Camino a la locura - Segunda noche

Cortos

    “¿Esos somos nosotros? Si, creo que somos nosotros. Mira, mira como tus ojos se conectan con los míos. Observa, nuestros dedos entrelazados se amarran con un amor cómplice. Si, éramos tan felices. Pero la vida terrenal era muy poco tiempo, mi vida. Ahora nos espera la eternidad, y con ello el amor también lo será. La vida debía acabar, ¿quién mejor que yo para terminar con las nuestras? Gracias a mí, mi cielo, estaremos juntos por siempre.”
    Ella con ojos fríos y temerosos.
    “No tengo esa percepción de la misma escena, señor. Yo veo a dos desconocidos, uno tendido junto a otro. Una niña de sólo 7 años violada y asesinada sobre el frío y húmedo pavimento, con 24 puñaladas en su pecho, y un hombre mayor que se quitó la vida después del acto mientras le agarraba la inerte mano a la pequeña. Sus ojos no se conectan, pues la expresión de la niña es de terror y sufrimiento, y ya sin vida. Esa pequeña soy yo. Y no, no estaremos juntos por siempre. ¿Acaso no ves? Un hombre de negro está de pie en estos momentos tras de ti, para llevarte hacia las profundidades del infierno.”


    La mujer, con su boca cubierta de sangre, conducía frenéticamente hacia su objetivo: la amante de su marido. Ésta caminaba una soleada mañana sobre la acera camino al trabajo por una avenida de poca concurrencia. La furiosa mujer no disminuía la velocidad a pesar de que su objetivo se encontraba cada vez más cerca.
    100 metros
    Los ojos de la conductora que iba sobre el Mercedes eran furiosos, llenos de venganza y sedientos de muerte. No tendría piedad con la hermosa mujer que iba meneando su trasero sobre la vereda.
    80 metros
    Las casas, árboles, postes y arbustos pasaban como ráfagas por la ventana mientras el vehículo transitaba a casi 80 kilómetros por hora en una zona de apenas 40.
    60 metros
    Sus largas piernas se movían con elegancia, y se extendían desde unos costosos zapatos de tacón hasta perderse en una falda ajustada la cual fácilmente podría haber sido la tentación de su marido.
    40 metros
    Con ambas manos sujetadas al volante, la engañada mujer pisaba el acelerador firme, aunque sin llegar al fondo. Lo presionaba con su pie derecho con decisión, al igual que la determinación que había tenido para tomar aquella sentencia.
     20 metros
    La esposa dejó de parpadear mientras sus ojos se inyectaron en sangre, del mismo rojo que la que emanaba de su boca, lanzó un alarido y cerró los ojos cuando el vehículo estaba a escasos metros de su víctima.
    0 metros
    En el periódico de la mañana siguiente sería protagonista de uno de los titulares, en donde aparecería su vehículo completamente destrozado por el impacto contra un árbol. Sólo ella fallecería en muy malas condiciones por el choque, porque la mujer de la llamativa falda alcanzaría a saltar y alejarse milimétricamente del peligro a un costado del recorrido del automóvil.
    Unos días más tarde, encontrarían a su esposo, muerto, en la misma cama que compartieron durante casi 10 años de matrimonio.
    Posteriormente se comprobaría que la homicida sería la misma persona que estrelló su vehículo contra un árbol recientemente. El hombre habría sido amarrado a la cama, amordazado y posteriormente mutilado, ya que no se encontraron sus genitales.


    En el Hotel Campston habitaba un ser malévolo, el cual vivía hace 20 años en el último piso de la imponente torre. No se sabía gran cosa de ella, sólo que practicaba brujería y jamás abría la puerta.
Las personas solían verla desde el exterior mientras observaba el cielo en las noches de luna llena.
Sin embargo, pagaba su alquiler arrastrando el dinero por debajo del umbral de la puerta.
Solía hacer sus prácticas en silencio, y sus extraños rituales eran desconocidos para todos.
Una fría y oscura noche de invierno, mientras llovía torrencialmente y los relámpagos iluminaban constantemente el cielo nublado, el gerente del hotel subió a los aposentos de la mujer.
Golpeó la puerta suave, con el sudor corriendo por su frente, y fue suficiente para que la puerta se abriera lentamente. Las luces estaban apagadas, y el hombre entró temeroso a la habitación llamando con voz baja a la bruja.
     “¿Qué es lo que quieres?”, susurró una voz desde algún rincón.
   “Eh, eh, este, señora Campbell, quisiera pedirle un inmenso favor, si fuera posible, acudiendo a su grandísima sabiduría y poder.”
    “!Habla!”, gritó la mujer desde otro rincón.
    “Este, eh…”, el hombre temblaba de miedo, “…creo que mi Hotel está teniendo una importante baja en las visitas y hospedajes, si tan solo usted pudiera…”
    “Sabes el precio…”, susurró nuevamente la tétrica voz desde un rincón diferente a los anteriores.
   “Lo sé, señora Campbell”, y el hombre sacó desde su bolsillo una fotografía con el retrato de un varón moreno de unos 40 años en la orilla de la playa junto a su sobrino. La dejó sobre una mesa lateral y se marchó rápidamente del lugar.
    Al otro día, numerosos viajeros llegaron al Hotel Campston a ocupar las habitaciones. El gerente sonreía tímidamente mientras veía el auspicioso tránsito de personas.
    Esa misma noche, unos escalofriantes gritos se escucharon desde uno de los aposentos, unos gritos llenos de terror y de dolor. Inundaron el cuarto piso durante largos 3 minutos.
    A la mañana siguiente el propio gerente fue el encargado de dar las explicaciones a los residentes, y también se encargó de ordenar la habitación que ahora estaría vacía hasta que otro huésped la solicitara.
    En el velador, junto a la cama de aquella habitación del cuarto piso, se encontraba la misma fotografía que el gerente le había entregado a la bruja, sólo que esta vez estaba un solitario niño en la orilla del mar, pues su tío había desaparecido de la imagen, y también de este mundo.




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