Camino a la locura - Segunda noche

Eterna deuda

El hombre llamado Roger Carlston se encontraba de pie al borde del acantilado un atardecer de primavera en donde el clima era agradable y la brisa del viento movía ligeramente su cabello.

El sujeto miraba el horizonte con las lágrimas corriendo por sus mejillas y una culpa tan intensa que haría que en los próximos minutos decidiera dejarse caer desde lo alto del lugar, casi a 50 metros de donde el mar azotaba las rocas con violencia.

El sol lentamente se sumergía bajo la línea infinita que separaba el océano y el cielo, mientras este último se teñía de un rojo carmesí.

Sus pensamientos eran de arrepentimiento e ira, con el mundo, con el destino, pero más con él mismo.

Sus ojos de pronto se cerraron, y se abrieron a los pocos segundos para dar ese último paso, aquel que lo llevaría directo al abismo.

Mientras caía miraba sus manos, cubiertas de sangre, de sufrimiento y de muerte.

Diez metros antes del impacto, a una velocidad implacable, cerró sus ojos.

“Te amo”, fueron las últimas palabras que diría en su vida.

 

7 días antes

 

Por el parque San Fermín paseaban dos enamorados de la mano, tan ensimismados con la compañía del otro que los problemas que venían acarreando hace varios meses quedaron momentáneamente en el olvido.

Ambos se sentaron en una de las bancas un agradable día de primavera mientras niños corrían por el parque, varias personas hacían ejercicio en distintos lugares, trabajadores se preocupaban del césped y de podar árboles, y algunos paseaban a sus mascotas.

Pero en el centro de todo, sintiéndose tan apartados e íntimos, estaban ellos dos: Roger y Laura.

Roger era un hombre alto y fornido, de aspecto oceánico. Su cabellera era rubia y sus ojos azules. De mediana envergadura pero con un cuerpo bien trabajado. Su mirada siempre reflejaba sinceridad y un amor alocado por su mujer, la preciosa Laura. Ella era una mujer casi una cabeza más baja que su enamorado, con un cuerpo hermoso y bien cuidado, y su rostro y sus ojos demostraban una enorme felicidad y una gran admiración por el hombre que la acompañaba en su vida desde hace más de 5 años. Su cabello era rojizo, y caía en suaves ondulaciones hasta la mitad de su espalda.

Los dos llevaban una vida alocada e intensa, sobre todo en lo sexual, pues su actividad los mantenía unidos y mutuamente deseados.

Sin embargo, hace varios meses que ambos estaban cesantes, y vivían de bonos ofrecidos por el gobierno y alguna ayuda de sus familiares. Pero los problemas no venían solos, y a eso se le sumaba que la mujer estaba embarazada, tenía 5 meses, y ya debían 3 meses de alojamiento.

La situación de Laura era complicada porque su panza era notoria, y nadie contrataría a una mujer debido al inevitable fuero maternal luego del nacimiento del bebé.

Lo de Roger era diferente, pues a pesar de sus grandes virtudes, como la sinceridad, el amor incondicional a su mujer y la bondad en sus acciones era muy orgulloso, y creía que no podría trabajar en un cargo menor al que tuvo hace unos meses antes que lo despidieran por cambios en la administración de la empresa.

Sus antecedentes descansaban en el escritorio de muchas empresas, pero ninguna lo valoraba ni requería sus servicios como él creía que se merecía.

Todo lo anterior, y también la mala racha que arrastraban, hacía que ambos se tuvieran el uno al otro, pero nada más.

Juntos paseaban, sonreían y miraban con optimismo la vida, pero dicho sentimiento con el paso del tiempo se había volcado a episodios de desesperación, pesimismo y algunas discusiones que antes jamás habían estado presentes en la relación.

Sus cuentas bancarias arrojaban números tan bajos que no podían darse lujos de ningún tipo, y aprovechaban promociones y cupones para adquirir sus alimentos.

El barrio en el que vivían era un lugar medianamente acomodado, pero Roger le decía a Laura que no se rebajarían a los edificios ubicados a unas cuadras de allí, que el hogar que tenían era el que se merecían, a pesar de su elevado costo.

Pero pasaban los meses, y seguían pasando mientras ambos continuaban sin trabajo y sin oportunidades, y el amor se convirtió en un sentimientos lejano, dominado principalmente por la frustración.

Esa noche, a siete días antes que aquel apuesto hombre se arrojara al vacío con las manos cubiertas de sangre producto de la desesperación y la culpa, firmaría un contrato del cual se arrepentiría toda su vida.

Se encontraba fumando y caminando solitariamente en la avenida que rodeaba al parque, pensativo y analítico con respecto a su situación cuando al pasar junto a una banca en la que se encontraban tres jóvenes los oye conversar con respecto a un tema:

-…es en serio, se los digo, la mujer se estaba muriendo y su marido hizo un pacto con el Diablo. No sé si tenga que ver o no, pero ella se salvó.

-Pero ¿por algo a cambio? Es decir, es un pacto, él te da algo y tú deberías compensarlo por eso, ¿no?

-No lo sé, puede que haya perdido algo material en el camino, pero, maldita sea, su mujer ahora está como si nada hubiera pasado…




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