Camino a la realeza

Capítulo 1

—¡Madison, concéntrate! —gritó Hannah Brown, mi profesora de baile.

Llevaba casi cinco horas bailando y estaba exhausta. Me dedicaba al baile desde que tenía uso de razón, y me apasionaba. A veces era cansado, pero merecía la pena el resultado final. A raíz de mi esfuerzo había conseguido ser una de las mejores bailarinas de toda Illéa, y eso me enorgullecía.

Paré un momento para recuperar el aliento. En menos de un mes tenía un concurso de baile muy importante. Eran los nacionales y debía esforzarme al máximo si quería ser una de las mejores.

Volví a empezar a hacer el ejercicio.

Era viernes por la tarde. Todas las tardes, después del colegio, iba a un estudio de baile, el Hannah Brown Studio.

Desde pequeña me había acostumbrado a los concursos de baile, porque era eso lo que hacía: competía.

Me apasionaba salir a escena y dejar deslumbrados a todos. También me gustaban los ensayos, aunque algunos fueran agotadores y abrumadores.

Era muy trabajadora. Podía pasarme horas y horas bailando, perfeccionando los bailes. En casa solía hacerlo. Muchas veces Kara y Álvaro tenían que obligarme a dejarlo; si no, podría estar todo el día bailando.

Sin darme cuenta la hora pasó, y llegó la hora de irnos a los vestuarios. Mientras me cambiaba charlé animadamente con mis compañeras de baile. Pronto debería ponerme en marcha hacia el Moonlight, mi orfanato.

Vivía allí desde que tenía uso de razón. Al parecer mis padres creyeron que sería una carga para ellos, así que decidieron abandonarme. No obstante, nunca me faltó de nada. Y pude practicar lo que más me importaba en el mundo: el baile. Todos nos comportábamos con una gran familia. Éramos quince internos en total; siete chicas y ocho chicos. Había un popurrí de edades; desde los seis años hasta los diecisiete, la edad que tenía yo. Nos ayudábamos mutuamente, como hermanos, y, a veces, nos peleábamos. Pero aun así, nos queríamos con locura.

Tras ducharme, secarme y peinar mi castaño cabello en una cola de caballo, cogí mi bolsa y salí de los vestuarios para dirigirme hacia la salida. No obstante, antes de poder salir, Hannah me detuvo:

—Madison, ¿podemos hablar un momento?

—Sí, claro. ¿Qué es lo que pasa? —pregunté, algo alarmada.

—Hoy te he visto un poco dispersa. ¿Ha pasado algo en el hogar?

¿Qué si había pasado algo en el hogar? ¿Cuándo no pasaba nada? Entre cuidar a los más pequeños y entretenerlos, y que tanto Lea como yo hemos tenido que interferir en la pelea que tuvieron Caleb y Adam... Podría decirse que ha sido un día movidito.

—Lo de siempre —le respondí con una sonrisa cansada.

Hannah sabía a la perfección cómo era la vida en el Moonlight. Ella había visitado el orfanato en varias ocasiones y había sido testigo de muchas cosas como, por ejemplo, de las muchas peleas entre nosotros o de nuestras tomaduras de pelo cariñosas.

Se acercó a mí y me abrazó. Al separarnos se despidió y pude salir a la calle. Estaba oscureciendo. No hacía mucho frío en esta época del año en mi provincia, Dakota. Sin embargo, llevaba puesta la sudadera. En las calles aún se podían ver alguna que otra tienda abierta y familias volviendo a sus casas.

Giré a la izquierda y ahí estaba. El Moonlight. Tan imponente como siempre. Se trataba de un edificio enorme de dos pisos compuestos por dos alas: el ala del orfanato (la que siempre utilizábamos) y el ala de invitados. A decir verdad, esta última estaba compuesta por habitaciones, el resto del espacio lo compartían con nosotros, si es que había invitados. Normalmente no teníamos, casi nadie quiere estar con chicos huérfanos.

Saqué las llaves e introduje la más pequeña en la ranura de la cerradura de la verja, haciendo un pequeño clic al girarla. La abrí sin hacer ruido alguno, y crucé el enorme jardín delantero lleno de bancos y merenderos. En el jardín de atrás teníamos un pequeño parque para los más pequeños, más merenderos, un cenador que no se utilizaba (bueno sí, yo lo utilizaba para bailar cuando mis hermanos no me dejaban hacerlo dentro) y muchas flores y árboles.

Como estaba diciendo, crucé el jardín e introduje la llave más grande en la ranura. Al abrirla Luna se levantó del sofá y vino corriendo a abrazarme. La pequeña tenía seis años recién cumplidos y era un amor. A su lado apareció Fran y me abrazó también. Ambos tenían la misma edad y eran inseparables.



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En el texto hay: fanfic, romance, la seleccion

Editado: 01.11.2018

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