Desde hace varios minutos que la joven terminara de contar la historia a su pequeño hermano, éste ya dormía entre sus brazos, producto del cansancio y lo agotador que habían sido los últimos momentos.
Ella lo miraba, creyendo que sería bueno que también ella descansara, pero de pronto unos sonidos de ramas quebrándose ante decididas pisadas la sobresaltaron. Venían desde lejos, pero cada vez se aproximaban.
Acarició el rostro del niño, deseándole unos hermosos sueños, y deseando con todo su corazón que jamás fuera hallado por aquello que se aproximaba.
La joven lo recostó en un pequeño recoveco y lo ocultó parcialmente con ramas y hojas.
-Te amo, hermanito… -fueron las palabras que la joven dijo en un leve susurro mientras se alejaba con lágrimas en los ojos.
Ella comenzó a correr para alejarse del lugar en donde había ocultado al pequeño y además de tener la atención de su demente hermanastro.
Seguía caminando sin detenerme siguiendo el rastro de mis hermanos. Ya llevaba varios minutos cuando veo a ella corriendo hacia el arroyo.
Comencé a correr para darle caza.
Cuando llegué, me di cuenta de que mi hermanastra no se atrevía a cruzarlo porque en esta época del año la corriente era peligrosa, y era sabido que dicho río se transformaba en unos vertiginosos rápidos y luego una imponente cascada, que podría provocar la muerte a cualquiera que se aventurase. Al menos es lo que siempre nos contaba papá.
Me sorprendió, muy en el fondo, la falta de sentimiento y nostalgia al recordar a mi padre.
Simplemente seguí avanzando hacia la aterrada adolescente.
-Hermano, ¿qué mierda estás haciendo? ¡Somos tu familia, y jamás te haríamos daño! -sus suplicas, al igual que las de mi madre, eran en vano.
Mis ojos jamás dejaron de mirarla, y mientras me acercaba mi sonrisa se ensanchaba cada vez más. La luz de la luna llena me iluminaba el rostro reflejando un semblante desquiciado.
Me acerqué hasta quedar a un par de metros, y ella de pronto estaba acorralada entre altas rocas, el río y un asesino demente.
-Por favor, her…
No alcanzó a terminar la frase, porque el machete se incrustó, al igual que a la mujer hace algunos minutos, en el centro de su pecho. Certero y mortal.
Sus ojos se abrieron con asombro y dolor, y de pronto un último gemido.
La última exhalación.
Su cuerpo cayó tendido entre el roquerío.
Al igual que la vez anterior, de una manera misteriosa que jamás comprendí en mi vida, pude sentir cómo su corazón dejaba de latir.
Bum, bum… bum, bum… bum… bum…b…
Y de pronto, silencio.
Mis ojos al fin se cerraron.
Pero, había algo.
Algo oí muy suavemente, y provenía desde el interior de mi hermana.
Unos… ¿latidos? Unos muy tenues y débiles latidos, más pequeños y acelerados que los anteriores.
“Oh, premio doble”, resonó la voz en mi cabeza acompañada de una risa diabólica.
Mi hermana estaba embarazada.
Mis manos tomaron el machete, lo levantaron sobre mi cabeza, y con vehemencia se clavó en el centro de su abdomen, silenciando esta vez los latidos para siempre.
Me puse de pie, me limpié las manos con la corriente del arroyo, y retomé mi búsqueda del integrante que faltaba.
Varios metros más allá, oculto entre los troncos de árboles y arbustos, el pequeño presenció absolutamente todo.
Pudo ver cómo su hermanastro aniquilaba sin piedad a su hermana, primero en el pecho, luego en su estómago.
Y luego se marchaba en dirección contraria a donde estaba él.
Llorando, esperando que el asesino se marchara, corrió hasta el cuerpo sin vida de su hermana.
Acarició su rostro desencajado ante la sorpresa y el dolor, y le besó la cara.
Del bolsillo de ella sacó el celular y marcó el número de emergencia que tantas veces le habían enseñado para situaciones como aquella.
Se puso de pie y miró a los fallecidos ojos de la joven.
-Yo también te amo, hermana.
El niño corrió en dirección al campamento, pues allí llegaría su tío con la policía.
En casi una hora, la zona estaba plagada de patrullas, perros policiales, ambulancias, y bomberos, porque también una casa había sido arrasada por las llamas en un lugar alejado.
El niño estaba sentado dentro de un carro policial, junto a su tío, el coronel del pueblo.
Le contó absolutamente todo lo que fue capaz de ver, y que el responsable fue su hermanastro.
A la mañana siguiente, el hombre más buscado del país apareció en periódicos y noticieros: un joven que había asesinado a toda su familia, a excepción de su hermanastro pequeño, y que había recorrido un arduo y constante camino a la locura.
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Editado: 06.01.2023