Camino al Sol

La cerca de Honggú

Al sureste marciano, situada en un valle, se encontraba una tranquila nación llamada Honggú. Al igual que el resto de los países en Marte, era pequeño en comparación a los países terrícolas, pero no así en lo económico. Era el principal punto de abastecimiento de alimentos en el planeta rojo. La república estaba llena de granjas de gallinas y conejos. Algunos tenían vacas y cerdos (debido a su escasez en el planeta eran un verdadero lujo). También criaban tilapias en el lago Liu-Shuei. Los árboles frutales crecían a los pies del monte Chan Kong-Sang, regalando no sólo sus frutos, sino que también sombra en los días de verano. Cosechaban trigo, maíz, papas, zanahorias y gran cantidad de hortalizas en el suelo maravillosamente fértil.

Mei abrió sus ojos y ese recuerdo de abundancia y calor se fue al despertar. El frío y la oscuridad eran angustiantes. Cubierta de muchas ropas, salió a la nieve con una antigua lámpara de aceite. Había una húmeda niebla, que amenazaba con apagar la mecha de la lámpara.

Llegó al establo, desde donde cacarearon algunas gallinas. Inspeccionó el lugar lentamente. Las gallinas estaban acurrucadas en sus nidos, una al lado de la otra, intentando encontrar calor.

Una gallina había muerto durante la noche. La quitó del nido y vio que había puesto tres huevos. Sacó al resto de las gallinas fuera del establo y repartió los huevos entre dos gallinas que estaban empollando.

Chen, el nieto mayor de Mei, se levantó, y sin decir palabra comenzó a encender una gran fogata, donde las gallinas se acercaron en busca de calor. El gallo cantó cuando vio el fuego, y se acercó abriendo las alas.

Calentaron agua en una vieja tetera y bebieron té sentados frente al fuego que crepitaba amablemente para ellos. La cara de Chen demostraba el frío y el sueño que el muchacho sentía, además de la gran pena que compartía con su abuela: eran los únicos sobrevivientes de su familia. Lentamente el frío se fue llevando al resto, primero a la hermanita menor de Chen, luego a su madre, su abuelo, su hermano del medio, su tía y hace unos días atrás su padre, que cayó al lago congelado cuando buscaba algo de comer. Mei sabía que a ella le quedaba poco tiempo también. Antes del gran apagón tenía setenta y ocho años y calculaba, por la apariencia de su nieto —de unos dieciocho— que ya habían pasado unos cuatro o cinco años desde aquello.

—Murió otra gallina —dijo Mei mientras bebía del té.
—Al menos aún tenemos al gallo —Chen habló con una voz lejana.
—Ya verás que esta vez sí van a nacer pollitos.
—No lo creo, abuela. Hace tiempo que no nace ninguno y el frío es cada vez peor. Nos quedan pocas gallinas, queda poco grano y ya no crecen más vegetales.
—Chen, hemos sobrevivido todo este tiempo... Sé que seguiremos así y tú vas a vivir muchos años. Tendrás hijos y serás de los nuevos pobladores de la raza humana.

Chen dejó caer unas lágrimas y su abuela lo abrazó llorando.

—Extraño al resto de la familia —dijo él.
—Yo también, hijo... Pero nada podemos hacer por ellos.

Al cabo de un largo rato comenzaron a verse fogatas en casas vecinas y a escucharse el canto de otros gallos. Cada quien comenzaba el día a distintos horarios, ya que no había un punto de referencia para hacerlo, salvo el hecho de despertar.

Mei había preparado baozí (pan o bollo al vapor) para comer, no podían darse el lujo de matar una gallina, sobre todo después de que una hubiese muerto de frío.

Los bollos recién salían, cuando el sonido de cuernos irrumpió el silencio. Chen tomó unos cuantos y una antorcha, y salió caminando a través de la nieve, donde hace tiempo atrás, estaban los cultivos de su familia.

Después del gran apagón, en el resto de los países se armó un caos de proporciones gigantescas. Saquearon los supermercados y tiendas, las peleas eran comunes por conseguir comida o por robar lo que tenía el otro. No sólo los terrícolas que llegaron huyendo del calor eran quienes delinquían, sino que también los marcianos nacidos y criados en el planeta. Era algo que estaba arraigado en la raza humana, como una especie de instinto, siempre salía a relucir lo peor, la violencia, el robo, el asesinato... En el pueblo de Mei y Chen, en cambio, se habían tomado la desgracia con más calma y respeto entre ellos. Se reunieron todos en una asamblea y decidieron cercar el pueblo con estacas que obtuvieron de los árboles ahora inservibles y hacían guardia todo el tiempo para evitar que los forasteros saquearan el valle. Fabricaron grandes tambores a modo de relojes de arena para repartir los turnos, y al terminar uno, cada centinela soplaba con fuerza un cuerno, avisando al próximo que era hora del cambio de guardia.

Pese a ser pacíficos, se vieron obligados a colgar en las estacas un par de cabezas de ladrones que cruzaron, para alertar a los intrusos de lo que podían esperar si intentaban pasar.

Chen seguía su camino hacia el punto donde le tocaba hacer guardia, temblando de frío y con el estómago rugiendo de hambre. Llegando al punto de vigilancia se comería los bollos que había guardado y bebería el té caliente que llevó en un termo. Aquel pensamiento lo llevaba concentrado.

De pronto, desde fuera del cerco, vio una silueta. Se acercó a las estacas y se dio cuenta de que era una joven de unos catorce a dieciséis años. La niña temblaba y miraba hacia dentro del cerco. Lo primero que Chen sintió fue miedo, pero al verla más detalladamente se dio cuenta de que la niña tenía miedo, y se fijó que era bonita. Miró alrededor y la fogata de centinela más cercana se divisaba a varios metros más adelante.

—¡Oye, muchacha!

La niña se acercó lenta y débilmente. Caminó con los brazos cruzados, temblando fuertemente.

—¿De dónde eres?
—Soy de Tuzi-gú.

(Aquel era el pueblo vecino, que quedó fuera del cerco.)

—¿Qué haces acá? ¿No sabes que te pueden matar?
—Tengo hambre —dijo débilmente, retemblando—. Debo llevar unos tres días sin comer. Y este frío apenas me deja dormir.
—Vuelve a tu casa. No podemos ayudarte acá.
—Ustedes tienen comida, por favor, dame algo de comer —asió las estacas, acercando el rostro entre los barrotes.



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En el texto hay: oscuridad, espacio, sol

Editado: 17.02.2022

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