Camino al Sol

Cementerio

Comenzaba a oscurecer y las puertas del Cementerio de Wakapuaka estaban cerradas. El guardia sudaba con el calor y decidió ir a beber agua. Hubiese deseado una cerveza bien fría, pero aún no volvía la energía a la ciudad y las autoridades no daban fecha de solución. «Maldita tormenta solar termina ya», gruñó. El agua salía desagradablemente tibia del viejo grifo, pero calmaba la sed.

Miró el cielo, que en vez de los típicos tonos rojizos del atardecer, se volvían entre verdosos y azulinos. «Jamás pensé llegar a ver algo así —seguía gruñendo para sí mismo—, el Sol blanco y el atardecer verde... ¿Qué sigue? ¿La noche color calipso?»

Pero la noche se mantuvo de color negro, más oscura que otras noches, sin la intervención de las luces artificiales, lo que era perfecto para Mike y Jules. Desde que eran niños hablaban de entrar al cementerio y grabar toda la actividad paranormal que pudieran encontrar. Esta noche era la noche. Finalmente las condiciones se habían dado de manera propicia. Aunque la cámara especial se había dañado, Jules tomó la de su abuelo, que no funcionaba con energía solar y tenía carga suficiente para toda la noche. De todos modos, tomó una batería extra, por si acaso.

Saltaron la gran reja y, una vez adentro, encendieron la cámara que, si bien no grababa a color de noche, permitía una imagen nítida y detallada en alta definición.

Apenas comenzaban su expedición cuando un gran temblor sacudió el suelo a sus pies. Mike cayó sobre una lápida y ésta se partió.

—Viejo, ¿estás bien?
—No, hermano. Rompí una lápida —dijo espantado—, eso deben ser décadas de mala suerte.
—Eso de la suerte no existe.
—Rompí mi pantalón.

Mostró la rodilla, donde faltaba un trozo de tela.

—Al menos no te lastimaste. Sigamos, esto apenas comienza.
—Hay algo extraño. ¿No sientes que la temperatura bajó?
—Pensé que era yo, por el nerviosismo.
—Tal vez sea sólo eso.

En ese momento, centenares de aves salieron de los árboles cercanos, cubriendo el cielo estrellado, graznando, pitando, haciendo un ruido estridente que no pasó desapercibido ni siquiera para el guardia del cementerio, que salió con su linterna.

Los muchachos al ver al guardia se arrojaron al piso, temblando de miedo por las cosas que estaban sucediendo.

—Vámonos —rogó Mike.
—¿Vas a quedar como un cobarde por unos cuantos pájaros?
—Viejo, acaba de temblar y mira las aves, taparon el cielo y siguen apareciendo. Esto no es normal.
—Es por el temblor. Se asustaron. Es completamente lógico. Tranquilo, aún no empezamos el recorrido y ya te quieres rendir. Estamos juntos en esto.

Jules se puso de pie y tomó la mano de su amigo para levantarlo. Diez años de amistad le dieron a Mike la confianza para seguir. Se conocían desde los seis años y jamás se habían abandonado. Definitivamente esta no sería la ocasión.

El sonido de las aves comenzó a menguar después de lo que parecieron unos treinta minutos. Las lápidas estaban llenas de excremento por todos lados y se oía al guardia maldecir a los gritos a las aves desde la caseta, también a su perro, que al parecer había huido despavorido.


 

La cámara mostraba el lugar en blanco y negro. La pantalla decía que llevaba dos horas y trece minutos de grabación. Extrañas figuras se formaban a la distancia y se oía la respiración agitada de los muchachos.

—Por allá, a la derecha. ¿Viste eso? —susurraba Mike.
—No veo nada —la voz de Jules se oía temblorosa—. ¿Es idea mía o está empezando a hacer frío?
—No sé si es frío o miedo, pero yo estoy temblando.

De pronto se oyó el fuerte sonido del aleteo de un ave, uno grande. Ambos jóvenes gritaron. La cámara enfocó un par de alas de al menos un metro de largo aleteando pesadamente, luego enfocó el suelo y los pies de Jules que corrían a toda prisa.

Al rato se oía la respiración cansada del muchacho, mientras se enfocaban sus pies. Temblaba y no reaccionaba.  Un ruido en un árbol cercano lo sacó de aquel estado.

—¿Mike? ¿Eres tú?

Un fuerte y frío viento pasó, haciendo que Jules se estremeciera. En la grabación se podía oír el castañeteo de sus dientes.

—Mike... sal de ahí. Está bien, vámonos, pero no me asustes. ¿Dónde estás, Mike?

La voz se oía cada vez más angustiada y la respiración se entrecortaba por el frío.

El aleteo se volvió a escuchar y Jules maldijo a viva voz mientras volvía a correr.

Las lápidas, árboles y cruces le daban a la noche una siniestra forma. Las sombras se proyectaban inmensas.

—¿Sombras? —preguntó Jules, confundido.
—¡Jules!

Cuando Mike gritó su nombre casi le generó un infarto, pero se sintió aliviado de no estar solo.

—¿Dónde estabas?
—Corrí, sólo corrí, no sé. Jules, debemos irnos, encontré al perro del guardia y está muerto.
—¿Cómo que está muerto?
—Tenía la piel desgarrada, le faltaban los ojos...
—No me quieras asustar.
—No quiero asustarte, viejo, pero estoy entrando en pánico.
—Pero cómo estaba desgarrado, no entiendo cómo...

Las sombras se proyectaron en el suelo enormes. Ambos guardaron silencio y miraron al cielo, abriendo los ojos de manera exagerada. Mike comenzó a respirar agitado y vapor comenzó a salir de su boca, la temperatura bajaba rápidamente.

—Enfoca la Luna, hombre.

Jules no se había dado cuenta de que estaba enfocando a su amigo. Volvió la cámara al cielo y la luna se veía gigante, además de que las estrellas se movían de manera anormal. Algo sucedía, algo no estaba bien.

La cámara se apagó.

La imagen volvió con el rostro de Jules en ella.

—Ahí sí. Está funcionando otra vez, no sé qué pasó.
—La tormenta solar debe haber interferido.
—Para que quede grabado... Algo pasó con la Luna. Estaba gigante y luego...
—¡Entró al planeta!
—No creo que haya entrado, Mike, no sé qué fue exactamente.
—Para allá está Australia, ¿no?
—Creo que sí. Ha vuelto a temblar.
—Jules, yo creo que la luna chocó con la Tierra, por eso el terremoto que acaba de ocurrir.
—Cálmate, nos vamos ahora.



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En el texto hay: oscuridad, espacio, sol

Editado: 17.02.2022

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