Unos aplausos me hicieron volver a la realidad.
Tras despertarme temprano y ver que no dormiría más, había decidido ponerme a ensayar ya que suponía que, como era sábado, no podría ensayar. Además, debía trabajar en el proyecto filantrópico.
Me había concentrado tanto que no me había percatado de que alguien entraba en la habitación. Estaba en mi burbuja, en mi mundo, hasta que los aplausos me hicieron salir de ese estado.
Paré y me giré para ver quién o quiénes eran, aunque yo ya lo suponía. ¿Quién estaría a estas horas en mi habitación? En efecto, mis doncellas.
—Señorita, qué bien baila —exclamó Abigail con la emoción brillando en sus ojos azules.
Me ruboricé un poco.
—Ese baile es nuevo, ¿no? —observó Romina maravillada.
Asentí con la cabeza.
—Es uno de los bailes que haré en los internacionales —les expliqué.
—¿Y cuánto tiempo lleva ensayándolo? —se interesó Danna—, porque parece que lleva ensayándolo meses.
—Hace menos de una semana que aprendí la coreografía completa.
—Es usted una profesional —me alabó Romina, sonriéndome.
Me ruboricé aún más. El día acababa de empezar y ya estaban alabándome.
—Será mejor que empecemos a prepararme —les dije, cambiando de tema.
Ellas asintieron y se pusieron manos a la obra. Romina me preparó el baño mientras que Danna y Abigail me desvestían. Una vez este estuvo preparado, me bañaron, vistieron y secaron el cabello. Por último, me peinaron mi castaño y enredado cabello en un moño sencillo, dejando sueltos dos mechones de cabello.
Una vez lista, salí de la habitación, despedida entre ovaciones y reverencias, y me dirigí al comedor, a desayunar junto a la familia real y al resto de las chicas de la Selección.
. . .
Tras el desayuno, fui a la Sala de las Mujeres. En realidad, estábamos obligadas a estar allí ya que, de vez en cuando, venía alguna que otro visita. Esto no tenía sentido. ¿Por qué debíamos estar todas presentes? Lo entendería si lo hiciera cuando ya solo quedara una (la que sería nombrada princesa de Illéa); pero ahora… No tenía ningún sentido.
Pasé el mayor tiempo allí trabajando en mi proyecto filantrópico. A decir verdad, esta mañana se me había ocurrido de qué podría hacerlo. Se me había ocurrido que estuviese relacionado con los niños o con los orfanatos, aunque no tenía ninguna que sobre el mío.
Así que armada con libros que había tomado prestados de la biblioteca, folios para tomar apuntes y bolígrafos, entré en la sala. Estuve leyendo informe tras informe, artículo tras artículo, viendo cómo era la situación de los niños cuyos padres o tutores legales tenían un nivel económico bajo. Tomé apuntes y no paré hasta que la mano me dolió tanto que tuve que parar.
Era increíble que, aunque las castas fueran eliminadas, aún quedara familias que trabajaban demasiado para conseguir lo justo para vivir o incluso ni eso. Hubo otro dato que también me alarmó: la cifra de niños que eran abandonados o huérfanos era unos 300.000. Era increíble. Pero ahí no acababa la cosa: el 50% de los orfanatos no cubría las necesidades de los internos, pero aun así seguían abiertos.
Leí y releí documentos mientras tomaba apunte tras apunte. Al final ya sabía de qué hacer: sobre los niños huérfanos del país; así podría usar mi propia experiencia como ejemplo.
Estaba tan concentrada en mi trabajo que no me di cuenta de que alguien se había acercado sigilosamente hasta que ese alguien decidió hablar.
—¡Madison! —exclamó Andrea tirándome un cojín encima.
—¡Ah! —grité yo, sobresaltada.
Por suerte, la reina no se encontraba allí. Si no, habría sido muy vergonzoso por mi parte ya que, como decía Lisa, “no es de señoritas alzar la voz”.
Andrea rió, sentándose a mi lado. Yo, pocos segundos después, también empecé a desternillarme. La verdad, había sido divertido la forma en la que me había desconcentrado. Debía estar muy concentrada para no notar su presencia.
—¿Cómo no te has dado cuenta de que me acercaba a ti? —me preguntó ella entre risas.