Con ambas manos ensangrentadas, no podía dar crédito a lo que había pasado. Mi padre… el hombre que me había adoptado y dado amor en la etapa más difícil de mi vida.
Yo… yo no podría haberlo…
Tambaleante, caminé un largo camino de regreso a la fogata mientras oía cómo la voz del demonio regresaba poco a poco a mi cabeza, incesante y llena de júbilo, la risa del terrible ser que habitaba en mí resonaba con sus diabólicas carcajadas.
Enjuagué mis manos, como lo había hecho con el perro (porque ahora ese sueño cobraba un real sentido, y lo más terrible es que no había sido realmente un sueño, sino que era un recuerdo), en las frías aguas del río, y a los pocos minutos aparecí entre los árboles bajo la atenta mirada de mi madre y mis hermanos.
Me preguntaron acerca de mi padre, pero les comenté que pronto regresaría, que estaba haciendo sus necesidades. No sé si lograron detectar el desconcierto y el pesar en mis palabras y mi mirada, la cual desvié llena de vergüenza y de culpa.
“!Mentiroso, diles que lo sacrificaste!... Y luego has lo mismo con ellos…”
Al final me creyeron, me senté frente a la fogata sin dejar de mirar con rechazo mis manos, antes cubiertas con la sangre de mi padre, ahora húmedas pero limpias.
-Bueno, creo que contaré una historia que alguna vez escuché a una persona que tenía una basta experiencia en estas cosas. -Mi hermana siempre había tenido una excelente memoria y capacidad de atención. -Se llama:
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Editado: 06.01.2023