Camino de otros días

Capítulo 2: día y noche

Sale el sol, sale el sol, por al lado de mi casa. Voy a ver, voy a ver, la cigüeña solitaria

Lucero estaba escuchando a los niños cantar, guiados por la profesora de música de primer ciclo. Era viernes y, aunque la joven docente tuvo mucho trabajo, sintió que el lugar era agradable y, hasta el momento, todos fueron amables con ella.

Sonó el timbre de salida. Todos los niños gritaron de la alegría, tomaron sus cosas y fueron directo hacia el portón, donde les esperaban sus padres.

Lucero se quedó a cuidar a los niños cuyos padres aún no aparecieron. Manuel era uno de ellos. Durante esa semana, se dio cuenta de que a él siempre tardaban en buscarle. Era el último que se quedaba esperando. También observó que, durante los recreos, no jugaba con nadie. Simplemente, se sentaba en un rincón a tomar su merienda.

En ocasiones, la joven profesora organizaba trabajos grupales para incentivar a sus alumnos al trabajo en equipo. Al principio dejaba que los niños decidieran, pero cada vez que pasaba eso, se daba cuenta de que nadie elegía a Manuel como compañero de trabajo. Al final, debía juntarlo con otro grupo que no tuviera tantos integrantes y éstos terminaban por aceptarlo, a regañadientes.

Y cuando en uno de esos días, esa situación se volvió a repetir, les dijo:

  • Desde ahora, formaré los equipos según el orden inverso de la lista.

A pesar de sus esfuerzos, no consiguió que el niño se integrara en el grupo.

Mientras pensaba en eso, vio que varios chicos ya estaban saliendo con sus padres, excepto Manuel. Cuando éste se quedó completamente solo, Lucero se acercó a él y le preguntó qué tal le había ido en la semana.

  • Bien- dijo Manuel, con una expresión de tristeza- pudo ser peor.
  • ¿Tu mamá trabaja mucho, por eso tarda en buscarte?
  • Ella no es mi mamá. Es mi tía.
  • Ah, ya veo. Disculpa.

"¿Por qué me estoy disculpando?" pensó Lucero, queriendo darse un golpe en la cabeza. Le habían dicho que no intentara ser amiga de los chicos, que ellos deberían resolver sus problemas solos. Solo debía intervenir si la situación se les iba de las manos. Aún así, y aunque solo lo conoció hacia cinco días, sintió un gran cariño por Manuel. Tenía ganas de consolarlo, protegerlo, amarlo como a un hijo. Pero no podía. No debía favorecer a ningún chico. Desde que finalizó sus estudios, se prometió a sí misma que no fomentaría el favoritismo, trataría a todos por igual.

  • Mamá está de viaje- dijo Manuel, luego de un minuto de silencio- toca la guitarra y casi siempre viaja a tocar en otro país. Por eso me cuida tía. Siempre está con un hombre diferente. Mi mamá le dijo una vez "zorra", pero no se parece a una zorra. Más bien, se parece a una jirafa. ¿Viste el cuello largo que tiene?

Lucero no evitó soltar una risa por el último comentario de Manuel. Sin embargo, también sintió pena por él. Casi no veía a su mamá y estaba segura de que la extrañaba. Y lo peor es que ambas mujeres parecían no llevarse bien. "El ambiente no es ideal para que un niño crezca sano", pensó.

Y fue ahí que se preguntó si ellas dos eran las únicas que tenían la custodia del chico, porque hasta el momento no había mencionado al padre.

  • ¿Y qué hay de tu papá? - le preguntó Lucero.
  • ¡Yo no tengo papá! - gritó Manuel, tan alto, que espantó a unos gorriones que estaban cerca.

En ese momento, apareció la tía de Manuel. Había cambiado su color de cabello a pelirrojo, tenía puesto un discreto traje de ejecutiva, solo que contrastaba con los tacos altos color rojo intenso que lucía en sus pequeños pies.

  • ