En clase de estrategia Gerardo entró a dirigir el análisis de una situación problema, planteó dificultad para cada alternativa, colocó la elaboración de un esquema individual para verificar si nuestros pensamientos tenían el potencial de análisis de los estrategas. Al recorrer el aula de clases, hacia la retroalimentación a cada estudiante. Yo de pura cosa di para un mapa mental.
Cuando se acercó a mirar mi trabajo dijo con toda sinceridad que no entendía el funcionamiento de mi estrategia, invitándome a explicarle tomó asiento a mi lado. Fui dándole el paso a paso, mientras él le ponía una objeción a todo. Antes de retirarse de mi lado hizo una pregunta casi en susurro.
- ¿Mi padre te parece mejor parecido que yo?
- Eso es conversación de otro lugar- sonreí abiertamente- está en clases mi príncipe.
- Mi madre está furiosa por tus palabras. – eso fue aún más satisfactorio.
- Yo alabé el atractivo físico de su padre, solo eso.
Ambos nos ignoramos el resto de la clase, sin embargo, debo reconocer que fe muy productiva. Susana mostró una gran habilidad de análisis y Craly de crítica. Yo quedé entre los perdidos, con absoluta certeza de que en la próxima clase la instructora se las cobraría. Con mochila al hombro salimos hasta el comedor donde las conversaciones giraron en torno a las clases con sus gobernantes, al parecer cada uno había dirigido la clase de estrategia según el nivel.
Ocuparon los mismos puestos que en el desayuno. El príncipe era abordado constantemente por sus admiradoras con preguntas de todo tipo, menos de sus intereses personales. El respondía con total calma, a veces hasta con amabilidad.
En la tarde, la que estuvo en la clase de entrenamiento físico fue Sandra, técnicamente tuve que correr toda la clase, esa fue su venganza por mi comentario. Cuando todos salieron del gimnasio corrí al baño a vomitar. De regreso, me temblaban las piernas, Rosalía me esperaba con un par de Sais en las manos.
- ¿Aprendiste la lección?
- No sé de qué me habla.
- No mires el hombre de otra mujer, menos si esta es tu reina.
- Sus celos no justifican que se exceda por venganza.
- Nunca has sido irreverente, escogiste un mal momento para serlo.
- No soy una…- noté a alguien sentado en las graderías y se me fueron todas las luces.
Desperté con unos hermosos ojos dorados enmarcados en un par de cejas negras mirándome fijamente. A su lado, la instructora era un fantasma sin importancia. Me dio a beber agua levantándome la cabeza con tanta suavidad que desee perderme nuevamente entre sus caricias. Recobre a los pocos segundos mi buen juicio. Me encontraba tirada en la colchoneta, Rosalía estaba sentada a mi lado, inexpresiva, diciéndole al príncipe algo acerca de los excesos con mi entrenamiento y mi falta de descanso.
- Yo la llevo a sus habitaciones, conozco el mapa, es solo aquí cerca el ala de las de primer año. - no entiendo, él sabe dónde queda mi habitación.
- No mi señor, ella duerme en la torre, son órdenes superiores. El camino es largo, yo puedo encargarme.
- No, yo lo hago, usted también debe estar agotada, ya que también le toca asumir los horarios extendidos de esta niña. – niña, me trató de niña, sonó tan despectivo y diferente de cuando me decía niña linda que estuve a punto de lanzarle un puñetazo.
- Gracias mi príncipe. – expresó cediendo.
- Una pregunta Rosalía, ¿Por qué ella no duerme con los estudiantes? – ahora si entendí la pose de desconocer mi domicilio de dormida en esta internado.
- Son ordenes de su madre, si desea información debe preguntarle a la general.
Me dio una enorme satisfacción sentir que una pequeña porción de la verdad le era revelada por medio de la instructora. Luego le dijo algo al oído.
Caminó a mi lado a paso lento, sosteniéndome todo el tiempo sin pronunciar una sola palabra. Al llegar a las escaleras de la torre Rosalía se encontraba al pie con una bolsa en las manos que le entregó a Gerardo.
- Espero absoluta discreción, que nadie se entere de este favor.
- Así será su majestad.
Subir las escaleras fue una tortura, me esforcé al máximo para no parecer más débil de lo que mi desmayo ya había revelado. Buscó mis llaves en mi mochila y me llevó hasta que me recosté en la cama. Su silencio era otra tortura, mi esposo nunca se callaba, este hombre parecía mudo.
Me estaba quedando dormida cuando lo sentí arrastrar la silla de mi escritorio hasta el lado de mi cama con un portacomidas. Intentó darme de comer, pero me negué tomando el plato y el tenedor yo misma. Mastiqué con lentitud para no volver a trasbocar, el me miró en silencio todo el tiempo. Al terminar me pasó una botella de agua.
- Me disculpo, mi madre no debió actuar de una forma tan inmadura. Me siento realmente avergonzado del daño que te ha causado y hoy mismo hablaré con ella al respecto.
- ¡No! – dije en un pequeño grito- no le diga nada por favor, yo tuve la culpa, no debí mencionar que su padre es un hombre atractivo, fui imprudente – las lágrimas amenazaron con desbordar mis ojos, le había tomado de la mano sin darme cuenta- lo siento, no debí tocarlo – solté su mano instintivamente.