Camino a la locura - Segunda noche

En la fogata (01)

Esa noche desperté agitado a eso de las 4 de la mañana luego de una terrible pesadilla. En el sueño era el verdugo de un indefenso perro, al cual asesinaba terriblemente arrancando su cabeza de su cuerpo con ambas manos.

Mi primera reacción al despertar y sentarme en el rígido suelo de la carpa en la que me encontraba fue observar mis manos. Miré mis dedos, mis palmas, las líneas que la definían, cuestionándome si en algún momento de mi vida sería capaz de cometer tal atrocidad. En fin, luego de varios minutos allí ensimismado, me levanté y salí del toldo para recibir el frío abrazo de la noche.

Me aparté unos metros para tomar aire y observar la luna, la cual permanecía llena y brillante en lo alto del inmenso manto oscuro.

Un escalofríos recorrió mi espalda, el que me hizo retorcerme suavemente. Mis ojos recorrieron todo lo que me rodeaba: árboles, arbustos, montañas; los leves sonidos de los animales que deambulaban durante la noche llegaban a mis oídos como una melodía.

Finalmente volví a mi carpa y dormí sin problemas el resto de la noche.

 

A la mañana siguiente, todos despertamos para desayunar unas frutas y cereal para luego hacer diversas actividades.

A lo largo del día cortamos leña, juntamos aguas en unos contenedores de un riachuelo que había cerca de donde nos encontrábamos, preparamos las cosas para cazar algunos animales.

Se podría decir que la jornada fue lo que teníamos planeado, con variadas ocupaciones y el tiempo se pasó rápido y jovial.

Casi sin darnos cuenta la noche había llegado, y la fogata se encontraba encendida ya en el centro del campamento. Todos estábamos alrededor del fuego, a excepción de un amigo y sus hermanos pequeños que se habían ido durante la tarde por problemas personales.

Mis pensamientos no dejaban de recordar el extraño sueño, y me sentía incómodo con el hecho de haber estado en esa situación tan grotesca, aunque sea sólo a través de una espantosa pesadilla.

Nos miramos y conversamos largo rato mientras el fuego iluminaba nuestros rostros. Mi padre me observaba de vez en cuando con sus ojos interrogatorios, casi pidiendo a través de ellos información acerca de mi estado de ánimo y de mis pensamientos. Yo sólo lo miraba y le sonreía levemente, casi con desdén.

Por fin mi madre fue la que inició la segunda noche de relatos con una historia que se llamaba:




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