Los días pasaron tan rápido que apenas me di cuenta. Tanto el domingo como el lunes hubo algunas eliminaciones, diez en total. ¿La razón? No lo sabía. ¿Me importaba? Más bien poco. Las chicas que me interesaban seguían estando en la competición.
Como iba diciendo, los días pasaron volando. Tanto el martes como el miércoles estuvimos muy atareadas preparando la bienvenida a los bailarines, profesores y familiares; y la fiesta que se celebraría después de los nacionales. A parte de esto, yo me había centrado más en mis ensayos, los había endurecido; aunque no eran nada en comparación con lo que me esperaba cuando llegara Hannah.
El caso es que llegó el jueves y estaba de los nervios. Hoy vería a mi familia, a Hannah y a mis compañeras de baile. Se suponía que vendrían por la tarde.
Miré la hora en mi reloj de pulsera y bufé. Solo eran las diez de la mañana. Quedaba un montón para las cinco (la hora a la que llegarían los invitados). Hoy nos habían dejado a nuestro aire. Yo me encontraba en la Sala de las Mujeres con Jade, Laura y Andrea. Ellas, al ver que bufaba, se rieron.
—¿Qué os hace tanta gracia? —les pregunté.
—Tú —respondió Laura con una sonrisa burlona en los labios—. Solo son las diez y ya estás de los nervios.
—No lo puedo evitar —me defendí—. Los nacionales son en dos días.
Nos quedamos calladas, concentradas en nuestra partida de cartas. Estábamos jugando a El cuadrado. Me fijé en mis compañeras (Georgina y Jade). No hacían nada sospechoso. De repente, en la mesa apareció la carta que necesita para tener cuatro cartas del mismo número. En cuanto la cogí de la mesa, dije:
—Jade, ¿qué hora es?
Esperaba que Andrea, mi compañera, pillara la seña.
El resto de chicas estaban esparcidas por la estancia: unas viendo la televisión, otras leyendo, otras charlando… En una de las esquinas, cerca de nosotras, se encontraba la reina America, revisando unos papeles. Parecía un poco aburrida, aunque no estaba segura.
Jade me miró y yo la miré a ella de forma inocente, como si lo único que quisiera fuera saber la hora.
—No lo sé —respondió. Ella no tenía reloj, por eso se lo había preguntado a ella.
La partida continuó. En cuanto sacamos otras cuatro cartas, volví a preguntarle:
—Jade, ¿qué hora es?
Esta vez se lo pregunté de forma más brusca para que Andrea se diera por aludida. Pues no lo conseguí.
—Maddie, ¿tienes amnesia o qué? —me dijo ella algo molesta—. Te acabo de decir que no lo sé.
Cinco minutos más tarde, al ver que Andrea no se daba cuenta, volví al ataque.
—¡Jade, que qué horas es! —exclamé, pero esta vez miraba fijamente a Andrea.
—¡Que no lo sé!
—¡Ah, cuadrado! —dijo Andrea.
En cuanto lo dijo, ambas estallamos en carcajadas. Jade y Georgina nos miraban con la boca abierta, asombradas.
—¿Esa era la seña? —preguntó Georgina riéndose.
Lo único que pude hacer fue asentir. La verdad, había sido buena idea lo de poner esa seña. Se suponía que debíamos mantener un tono moderado, pero con aquella situación no pudimos evitarlo.
—Disculpadme, señoritas —dijo una voz. Nos giramos y nos encontramos con la mismísima reina America. Creo que había oído todo—. ¿Puedo preguntaros una cosa?
Todas asentimos con la cabeza, incapaces de decir nada.
—¿A qué estáis jugando?
La pregunta nos sorprendió tanto que nos volvió a dejar sin habla.
—A cuadrado —dije en cuanto conseguí que mis neuronas dieran la orden.
—¿Puedo mirar? —preguntó.
—Claro —dijo Andrea con una sonrisa.
La reina America acercó una silla y se sentó entre Jade y yo mientras Andrea y yo discutíamos sobre qué seña hacer. Al final nos decantamos por tomar un sorbo de nuestro té.
La partida comenzó y tenía dos cuatros de manos. “Pues a cuatros”, pensé. La partida continuó sin ningún percance hasta que tuve cuatro cuatros. Tomé un sorbo. Nada. Andrea no se había enterado. Cuando la vi que me miraba, tomé otro sorbo. Nada. “La mato”, pensé. La reina, que había estado observando la partida con atención, dijo: