Camino de otros días

Capítulo 1 - Comienzo y final

Lucero acababa de conseguir un empleo. Enseñaría en una escuela primara a niños de primer grado. En realidad, ya había enseñado antes, pero como ayudante o realizando pasantías en instituciones públicas. Y debido a su personalidad gentil pero determinada, sus instructores siempre le decían:

  • Deberías ser profesora de primaria.

Aún recordaba esos nervios que le invadieron cuando hizo su primera práctica. Luego, cuando la llamaron a un concurso docente para un colegio de prestigio. Y al final, cuando llamó emocionada a su mamá para avisarle que aprobó las pruebas y se dedicaría a la docencia. Como respuesta, su madre le dijo:

  • Yo sabía que lo lograrías, tesoro. Eres pura luz.

Según la directora, el grupo a quien guiaría estarían compuestos por niños tranquilos y deseosos de aprender. Como estaban en primer grado, para ellos sería todo un desafío el aprender a leer y a escribir, así como también a contar, sumar y restar. Y tampoco olvidar el hacer amigos y socializar.

Lucero no tenía pareja ni hijos, más por falta de interés que por falta de oportunidades. Vivía en un departamento pequeño, prácticamente hecho para una persona soltera. Sin embargo, se sentía feliz. Era una mujer independiente, que sabía lo que quería. Muy alejada de aquella adolescente tímida y rebelde que era antes. Mientras sus compañeros leían revistas de moda o comentaban sobre sus relaciones amorosas, Lucero se la pasaba en un rincón, leyendo o dibujando. Los profesores no paraban de recomendarle que se relacionara más con sus compañeros, que participara en las clases y que también asistiera a los eventos extraescolares. Cada tanto accedía, pero solo para que la dejaran en paz. Después, volvía a vivir en su mundo.

  • He trabajado muy duro para lograr mi sueño - se dijo Lucero, mientras se dirigía a su nuevo puesto de trabajo - no dejaré que mis inseguridades ni traumas del pasado me jueguen una mala pasada.

Lucero llegó al colegio. Se había puesto el uniforme asignado para los docentes, que consistía en una camisa blanca, pollera negra y zapatos bajos. Los alumnos, en cambio, para el uniforme particular usaban vaqueros y remera blanca. Pero en el primer día de clase se pusieron sus uniformes de gala. Las niñas usaban pollera azul oscuro con tirantes y camisa blanca, mientras que los niños usaban pantalones azul oscuro, camisa blanca y corbata azul. Muchos padres mostraban una gran emoción al verlos así, elegantes y limpios, como si fuesen muñequitos.

Aunque a Lucero nunca le gustaron los uniformes, tuvo que reconocer que le agradaba ver a los niños vestidos así. Se veían serios, ansiosos por el primer día de clase y, los más pequeños, no paraban de mirar por todos lados por encontrarse en un lugar muy diferente al kindergarden.

Entonces, Lucero observó a un niño pequeño. Era el único apartado de los demás. Estaba sentado encima de un banquito, cabizbajo y meditabundo, como si deseara estar en cualquier lugar menos ahí. Junto a él se encontraba su mamá... o eso supuso Lucero. Tenía la cara pintarrajeada, los cabellos teñidos de un rubio intenso y un vestido muy ajustado. La mujer acomodaba la corbata del niño, mientras le decía:

  • ¿Por qué esa carota? ¡Sonreí que un poco! Si no se te arrugará la frente y ningún amiguito querrá jugar contigo.

El niño no respondió. La mujer, al ver que no podía hacer nada por él, se encogió de hombros y le dio un beso en la frente.

  • Debo irme. Pasaré a las doce. ¡Que te vaya bien!

Cuando la mujer se fue, Lucero se acercó al chico. Aunque lo hacía por su profesión, en realidad sentía que ya había conocido a ese niño, en algún otro lugar.

"Quizás lo haya visto jugar en la plaza, suelo ver muchos niños ahí", pensó la joven profesora. Aún así, esa sensación distaba mucho de haber sido de solo "verlo por ahí de paso".

El niño la miró. Tenía una expresión de tristeza y confusión, como si realmente quisiera estar en cualquier otro lugar, con otra persona. Para calmarlo, Lucero le sonrió y le dijo:

  • No temas. Seré tu profesora. ¿Es tu primera vez?

El niño no le respondió, pero movió la cabeza lentamente, de arriba abajo.

  • ¿No hablas? ¿Te comieron la lengua? - le pregunto Lucero, intentando ser graciosa.
  • Extraño a mis amigos- dijo el niño, al fin rompiendo el silencio - odio este lugar. Es feo.
  • ¡No digas eso! Seguro que aquí harás muy buenos amigos. ¿Cómo te llamas?
  • Manuel.
  • Yo me llamo Lucero. Te ayudaré para que puedas tener amigos y divertirte en esta escuela.
  • ¡No necesito tu ayuda! - le gritó Manuel, que se levantó y se alejó de ella corriendo.

Sin embargo, se detuvo por unos instantes, girando la cabeza atrás como si fuese que esperaba que lo siguiera. Pero rápidamente sacudió la cabeza y se marchó a esconderse al baño.

Lucero se sintió mal, era su primer día y ya los niños le mostraban antipatía. Sus inseguridades comenzaron a rondar por su mente, diciéndole que la teoría nunca combinaba con la realidad y que no duraría ni un mes ahí.

Por suerte, un profesor, que lo había presenciado todo, se acercó a ella y le dijo:

  • Tranquila, son solo niños. No intente ser amiga de ellos o no la respetarán.

Lucero lo miró. Era un señor menudo, de cabellos cortitos y lentes de marco grueso. Él, al verla, se ruborizó. Pero la joven docente no lo notó.

  • Soy Lucero. Seré la profesora guía de primer grado- se presentó la joven, extendiendo su mano.
  • ¡Ah, Lucero! - dijo el profesor, dándose un pequeño golpe en la frente y respondiendo al saludo estrechando su mano - La nueva profesora, lo había olvidado. La acaban de contratar. ¿Cierto?
  • Así es.
  • Mi nombre es Jorge. Soy profesor de música. Si necesita ayuda o tiene dudas, puede acudir a mí. Siempre estaré disponible.
  • Gracias por la amabilidad. A lo mejor, un día de estos, podemos salir a tomar algo.
  • ¡Sí, claro! ¡Siempre es bueno encontrarse en otro lugar que no sea la escuela! ¿No? ¡jajaja!




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