Camino de estrellas

Más allá de la muerte 8

Barter Ríos había quedado colgado a las ramas de un árbol, y por suerte, estaba bien. Bernamir lo ayudó a bajarse de la copa del abeto. 
–¡Por todos los cielos, que suerte tuve! –exclamó el caballero cuando se reincorporó al grupo.
Cuando el Pianista fue hecho puré por la mano derecha de Bernamir todos sus seguidores huyeron a toda prisa. La base demoniaca estaba tan cerca e inactiva que casi no parecía que estuviera ahí.
–Octavio, ¿Cuántos hechizos con la espada tienes? –me preguntó Estela mirándome directamente a los ojos.
–Uno–mi respuesta dejó sorprendidos a mis subordinados.
–La espada que usas es mágica y tiene una capacidad mínima de cuatro poderes–me explicó Estela.
–¿Qué tengo que hacer para añadir más poderes a mi arma? –le pregunté con vivo interés.
–Toca la cabeza de dragón que se encuentra en la empuñadura de tu espada. Ahora recita las palabras: «Valish da Toras».
–¿Cómo sabes todo eso? –le dije indeciso.
–Porque la diosa Isabel me dijo que tenía que saber todas las formas de potenciar las armas, y también me dejó bien claro que debía compartir ese conocimiento con mis compañeros.
–Valish da Toras–dije un segundo después.
Ante mis ojos una pantalla se me presentó. Era como estar en un videojuego, pues tenía la posibilidad de elegir habilidades de acuerdo a los puntos que había acumulado hasta el momento. También podía cambiar el nombre de los poderes y hasta crearme un estilo marcial único. «Que bondadosa es la diosa Isabel, tendré que darle las gracias cuando la vea», pensé en lo que decidía que habilidades escoger. También tenía la opción de desarrollar capacidades cuerpo a cuerpo y de seleccionar otros tipos de arma.
–¿Crees que me hará falta un escudo? –le pregunté a Estela haciendo una mueca que denotaba mi felicidad en ese preciso instante.
–Con todo respeto, Octavio, creo que debería apurarse, veo movimiento enemigo en la base demoniaca–dijo Barter Ríos con su voz de hielo y metal.
–No te preocupes, ya tomé una decisión–le respondí para calmarlo.
Creé una línea marcial nueva y la llamé «Espadachín de Fuego», y mi primera postura la nombré «Cambio Estelar», la segunda «Zarpas de Dragón», la siguiente «Lluvia de Estrellas Vaporosas» y la cuarta «Camino a los Brazos del Dolor». Lo próximo que hice fue iniciar un nuevo estilo de combate cuerpo a cuerpo al que denominé «El arte del berseker samurái», incluí tres movimientos básicos «Las garras del Ocaso», «El puente Invisible» y «Los ojos del Cielo y el Mar Angosto». No tuve tiempo para más, sino mis subordinados se hubieran estresado. No cogí escudo, pero si otra espada que me la colgué a la espalda justo al lado de la otra, ambas espadas eran iguales y tenían los mismos poderes, se me ocurrió nombrarlas «Las gemelas del Espadachín de Fuego». La base del enemigo se encontraba a menos de cincuenta pasos, y más de cuarenta soldados demoníacos hacían fila para enfrentarse a nosotros.
Bernamir volvió a su tamaño humano luego de perder maná, y Anastasia inició su ataque contra el enemigo con un poder de flechas luminosas celestiales. Estela utilizó un conjuro de hielo y congeló a varios de nuestros adversarios, Barter Ríos atacó de frente con su primera postura de combate denominada «Gran Fuerza del Bravío». Yo, ansioso de poner a prueba mi propio estilo marcial, desenfundé mis dos gloriosas espadas bastardas y grité con todas mis fuerzas «Abran paso al Espadachín de Fuego». El Cambio Estelar, mi primera postura, consistía en un rápido golpe con la espada, y mientras más cargado el poder, más enemigos me podía llevar por delante en un mar furioso de fuego. Las gemelas brillaban producto del vivo fuego que recorría sus orgullosas hojas de acero templado (las gemelas son mis espadas, no personas ni nada parecido), mis valientes contrincantes se lanzaban hacía mí en busca de su propia muerte, aunque claro, era una búsqueda involuntaria y fútil. Cuando puse a prueba mi segunda postura ya no quedaba casi con quien luchar, una bandera blanca de más de tres metros de ancho se izó en la cima de la torre de mayor altura de la fortaleza demoníaca.
–¡Nos rendimos! –grito el banderizo que desplegó el estandarte de la paz.
Los tres o cuatro soldados que aún no habían caído ante nosotros, soltaron sus armas inmediatamente y se pusieron de rodillas con las manos en alto, en busca de perdón y misericordia.
–¡Por favor, no nos maten! –farfullaba uno de ellos.
–¡Tened piedad de nuestras almas! –exclamó otro de ellos con más osadía que el anterior, pero mostrándose igual de asustado.
–¿Vuestras almas? Yo no creo en eso de las almas, pienso que la esencia de los hombres está en los actos. ¿Qué han hecho ustedes de bueno por los demás? –les pregunté al acercarme lo suficiente a ellos.
–Nad… nada mi señor–dijo con honestidad el que pedía piedad por su alma y la de sus compañeros.
–Entonces creo que todavía están a tiempo de demostrar su valía, alzaos como mis humildes servidores y podré olvidar que un día eran mis enemigos.
Tres de los soldados se pusieron en pie e hincaron una rodilla en el suelo, y rezaron a sus dioses por la nueva oportunidad que yo les estaba ofreciendo, en cambio, uno de ellos no se levantó.
–No me rendí por mi incompetencia, sino por la de mis compañeros–era un hombre barbudo que no llevaba casco ni protección alguna en la cabeza–, no quisiera pasar a la otra vida sin poner en practica mis habilidades de combate, así que, supuesto «héroe», te retó a duelo cuerpo a cuerpo, sin espadas ni armas de ningún tipo–la proposición del hombretón me tomó por sorpresa, pero no iba dejar escapar una oportunidad como esa.
–Claro que acepto, pero primero voy a tomar la base, y tengo que buscar a alguien capaz de hacerme un estandarte de combate, mis ambiciones se despiertan, y puede que mi sueño de gobernar se esté haciendo realidad de una vez por todas–estaba tan contento y emocionado que creo que mi enemigo pensó que yo estaba un poco mal de la cabeza.
«Y si lo estoy a quién le importa, yo sólo soy un héroe, un hombre que mientras más victorias obtenga más vanidoso se va a volver, eso y la locura van de la mano, al menos es lo que les pasa a muchos en la misma situación», pensé antes de ordenarle a Bernamir y a Egard que vigilarán a los cuatro hombres que se habían rendido. Por cierto, Egard casi no combatió, mis otros subordinados opacaron sus habilidades, casi se me había olvidado que él formaba parte de mi pequeño ejército.



#10025 en Fantasía

En el texto hay: fantasia

Editado: 12.04.2021

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