Pasó otra semana sin apenas notarse.
Al final supe quién o quiénes me habían regalado el reproductor de música: habían sido los reyes, Marlee y Carter. ¡Yo los mataba! Les había dicho que no lo quería porque era muy caro y ellos habían pasado.
Por otro lado, supe que cada de las chicas de la Élite había obtenido un regalo por parte de ellos: el collar caro de Elizabeth, el conjunto de pulsera y pendientes de Evelyn, el teléfono móvil de última generación de Andrea y mi reproductor de música. Según parecía, mi regalo era el más barato.
Antes de que mi familia se fuera de palacio vi a Kara y a Álvaro hablando con los reyes, Marlee y Carter. Parecían estar discutiendo acaloradamente sobre algo. Ojala supiera en por qué.
Invertí muchas horas en mi proyecto filantrópico, ensayándolo en voz alta tanto delante del espejo como delante mis doncellas, practicando la cara que pondría y el tono de voz.
No obstante, invertí más horas al baile. Endurecí mis ensayos, nunca terminaba hasta que me aseguraba de que había salido perfecto o casi perfecto. También, antes de empezar los ensayos pero después de calentar, ejecutaba las acrobacias que debía hacer en los bailes. En otras palabras, al final del día acababa agotada.
Entre los ensayos y el proyecto filantrópico apenas tuve tiempo para mí. De vez en cuando bajaba a la Sala de las Mujeres, pero siempre con algo de trabajo entre las manos. No podía permitirme perder una o dos horas sin hacer nada.
Las familias de las seleccionadas se fueron después de Año Nuevo. Ese día se celebró un banquete para despedir el año. Mientras sonaban las campanadas comíamos las doce uvas; esto era una tradición en todo el país, lo de comer las uvas (el banquete estaba de más, para mi gusto). Después, estuvimos jugando al Bingo mientras apostábamos con pipas.
Antes de que mi familia se marchara, pillé a Kara y a Álvaro hablando con Marlee y Carter. Parecía que era un tema serio, ya que el semblante de todos era serio. Supuse que estarían tratando el tema de la hija perdida de Marlee y Carter. Ojala la encontraran pronto. Me pregunté qué pasaría si Lea era su hija; ¿seguiría siendo mi amiga? ¿Nos podríamos seguir viendo?
Lo más extraño que había pasado esta semana fue que casi todas las chicas de la Élite empezaron a hablarme. Digo casi todas ya que Evelyn siguió igual. Mejor, no quería tener nada que ver con ella. Como iba diciendo, las chicas empezamos a conocernos mejor, empezamos a entablar una amistad más fuerte y, esperaba, duradera; al fin y al cabo, todas estábamos pasando por lo mismo.
No volví a estar con Eric hasta el viernes, el día en el que nos encontrábamos. El viernes era el día de las presentaciones del proyecto filantrópico y fue un día malo para mí.
En primer lugar, apenas pegué ojo en toda la noche debido a que me carcomían los nervios. Cada dos por tres miraba la hora en mi reloj de pulsera. Ya a las siete de la mañana, al comprobar que no dormiría más, decidí levantarme y empezar a ensayar.
Dos horas después, me encontraba exhausta y sudorosa. Llevaba puesto el conjunto que me habían regalado Kara y Álvaro y las bailarinas nuevas. Esas dos horas de baile me habían venido de perlas; ¡ya no estaba nerviosa! Me había tranquilizado; además, tenía hecha la presentación con apoyo de un vídeo que había hecho a base de fotografías.
Una oleada de aplausos me devolvieron a la realidad.
Mis doncellas habían entrado en la habitación.
—Señorita, cada vez lo hace mejor —me elogió Abigail.
Me ruboricé.
—No es para tanto —les dije.
—Sí es para tanto. Es usted la mejor bailarina de Illéa —dijo Romina.
Después de decir esto, me empezaron a preparar. Una vez vestida, Romina se esmeró con el maquillaje, tapándome las ojeras que tenía. Dejó mi cabello liso y suelto, como a mí me gustaba.
Salí de la habitación un poco antes de las nueve y media de la mañana. Al llegar al comedor pude comprobar que todas estaban nerviosas; todas salvo yo. Gracias al baile me había tranquilizado lo suficiente como para relajarme.
Tras el desayuno, fui a la Sala de las Mujeres. Una vez allí, pude observar que las otras chicas se encontraban cada una en un rincón, revisando sus presentaciones. Debía ser la única que había decidido no tocarla hasta casi la hora del Report. Llevaba uno de los libros que me habían regalado por navidad y tenía la intención de sumergirme en una agradable lectura.