Camino a la locura - Segunda noche

Manos manchadas de sangre

Scott era uno de esos animales que se podrían quedar con una familia toda la vida,  debido a su enorme lealtad y compañerismo. Siempre se ha dicho que el perro es el mejor amigo del hombre, pero lo del pequeño can de raza collie era mucho más especial.

   Desde que el animal llegó a la familia Jones en diciembre, hace 4 años, se convirtió en un miembro importante del grupo. Todos lo consideraban para paseos, juegos, salidas, viajes, hasta comidas, pues su actuar no daba lugar a quejas de nadie hacia la mascota.

   Dormía con el pequeño de la familia, y siempre se preocupaba de ahuyentar a otros animales que interrumpieran el sueño del niño, como lechuzas, pájaros u otra ave que aleteara molestosamente al otro lado de la ventana.

   Scott era de raza mediana, quizás algo más pequeño que la media, su pelaje era de un café oscuro como el chocolate, su hocico era alargado y terminaba en una llamativa y suave nariz rosa, totalmente atípico para su especie. Sus patas eran cuatro firmes extremidades de un tono más claro y más largas en proporción al resto de su cuerpo, lo que le permitía correr a grandes velocidades. Sus ojos, de un celeste cielo, eran dos grandes razones para amarlo por la forma tan fiel que observaban todo lo que lo rodeaba.

   Solían salir de vacaciones a la playa, lugar en donde el perro corría y saltaba sin parar durante largas horas en la tibia y clara arena, para zambullirse estrepitosamente en el agua cuando necesitaba refrescarse. Verlo era un espectáculo, y los niños de la familia Jones solían reír a carcajadas mientras tomaban helados sentados sobre sus toallas.

   La costa era el paseo predilecto de todos, sin embargo, un verano decidieron cambiar el destino. Podría haber sido una excelente idea, tan intrigante y relajante para poder descansar y desconectarse de la civilización, un tiempo que les daría nuevas energías para volver unos días después a casa.

Podría haber sido una gran experiencia, si todos los integrantes de la familia hubiesen vuelto al hogar.

 

Era un caluroso día de verano, pero los árboles impedían que los rayos del sol ingresaran directos al lugar en donde se encontraban acampando.

Las horas pasaban rápido ante las diversas actividades que los Jones llevaban a cabo: recolectar leña y agua, preparar comida, cazar insectos, y por supuesto, escuchar música.

A eso de las 7 de la tarde, cuando el sol estaba sumergiéndose en el horizonte y el cielo se teñía de un rojo suave, el padre de la familia recibe un angustioso mensaje en el cual le informaban que su madre había sufrido un accidente de mediana gravedad, por lo que comenzaron a preparar las cosas para marcharse anticipadamente de vuelta a la ciudad.

Scott se encontraba con el pequeño de la familia buscando insectos bastante alejados del lugar, pero no impidió que escucharan los gritos de su padre informado acerca de un problema y que tenían que marcharse. Pero el niño, de algo más de siete años, se internó un poco más en el bosque tras una lagartija de color verde tan llamativa que no pudo aguantar las ganas de capturarla. El perro se movía alegremente tras él, meneando la cola y ladrando al reptil que escapaba de las garras de esos gigantes. El niño de pronto desistió de su misión tras una nueva insistencia de su padre que llegaba algo más lejano a sus oídos, y volvió en dirección de donde provenían los llamados, pero Scott continuó cazando siguiendo el rastro de la lagartija, y a la vez perdiendo noción de que su amo se había marchado.

Pasaron los minutos, y el perro persiguió al reptil durante una larga distancia, hasta que lo perdió de vista en el recoveco de un árbol. Trató de olfatear y rascar con sus cortas y cuidadas garras a través del firme tronco, pero fue imposible. Al cabo de unos minutos el animal renunció a su tarea y se volteó para mirar a su dueño, pero no estaba por ningún lado.

El perro ladró tímidamente en busca de alguna señal de su familia, pero no obtuvo respuesta. Agachó el hocico al suelo tratando de oler alguna pista, pero no detectó aromas familiares, solo la hierba, la tierra y las tantas fragancias naturales que rodeaban el ambiente.

Scott gimió y aulló asustado ante tan intensa soledad, que a esas horas estaba acompañada de una leve oscuridad.

Se movió apresuradamente olfateando en todas direcciones, sin realmente saber a dónde dirigirse. La confusión de olores era inmensa, pues jamás había estado allí y cada uno de los aromas que entraban en sus agudas fosas nasales lo impregnaban de rarezas y esencias desconocidas.

Lo que jamás supo la mascota de la familia Jones era que los integrantes de su amado núcleo lo buscaron durante horas mientras lamentaban y lloraban su ausencia, pero la noche llegó y la urgencia de viajar a ver a la abuela era inmediata, por lo que, con el dolor más grande que jamás hayan experimentado, tuvieron que abandonar al can en ese lugar.

 

Pasaron los días, y por supuesto Scott había olvidado gran parte de lo que significó tener una familia. El cariño que alguna vez sintió se transformó paulatinamente en necesidades más importantes: comer, dormir, vivir, o más bien sobrevivir.

El perro llevaba varias semanas alimentándose de frutos que caían de los árboles, de otros restos de animales que encontraba esparcidos en algunos lugares, y dormía generalmente en el mismo lugar, cercano a donde se había percatado de que estaba solo.




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