las escaleras, primero con paso digno y luego corriendo como una loca adolorida. Entré en mi torre derrumbándome junto a la puerta. Lloré, dejé que el torrente de lágrimas saltara no de mis ojos anegados, sino de mi pecho dolido. Sandra me borró de la mente y del corazón de Gerardo. El dolor iba en aumento, cada fibra de mi ser dolía pues empezaba a recordar detalles: la primera invitación a comer helado con la excusa de una camisa, la beca, llevarme a la iglesia, la integración en la playa, el beso que le robé, su defensa contra el turista, el recuerdo de nuestra boda, de nuestra mutua primera vez. Sus caricias por toda mi piel, sus besos incansables durante la luna de miel.

Cada recuerdo dolía hasta la tormenta. Mi esposo, el anillo en el fondo de la caja, el diamante de fuego que me recordaba sus ojos, su promesa de amarme por siempre. Todo dolía, un ardor interminable me embargaba. Mi familia, mis sobrinos. Todo recuerdo se convirtió en la certeza de una absoluta perdida. Sandra me lo había arrebatado todo. Hasta mi nombre.

Saqué fuerzas para caminar hasta el baño, luego me dormí con las habituales pesadillas del bendito avión y la mano que no pude aferrar.

Temprano bajé para intentar interceptar a Carly antes de desayunar. Corriendo por las escaleras con la mochila en la mano, doble pasillos, girando hacia el comedor me tropecé con Gerardo, el golpe contra su pecho me tiró al piso sobre mis posaderas. El dolor del golpe en mi trasero generó un llanto silencioso. Por unos instantes pensé en quedarme allí tirada para no afrontar mi vergüenza. A lo lejos escuché voces de estudiantes que se avecinaban, situación que motivó mi levantamiento. Gerardo no se había movido y tenía su mano extendida para ayudarme. No la tomé, me levanté sola. No deseé tener contacto con él, me dolía demasiado haber sido olvidada, si yo había luchado tanto y había vencido ¿Por qué razón él se dejó vencer?

- Gracias mi príncipe, no creo ser digna de tocarlo. – me salió natural la mentira.

- Era solo un gesto de cortesía – en su voz sonaba el descontento.

- Cortesía que no merezco señor. Yo prácticamente lo agredí.

- No veo que me haya hecho daño alguno.

Y sin más caballerosidad dio la vuelta e ingresó al comedor. La furia me invadió, al igual que la tristeza, estos sentimientos me inmovilizaron. O lo superaba o lo peleaba. En una semana uno no es que pueda hacer mucho. Allí, en mis cavilaciones me encontró mi compañera incondicional.

- No dormiste bien. - afirmó.

- Es que no comí nada del cansancio, no he podido con la danza de la catana. – verdades a medias.

- No podemos ser diestras en todas las armas- dijo encogiéndose de hombros- to detesto el sable, por ejemplo.

- Eres excelente con las espadas, te he visto.

- Y tú eres excelente corriendo – sonrió- ya por lo menos tienes destreza para la huida- su risa sincera me alivió un poco el dolor.

- No sé si seguir con esta amistad tan sincera- expresé- eres de las amigas sin filtro que no lo animan a uno con mentirilla de mentalidad positiva.

- Te enseño a sobrevivir, por ejemplo, hoy necesitas mucho café- pasándome una taza caliente.

- Todos los días lo necesito, honestamente, deberían autorizarme dos tazas en el desayuno.

Noté que en la fila de adelante estaba Gerardo igual que nosotras.

- ¿Por qué hace fila? – susurré al pregunte a Carly señalándolo.

- Susana escuchó que es una prueba de humildad, debe participar de los mismos tratos que reciben los estudiantes, para que aprenda a valorar a los que lleguen a su guardia personal, sin sentirse superior.

- Pero así escuchará todo lo que decimos- dije bajando la voz.




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