Camino de estrellas

Más allá de la muerte 9

La historia… ¡cuán importante es la historia!, el ayer, el hoy, y el mañana se funden en el horno del tiempo, formando así lo que conocemos como existencia. Hace ya unos cuantos capítulos no comenzaba con una breve introducción, pero hoy me siento inspirado, así que… ¡prepárate para un capítulo emocionante!
La base del enemigo, ya convertida en cuartel general de Octavio Martínez, tenía más habitaciones de las que yo había sospechado en un inicio. Salones inmensos, rodeados de mesas, estandartes y una curiosa decoración barroca, parecían estar destinados más al ocio y al disfrute que a discutir del noble arte de la guerra. Ya que mencioné lo de la decoración barroca, creo que por aquel entonces recordé mi país de origen; España. Estela me explicó que a ella le había pasado lo mismo, tenía amnesia y dolores de cabeza, pero al segundo día de su estancia en el planeta comenzó a recordar su vida anterior. Poco a poco iré contando mi vida pasada, en base a los recuerdos que conservo; y que espero nunca volver a olvidar.
Cierto es que el duelo pendiente me tenía motivado, pero la oleada de imágenes que azotaba mi mente producto de mis vivencias pasadas me resultaba estresante. Los tres soldados enemigos que aceptaron servir a mis órdenes ya podían pasear libremente por mi fortaleza y exhibían armaduras blancas semejantes a la mía, que se encontraban en una armería abandonada. Si se comparaba la ciudad en la que encontré a mis subordinados con la base que acababa de conquistar, parecía que la primera era futurista y la segunda; medieval. No encontré rastro de tecnología avanzada en la fortaleza, pero sí algunos artefactos mágicos como espejos replicadores de habilidades y cuchillos de oscuridad demoníaca, o malditos, según las palabras de Estela. El día de la conquista fue ajetreado, así que tuve que dejar el duelo para el final. Se efectuó en la única arena de combate de la fortaleza. Por supuesto, nada de armas ni escudos y mucho menos armaduras; yo llevaba encima una túnica de lino y unos pantalones de cuero, mi oponente no vestía camisa, tenía el pecho al descubierto y también tenía pantalones de cuero, los cuales les cubrían las piernas.
–¡Bien, vamos a comenzar esto! ¡Tengo ganas de ver de lo que eres capaz! –le dije a mi oponente.
Con mi estilo marcial de combate cuerpo a cuerpo activado, comencé a realizar una serie de movimientos con los brazos, tal como me había enseñado mi maestro, el chino Zao Fent, en la Tierra. Era bueno volver a recordar, y, sobre todo, recordar a profundidad cada detalle de mi pasado. El hombretón barbudo me trató de golpear, con un iracundo puñetazo; pero no tuvo éxito. Me abalancé hacia atrás, esquivando así el golpe del barbudo, poco después, inicié una serie de movimientos acrobáticos hasta llegar al cuello de mi adversario. Con las piernas le destrocé el cuello a mi rival con el movimiento básico «El puente Invisible», el cual consiste en desbaratar el cuello del oponente con los pies o con las piernas, dando un salto para llegar al mismo sin que el enemigo se percate de la jugada; requiere de una gran fuerza muscular y enorme destreza física para llevarse a cabo. El hombretón quedó inerte en el suelo, con una expresión en el rostro de lo más aterradora.
–¡Bien hecho, Octavio! No sabía que fueses tan hábil sin la espada–me dijo Barter Ríos una vez terminado el enfrentamiento.
–Tuve un buen maestro, eso es todo, si quieres un día de estos entrenamos–le dije haciendo una mueca que se convirtió en una media sonrisa.
–Sí, es posible que entrene contigo, eres tan veloz que me ayudarás a perfeccionar mis técnicas.
–¿Qué estilo cuerpo a cuerpo practicas tú?
–«El caballero legendario», creé cinco movimientos basados en lo que aprendí en mi vida anterior–me respondió Barter.
–Es bueno saber que tú también eres fuerte sin una espada entre las manos.
