Tras hablar con la reina, me volqué a fondo en la danza. Hice giros, piruetas, saltos… Y, de pronto, ya estaba comiendo. Hay que ver lo rápido que se le pasa a uno el día cuando hace algo que le gusta.
Estaba comiendo mi helado de vainilla y chocolate cuando Georgina me preguntó:
—¿Por qué no has venido a la Sala de las Mujeres?
—Estaba ensayando —le respondí, antes de meterme una cucharada de helado en la boca—, ¿por?
—Porque ha venido la reina a conocernos. —Me quedé de piedra— Sí, has oído bien. ¡La reina! Ha sido un poco incómodo al principio, pero luego, cuando la hemos conocido, se nos ha pasado la vergüenza.
A sí que la reina America había ido a la Sala de las Mujeres… ¡Un momento! Por eso la reina había venido a mi habitación, porque no me había visto allí. No sabía si contarle eso o no, pero al final opté por contárselo.
—¡Qué fuerte! —exclamó asombrada—. ¿Y dices que te encontró haciendo el spagat?
Asentí, algo sonrojada por la vergüenza.
—¿Sabes qué? Eres mi nuevo ídolo.
Reí por lo bajito, ya que se suponía que no debíamos hablar muy alto en la mesa.
—Pero verme así no pareció importarle. Es más, se interesó por mí. Fue extraño al principio, porque no sabía qué decirle. Pero luego… Es una mujer muy agradable.
Seguimos tomando el helado (que casi se nos derrite) hablando de cualquier cosa. Era extraña la facilidad con la que podía cambiar de tema. Hablaba de la reina y luego me preguntaba por la ropa que llevaba en los concursos. Sin duda, me llevaría bien con ella.
. . .
Ese mismo día por la tarde, alguien llamó a la puerta. Había empezado a escribir una carta a mi familia, pero en cuanto Eric entró, la dejé a un lado.
—¿Estás lista? —me preguntó, acercándose al escritorio.
—Sí, solo espérame un minuto.
Guardé mi intento de carta en uno de los cajones del escritorio. Las doncellas se habían ido en cuanto Eric entró en el cuarto, así que estábamos solos. Me giré y al hacerlo, vi que Eric estaba mirando las puertas de mi armario, donde había colocado las fotografías que había traído.
—¿Qué miras con tanto interés? —le pregunté. Eric miraba las fotografías con admiración.
—¿Son los chicos de tu orfanato? —preguntó, con curiosidad.
—Sí, son mis hermanos.
Había traído unas cuantas. Estaba la grupal, que siempre nos hacíamos. En ella tenía a Luna y a Fran encima del regazo, y Lea, sentada al lado mío en el banco del jardín delantero del Moonlight, tenía a Amber y a Rebeca en el regazo. Había otra foto en la que Lea y yo salíamos haciendo el payaso. Otra de los más pequeños del hogar disfrazados en Halloween. Y otra en la que estábamos todos en el comedor, serios.
A parte de fotografías de mi orfanato, también una fotografía del grupo de baile. En ella estábamos haciendo la postura final de uno de los bailes, con Hannah detrás. Me encantaba esta fotografía.
—Pero no todas son del Moonlight. Esta —dije señalando la de mis compañeras de baile—, es de mis compañeras de baile.
—¿Moonlight? ¿Así se llama tu orfanato?
Asentí con la cabeza. Se instaló un pequeño silencio entre nosotros hasta que Eric dijo:
—Bueno, ¿qué quieres hacer?
Lo pensé. ¿Qué me apetecía?
—Podríamos ir a los jardines. Son hermosos.
—Muy bien. Pues a los jardines, entonces.
Se dirigió a la puerta seguido de mí. Salimos y, antes de seguir, dijo:
—Será mejor que me cojas del brazo.
Yo obedecí, y, así, nos dirigimos a los jardines.
Llegamos a lo jardines y nos sentamos en uno de los bancos; yo miraba al bosque y él al palacio. A decir verdad, eran hermosos y el tiempo que hacía era perfecto. Me fijé en el parque de juegos que había en una de las esquinas.
—¿Y eso? —pregunté mientras señalaba el parque.
—Es el parque de juegos de los más pequeños, aunque, si hago honor de la verdad, no solo ellos lo utilizan —dijo él sonrojándose un poco.