Camino al Sol

Lluvia de estrellas

Los terrícolas llegaban al planeta rojo desde hace seis meses y ya se veía en la calle el efecto de su llegada. Había basura en el suelo, animales abandonados, gente sin trabajo vagando en las avenidas, discusiones acaloradas entre vecinos, peleas, pandillas y un sin fin de problemas que no eran comunes en el planeta antes de la llegada de la gente de la Tierra.

La tormenta solar era cada vez más potente, dejando como consecuencia algunos satélites defectuosos, causando problemas de comunicación y también causando fallas en celulares, relojes y casas inteligentes en ambos planetas.

Se estaba volviendo común presenciar auroras boreales en el polo norte marciano, lo que era todo un evento para sus habitantes, pero preocupante para los científicos, ya que no era algo normal. Svetlana, una piloto de naves interplanetarias, era una de aquellas personas que disfrutaban de la vista. De niña sus padres la llevaron a vivir a la Federación de Zelenyy. Podía decirse que era marciana, pues había alcanzado a vivir sólo 6 años en Ucrania. Ahora con este trabajo estaba una semana en Kániv (Ucrania), en casa de su abuela, y una semana en Petrov (Zelenyy), mientras que a bordo de la nave pasaba dos, que era lo que duraba el viaje entre planetas.

Aquel día debía volver a la Tierra. El viaje de ida era casi sin pasajeros, puesto que ya nadie quería volver a la inseguridad del planeta azul, pero el de regreso era con el 100% de la capacidad de la nave, aun cuando el valor de los pasajes a Marte estaban por las nubes.

Cuando llegó a la plataforma de despegue vio en uno de los andenes a un hombre de unos cincuenta años de edad, bajo de estatura, de cabello gris, casi sin cuello y ojos verdes. El hombre portaba una pantalla con el mensaje: «VUELVAN A LA TIERRA ES MÁS SEGURO ALLÁ». Svetlana, curiosa como siempre había sido, se acercó al hombre.

—¿Por qué muestra ese mensaje? —preguntó ella.
—Porque en Marte no hay posibilidades de sobrevivir.
—¿Sobrevivir a qué?
—A lo que viene.
—¿Y qué es lo que viene?
—Frío, oscuridad... muerte.

Svetlana sintió miedo, no estaba segura por qué.

—Señor, ¿cómo es posible que hable de frío en una época de tormentas solares? ¿No ha visto las noticias?
—Sólo puedo decir que vi el futuro, viví en él y la muerte me dio otra oportunidad.

Svetlana lo tomó por loco al oír aquello.

—Las tormentas solares sólo son el comienzo, el Sol está dando su última energía —dijo el hombre.
—¿Qué quiere decir?
—Toda estrella muere, sin excepción.

Los guardias de la aerolínea espacial llegaron y se llevaron al hombre por la fuerza, pues tomaron el mensaje como xenófobo. Ella quedó con deseos de saber más, aunque reconocía que era una verdadera locura lo que el hombre hablaba.

La semana que estuvo en Kániv fue calurosa, con temperaturas alrededor de los 30°C. Pensaba en lo extraño que era ver gente bañarse en el río Dniéper en pleno invierno.

Pensaba en las palabras del hombre que vio en el andén. Todo era ilógico, que la muerte le había dado otra oportunidad, que iba a haber oscuridad, hielo... ¿Y si fuera cierto y de verdad existía tal peligro? Habían rumores de que habían cerrado un observatorio por intentar filtrar cierta información acerca de la tormenta solar. Aunque también sabía de buena fuente que las familias de los presidentes terrícolas estaban viviendo en Marte. Todo estaba confuso en su cabeza y se sentía tonta por prestar oídos a cualquier persona.

Intentó llamar a sus padres por video llamada, pero no hubo forma de conectarse, los satélites que conectaban ambos planetas no estaban funcionando.

En la noche soñó con Marte, vio a la gente de Zelenyy congelada en la calle y al hombre del cartel mostrando el mensaje junto a los cuerpos. El miedo y la duda se habían sembrado en la cabeza de Svetlana y no sabía qué hacer.

Dos días antes de volver a Zelenyy fallaron los sistemas de seguridad del banco nacional y de varias empresas, generando problemas y robos a gran escala. Ella estaba sentada en la terraza de una cafetería leyendo las noticias cuando le tocaron la espalda. Era Yure, un amigo de infancia con quién solía juntarse en su estadía en Ucrania.

—Pensé que me habías olvidado —dijo Svetlana.
—No estaba en la ciudad. Intenté llamarte, pero los teléfonos están fallando y no pude realizar llamadas ni enviar mensajes.
—Me voy pasado mañana.
—Aún hay tiempo —Yure sonrió.

Pasaron la noche en un hotel, en el mismo de siempre, alejados de la plataforma de despegue, alejados del resto, por el camino de una carretera.

Agotados y cubiertos en sudor, permanecían abrazados, mientras el aire acondicionado enfríaba la calurosa habitación y la tele perdía señal una vez más.

—¿Vas a seguir insistiendo con el televisor? —preguntó Yure un poco molesto.
—Estoy a un día del despegue y seguimos sin información de Zelenyy —espondió ella con frialdad.
—¿Por qué no te quedas a vivir aquí?
—Tengo mi vida hecha allá en mi país, no puedo dejar simplemente todo atrás.
—De hecho sí puedes, y empezar aquí de nuevo, como toda una terrícola, con la vida que tienes acá con tu abuela... conmigo.

Ella sonrió y lo besó. En cierta medida Svetlana temía que Yure la terminara por convencer de quedarse. Había luchado mucho por conseguir su trabajo y no quería arruinar su carrera por una relación a distancia.

En la mañana se fueron juntos en el auto de Yure hacia la ciudad. Él habló poco, lo que era raro, pues nunca dejaba de hablar.

—¿Te pasa algo? —preguntó Svetlana.
—La verdad es que sí. No puedo dejar pasar más tiempo.
—¿De qué hablas?

Detuvo el auto a un costado del camino y se desabrochó el cinturón de seguridad. Ella lo observó confundida.

—¿Qué sucede? —ella preguntó.
—No puedo seguir lejos de ti. Cásate conmigo.

Svetlana se llevó ambas manos a la boca, emocionada. Yure  sacó de su bolsillo una pequeña cajita que contenía un anillo de compromiso.



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En el texto hay: oscuridad, espacio, sol

Editado: 17.02.2022

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