A la mañana siguiente, mucho antes de que la alarma sonara, me levanté, cogí la ropa que me pondría para ir al colegio y el reproductor de música, y me dirigí al baño. Una vez vestida y peinada con una trenza, salí y bajé a la planta baja.
Llevaba dando vueltas en la cama como una tonta horas, y estaba harta de hacerlo. Así que decidí levantarme y hacer algo productivo, como bailar, por ejemplo.
Una vez en la planta baja, me dirigí a la sala de ensayo. No obstante, cuando llegué a ella, la encontré cerrada con llave. Mierda. ¿Qué demonios…? Entonces se me encendió la bombilla. ¡Kara y Álvaro siempre cerraban todas las puertas con llave para que nadie entrara al Moonlight o saliera de él! Genial, ¿dónde podría ensayar? Tras pensarlo varias veces, decidí ir al salón, ya que allí había el espacio suficiente para bailar.
Ya en el salón, me puse a calentar. Esto me llevó media hora, por lo que cuando acabé de calentar eran casi las seis y media de la mañana. Fui a encender mi reproductor de música, pero hubo un problema: ¡No se encendía!
—Vamos, pequeño, no te mueras ahora —murmuré en voz baja.
Volví a intentarlo, pero no se encendía. ¿Pero qué…?
—Aguanta, yo te salvaré.
Le di la vuelta y lo inspeccioné, pero no vi nada raro (aunque yo no era una experta en el tema de mecánica).
—Vamos, no te mueras. Sé que puedes aguantar unos días más. No te pido más…
—¿Con quién hablas? —dijo la voz de la reina America.
Abrí los ojos como platos y, cuando me recompuse, alcé la cabeza. Había estado tan concentrada en que el reproductor de música no se encendía que no me di cuenta de que la reina y Marlee habían entrado en la estancia.
—Pensaba en voz alta —respondí, encogiéndome de hombros—. Es algo normal en mí.
—Yo también pienso en voz alta, a veces —contó Marlee.
La reina y Marlee se acercaron a donde yo me encontraba, sentada en uno de los sofás con las piernas cruzadas (sentada a lo indio), y se sentaron en el mismo sofá en el que estaba yo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Marlee con preocupación—.¿Por qué tienes esa cara?
—Mi reproductor de música ha decidido dejar de funcionar.
—¿Por eso estabas diciendo eso de “vamos, pequeño, no te mueras ahora”? —preguntó la reina imitando mi voz, haciendo que tanto Marlee como yo soltáramos una carcajada ante su pésima imitación.
—Sí —dije en cuanto me hube calmado.
La reina y Marlee se miraron, y, de pronto, empezaron a sonreír. “Por qué me da a mí que traman algo”, pensé. ¡Un momento, que parase el mundo! Reconocía ese tipo de miradas: eran las mismas miradas de complicidad que nos echábamos Lea y yo.
Ahí, en ese momento, supe que Marlee y la reina eran más que amigas; eran mejores amigas, cómplices la una de la otra.
—Madison, ¿qué te parecería si por navidad se te regalara un nuevo reproductor de música? —me preguntó Marlee.
¡¿Qué?! ¿Estaban locas o qué? Nunca, jamás, aceptaría un regalo así; era demasiado.
—Oh, no os molestéis —les dije, restándole importancia con la mano.
—No, tranquila, no nos molesta. Es más, se supone que todas las chicas de la Selección que queden para navidad deben recibir algún que otro regalo —dijo la reina America.
—Pero yo no quiero nada —me quejé. Al ver su mirada extrañada, me expliqué—: Algo que me diferencia del resto es que no me gusta recibir regalos cuyo presupuesto es muy alto o que sé que apenas lo utilizaré. Es más, cuando me regalaron este reproductor de música, me negué en rotundo a aceptarlo; les costó mucho que aceptara quedármelo.
—En otras palabras, te gusta lo sencillo —comentó Marlee, observándome con atención.
Asentí con fuerza.
Después, se instaló un pequeño silencio entre nosotras, un silencio que fue roto por la reina.
—Marlee, se nos ha olvidado algo importante —dijo, mirando a Marlee a la cara.
—¿El qué? —quiso saber ella.
—El proyecto filantrópico.