Camino a la locura - Segunda noche

Prohibido entrar

Paula conducía por el solitario camino de siempre luego de haber terminado 6 años de relación con un hombre que lo había sido todo en su vida, pero que con el paso del tiempo, el maldito y fatídico tiempo, se había volcado a una relación tóxica y poco amigable.

Después de muchas discusiones e idas y venidas, tomaron la muy difícil decisión de dar vuelta la página y seguir cada uno su camino.

La mujer lloraba mientras en la radio sonaba una de sus canciones favoritas que marcó una hermosa época, ahora parte del pasado.

Mientras manejaba lo más calmada que su situación actual le permitía, llegó a un cruce del que por poco termina colisionando con un enorme camión. La mujer no se percató del rojo en el semáforo, por lo que tuvo que presionar el freno a fondo mientras veía al enorme vehículo pasar por delante de ella a una velocidad endiablada.

“Mierda”, pensó mientras trataba de regular su respiración con ambas manos sujetando con violencia el volante.

Luego de largos, repetidas, forzadas y controladas inhalaciones y exhalaciones, retomó la marcha hacia su casa, al otro lado de la ciudad.

Aquel camino le había resultado muy familiar, debido a los reiterados trayectos, aunque aquel era el más complicado, porque lo hacía sola y además sólo de regreso. Ya no habría una marcha atrás.

Cuando llevaba un tercio del camino una ligera lluvia comenzó a caer acompañada de una sombría neblina que se apoderaron del ambiente. Eran las 3 de la tarde, por lo que el sol trataba aún de iluminar con sus rayos a través de las espesas nubes. El sonido de las gotas al golpear sobre la carrocería del vehículo la aislaban aún más de todo lo que la rodeaba.

A mitad de trayecto, se percató que el camino se encontraba interrumpido por trabajos en la vía.

Se bajó del vehículo, pero debido a la lluvia cada vez más intensa los trabajadores se habían retirado del lugar, dejando señales de advertencia, cintas de peligro, y por supuesto, el pavimento dañado. El paso sería imposible.

“Lo que me faltaba”.

Paula se devolvió a su vehículo y lo puso en marcha nuevamente, para luego darse la vuelta y regresar buscando alguna ruta alternativa.

Mirando su mapa, se percató que había un camino secundario para poder rodear la zona pero estaba casi a 30 minutos de regreso, lo que la desalentó, pero no tenía alternativa.

Cuando llevaba sólo 5 minutos, vio que a su izquierda había un pequeño sendero no pavimentado, pero que pudo distinguir difusas y frescas huellas de vehículos que habían pasado recientemente por allí.

“Bueno, posiblemente ellos rodearon los trabajos usando esta ruta”.

Así que giró y condujo con el camino de tierra.

Su auto brincaba debido a las sinuosidades del camino, y la lluvia poco la afectaba porque el lugar estaba rodeado de árboles que bloqueaban la caída del agua.

Llevaba un par de kilómetros en aquel paraje cuando el vehículo se detuvo sin advertirlo.

“Me deben estar tomando el pelo, ¡mierda!”.

Giró la llave varias veces pero el auto no encendía.

Trató de contactarse con su hermano, pero no había señal, pues pronto se dio cuenta que se había adentrado bastante en un espeso bosque y además, por lo que pudo notar con dificultad, la rodeaban cerros y montes.

Se bajó del vehículo.

La lluvia había cesado, y el silencio en aquel lugar era casi sepulcral.

Nada se movía.

Estaba completamente sola.

“Bueno, quizás sea bueno esperar para ver si otro vehículo toma la ruta y me puede dar una mano.”

Se sentó en un tronco cercano y encendió un cigarrillo, recordando la vez que acampó con su antiguo novio en un lugar parecido.

Un repentino ruido de ramas quebrándose la alertó y se puso de pie.

Miró en dirección hacia la fuente del sonido, y pudo ver una pequeña ardilla que se quedó unos segundos mirándola, para luego salir corriendo y refugiarse en algún lugar de ese invasor que exhalaba humo de la boca.

Paula se desperezó, y trató de llamar nuevamente, aunque sin éxito.

Caminó varios metros, y pudo ver que más allá de unos árboles, en la base de un imponente muro de roca natural, una entrada a una cueva. Se encontraba tapiada por diversas tablas y advertencias de peligro y no pasar.

Pero la curiosidad mató al gato, reza el dicho.

Paula se aproximó, apagando el cigarro con su bota, y comenzó a investigar la extraña abertura.

-¿Hay alguien aquí? -su voz se propagó con un retumbante eco a través de las paredes para perderse en la profundidad de la cueva.

No hubo respuesta.

Se fijó en las señales: prohibido entrar, peligro, no traspasar, cuidado; todas eran de advertencia, pero eso hacía que ingresar allí resultara más tentador.

Encendió la linterna de su celular, y se adentró con mucho cuidado un par de metros hacia el interior. Miró en todas direcciones, pero era roca todo lo que la rodeaba, y bajo sus pies un suelo de tierra con hojas y ramas.




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