Camino al Sol

Tharsis

En las noticias mostraban lo abarrotadas que estaban las aerolíneas espaciales en la Tierra. Gente de todo el planeta intentaba comprar un boleto para viajar a Marte y salvarse del calor que amenazaba con exterminar la raza humana.

Jonathan apagó el televisor y caminó hacia la ventana. Sobre la tierra color rojizo, los árboles de hojas amarillas refrescaban el caluroso día en Tharsis. El cielo marciano era levemente más verdoso, pero después de llevar viviendo 8 años allí, se había vuelto algo normal.

Cuando Jonathan llegó al planeta éste era frío, la temperatura bajaba varios grados cada hora y por las noches había tormentas de nieve, hasta que con el paso de unos pocos años el clima fue cambiando hasta volverse perfectamente cálido. Hasta la fecha el clima seguía siendo agradable y le encantaba vivir en Marte, pero el hecho de que llegaran los terrícolas echaría todo a perder.

Bajó por el ascensor panorámico y vio su auto, uno blanco con el techo negro. Sobre el techo un ícono mostraba que se estaba cargando con energía solar. Llegó al primer piso y caminó hasta un parque donde una mujer observaba a unos niños que jugaban en el tobogán. Se sentó a su lado y la mujer le habló.

—¿Terminó ya de cargarse el auto?
—Aún no termina, pero queda poco —respondió él.
—Te ves molesto. ¿Estás bien? —preguntó Anika.
—No mucho la verdad. Me tiene inquieto el hecho de que los terrícolas vengan a vivir a Marte.
—No le veo lo malo, las cosas están complicadas allá.
—No entiendes, cariño, tú naciste aquí y sólo conoces esta realidad. Los terrícolas son malos.
—Que hayas tenido malas experiencias mientras vivías allá no quiere decir que todos sean malos. Tú eres bueno.
—Soy una de las pocas excepciones. La gente de Marte, los marcianos, de por sí son pacíficos, vivimos en una buena sociedad, somos limpios, honestos. El terrícola es todo lo contrario, es mal intencionado, sucio, ladrón, asesino...
—Querido, no digas eso, te pueden oír los niños y se van a asustar.
—Lo siento. De todas maneras, estoy velando por ellos, sé como es la gente de la Tierra —bajó la voz— van a venir destruyendo, conquistando, peleando, matando... Son una verdadera plaga, no saben vivir en paz.
—Hablas como si estuviéramos en el siglo XXIV.
—Los terrícolas son menos civilizados que los marcianos. Yo mismo quedé sorprendido cuando vi la forma en que viven aquí.
—Ya verás que se van a adaptar —dijo ella en tono tranquilizador—, así como hiciste tú y la mayoría de los que han llegado a vivir a Marte en el último tiempo.
—Eso espero, Anika, eso espero. No es lo mismo un puñado de terrícolas que naves y naves llenas de ellos.

Desde los juegos venían corriendo un niño y una niña de 5 años, eran mellizos.

—¡Papá! ¡Mamá! —gritaban apuntando al cielo—. ¡Fobos y Deimos están juntas!

Jonathan miró al cielo y vio a ambas lunas pasar juntas, evento que sucedía cada tres días y que a los niños les encantaba ver.

—Hubiese sido mejor verlas de noche, pero al menos las vimos —dijo sonriendo a sus hijos.

Volvieron al edificio y el auto ya no tenía el techo negro, sino que estaba completo de color blanco.

—Ya terminó de cargarse —dijo Anika.
—Al auto, niños, vamos a visitar a los abuelos —ordenó Jonathan y corriendo mientras reían, los mellizos obedecieron.

Los niños pusieron cada uno la palma de la mano sobre su puerta correspondiente y éstas se abrieron deslizándose hacia atrás. Luego de ajustarles el cinturón, los padres hicieron lo mismo en sus puertas, que abrieron hacia delante. Jonathan, en el asiento del conductor, presionó el botón de su reloj inteligente y la pantalla al lado del volante se encendió mostrando la silueta de una mano de color verde, sobre la cual puso su palma derecha y el vehículo arrancó.

En la noche, mientras su familia dormía, Jonathan se levantó. Apenas la luz se encendió él la apagó desde su reloj para no despertar a su esposa. Se acercó a la puerta de la habitación y ésta al reconocerlo se abrió deslizándose hacia los lados. Llegó a un pequeño cuarto que hacía de oficina, donde había una gran pantalla. La encendió desde el reloj y con el dedo comenzó a buscar un archivo. Estaba encriptado, por lo que pidió reconocer la huella. Puso su dedo índice en el reloj y el archivo se abrió en la pantalla. Era la noticia de una mujer que había muerto asesinada en un asalto en el año 4188, hace 9 años atrás. Acercó la imagen de la mujer y acarició la pantalla. Buscó en un mueble cercano una botella de vino y comenzó a beber mientras lágrimas caían por su rostro.

En la mañana la puerta se abrió y entró Anika, visiblemente preocupada, pero sintiendo alivio al encontrarlo durmiendo en el escritorio. El sensor de la pantalla se activó con el movimiento y mostró a Anika la imagen de la noticia. Jonathan despertó e intentó quitar rápidamente la imagen de la pantalla.

—Ya la vi, no tienes que quitarla —dijo ella tristemente.
—Lo siento, yo...
—No te preocupes, sé que aun la extrañas.
—Anika, mi amor, no te sientas mal. Es que, de saber que la misma gente que mató a mi primera esposa puede venir a vivir aquí, al lugar donde pude rehacer mi vida, donde tengo una familia, donde soy feliz... me preocupa. Tengo miedo por ti, por los niños.
—Tharsis es distinta a New York, y tenemos la mejor seguridad que se puede tener en el país.
—Tienes razón.
—Sé que no puedo entender lo que sientes, porque nunca estuve allá, siempre he vivido en este mundo pacífico, pero estamos juntos y siempre lo vamos a estar. Vamos a envejecer juntos y vamos a ver crecer a nuestros nietos, ya verás.

Jonathan sonrió y ella lo abrazó, sentándose en sus piernas.

La pantalla de la oficina comenzó a tener interferencia y la luz comenzó a titilar. Se miraron asustados y salieron a mirar al balcón, desde donde vieron al Sol más brillante que nunca, volviendo el cielo más verdoso de lo normal y un calor intenso encandiló aquella mañana a la nación de Howking en Marte.



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En el texto hay: oscuridad, espacio, sol

Editado: 17.02.2022

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