Almuerzo en las mismas condiciones, clase de la tarde en la rutina habitual, liberada de la clase de refuerzo sin ninguna explicación. Simplemente una hora vacía en mi apretada agenda. Subí a mi habitación, igual las demás chicas se encontraban en el ala de habitaciones mientras yo seguía en asilamiento.
Al pasar por la biblioteca miré dentro de forma inconsciente. Idiota. Sibí, me encerré en mi habitación quedándome dormida. Fue tan refrescante tirarse en la cama después de una abundante ducha y simplemente quedarte dormida que me olvidé de bajar a la cena. Ya se me estaba haciendo costumbre.
En medio de mis sueños tempestuosos sentí los golpes de unos nudillos en mi puerta. Las alarmas se me encendieron, ¿otra vez él aquí? Dios, corrí a lavarme la cara y enjuagar mi boca gritando un “ya voy”. El corazón me latía como un caballito al trote.
Abrí la puerta, me encontré con unos ojos dorados encendidos de ira por encima de mi cabeza. Tragué en seco, era la general Martina, en mi puerta, toda una terrorífica novedad. Pasó sin pedir permiso, escrutando con mirada entrenada cada rincón de la estancia.
- ¿Por qué razón el príncipe ordenó que tu horario de refuerzo fuera suspendido? – aún no se desataba la tormenta, igual se sentía pronto a estallar en el ambiente.
- Ayer me desmayé después de que la reina me obligara a correr por las tres horas de la clase de entrenamiento físico sin derecho a detenerme o tomar agua, bajo la premisa de que soy débil y lenta. El príncipe estuvo entrenando en la misma ala del gimnasio.
- ¿Te desmayaste en presencia de la reina?
- No, fue después de ir a vomitar sin descanso al baño tras terminada la clase, ya iba a iniciar entrenamiento con Rosalía.
- O sea, ¿el aún entrenaba?
- Eso creo.
- Susurro, ofendiste a la reina, ella suele ser muy tranquila, sin embargo, con sus dos hombres es peligrosa, muy peligrosa. Por tu bienestar no te acerque al príncipe. Él te está prohibido.
- Yo no lo he buscado.
- Y aun así, me he dado cuenta que te sigue con la mirada o busca ocasión de acercarse a escucharte cuando hablas con tus amigas. Eres diferente, no posees los rasgos típicos de nuestras mujeres, además eres la única con corte militar masculino, son aspectos que pueden generar interés en un hombre. Si yo lo he percibido, Tal vez la reina también. Mantente alejada, por tu bienestar.
- Soy inocente de cualquier cosa que ese hombre haga. General ¿le importo? - era una pregunta prohibida pero esa mujer era lo más cercano a una madre protectora para mí en este lugar.
- Aunque no lo crea, me importan todas mis estudiantes. Aquí son mis hijas.
- A mí me está defendiendo de la reina.
- Solo te estoy salvando la vida, tal y como haría con cualquiera.
Un asomo de sonrisa apareció en sus ojos mientras se marchaba. Miré el reloj, ya eran las siete de la noche, a esa hora no conseguiría nada de comer en el restaurante, decidí tomarme el tiempo de explorar la biblioteca con mi estómago vacío invocando misericordia. Tuve que obviar su clamor diciéndome que al respecto ya no había esperanza.
Ese lugar nunca tenía vigilancia, siempre estaba abierto. En todo este tiempo nunca la explore por falta de curiosidad y odio a todo lo que representa la fortaleza: mi prisión, mi desaparición de la vida de mis seres queridos. Sin embargo, siempre me habían gustado los libros, era una visitante asidua de la biblioteca Casa Bolívar durante mis años de estudio universitario. Tomé un libro sollozando ante este recuerdo recuperado. ¿Y si? No, no permitiré que la duda me robe la esperanza.
- Lloras con frecuencia- la voz de Gerardo me hablaba desde el otro lado de la estantería.
- No sabía que estaba aquí mi señor- me limpié las lágrimas rápidamente.
- Me dirigía a tu habitación, y escuché la voz de Martina desde las escaleras. Me escondí aquí a esperar que ella se marchara. Luego sentí que bajabas y decidí esperarte.
- No es bueno que nos encuentren hablando en este lugar.
- Vamos a tu habitación así te evitas cualquier regaño.
- Escuchó lo que dijo la general.
- No del todo.
- Tengo prohibido acercarme a usted.
- Yo tengo prohibido intimar con ninguna de las estudiantes sin consentimiento de mi madre, y henos aquí en plan de intimidad en tus aposentos.
- No me hace gracia la insinuación.
- No te ilusiones, ni que me agradaras.
- Ujuuu….
- Te traje algo de cenar, es todo. Recuerda que ayer te desmayaste.
- Suba.
Caminamos rápidamente por las escaleras. Cerré con llave la puerta. Él me tendió un emparedado con gesto de suficiencia. Volteé los ojos agarrando el paquete y empecé a comer sentándome en el escritorio. Mi estómago bailaba de absoluta felicidad. Sin solicitud se sentón en mi cama, se quitó las botas, se extendió cuan largo era quedando semi sentado, observándome inquisitivamente.
- Señor, creo que esa es mi cama.