–Ya te lo demostraré, pero espero no terminar como ese tipo–dijo mirando al cadáver del hombretón barbado.
–Yo también lo espero, manda a los reclutas a que recojan el cuerpo de su antiguo compañero–los reclutas eran los soldados cambiacapas, obviamente.
–¡A ver qué dicen cuándo vean los restos del barbudo! –las carcajadas de Barter eran estrepitosas.
Me dirigí al salón principal de la fortaleza y me encontré a Erd.
–Octavio, tengo noticias, encontré a un hombre capaz de hacerte un estandarte, es éste–el hombre era viejo y tenía la cara surcada de arrugas.
–Sí, su señoría, tengo buenos precios para buenos estandartes de guerra–dijo el viejo con voz medio ronca.
–Quiero tres espadas, en campo de plata, las espadas las deseó inmaculadamente blancas, y representarán «la Justicia, el Orden, y la Sabiduría» de mi gobierno. Eso es todo, cuando quiera empieza a trabajar.
–Hoy mismo empezaré mi señor, quedará fascinante, se lo aseguró–me prometió el viejo.
–Eso espero–le dije a modo de despedida.
Cuando el anciano se fue le pregunté a Erd por el comportamiento de los reclutas.
–No he notado nada raro, pero estaré atento.
–Síguelos vigilando, si los ves haciendo algo sospechoso, me avisas; o lo matas, claro, en dependencia de la situación.
–Así se hará, jefe.
–Por cierto, Erd, ¿has visto a Estela?
–Sí, creo que está en el jardín de la planta superior, con Anastasia.
–Gracias, voy a ver que están haciendo esas dos.
El jardín no era muy hermoso, pero tenía unas vistas que sí lo eran, a lo lejos, casi se podía divisar la ciudad de la que partimos en la mañana. Anastasia era hermosa, sin embargo, Estela lo era más todavía, su cabellera rubia, ondulada, su sonrisa dulce, su mirada ambiciosa y tierna a la vez, sus pechos bien proporcionados, sus caderas, sus curvas, esa mujer me había llamado la atención desde el primer día que la vi.
–Mis bellas damas, ¿puedo unirme a su conversación? –les pregunté.
–Por supuesto, ¿te apetece un poco de jugo? –me preguntó Estela con una mirada cariñosa.
–Sí–dije extendiendo el brazo para alcanzar el vaso.
–Yo ya me iba, los dejo solos–dijo Anastasia con una sonrisa maliciosa entre los labios.
–Como quieras–a mí me daba lo mismo si se quedaba o se iba, eso no cambiaba nada.
–Bonito paisaje, ¿eh?, me recuerda a mi planeta de origen, aunque creo que todos los planetas de tipo terrestre tienen una vegetación semejante–su voz era agradable y sonora para mis oídos.
–Ahora que soy rey autoproclamado ando en busca de una reina–le dije a modo de indirecta–. Tu podrías ser la candidata perfecta–ahí sí que fui más directo.
–Vas demasiado rápido, Octavio, pero me gustan los hombres que no se andan con rodeos, además, tú eres una combinación extraña de la naturaleza; valiente, engreído, inteligente, y hasta carismático se podría decir, inspiras confianza, pero a la vez temor, es como si nadie te conociera realmente.
–Eso mismo decía mi hermana de mí, bueno, se acercaba bastante a tu opinión, cierto es que soy raro, tengo un coeficiente intelectual de 145 puntos, no tuve más amigo que mis maestros de artes marciales, y casi todos mis compañeros de clase creían que yo hablaba con la pared. Fui un niño prodigio, podía memorizar casi todos los países del mundo, sus banderas y poblaciones a la de siete años… podría seguir hablando de mí, pero eso me haría parecer más engreído de lo que parezco, ¿verdad?
–Así es, déjame enseñarte todos mis encantos–me dijo posándose encima de mí–. Yo también soy arrogante e inteligente, pero sobre todas las cosas, soy ambiciosa, así que tenemos mucho en común–me dijo antes de empezar a besarme el abdomen.
–¿Lo hacemos aquí? ¿O prefieres ir a nuestras habitaciones señoriales? –le pregunté antes de que bajara mi pantalón de cuero.
–Aquí, te montaré aquí mismo.  
No te diré nada más, lo cierto es que disfruté mucho aquella noche; y nadie nos molestó.



#10015 en Fantasía

En el texto hay: fantasia

Editado: 12.04.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.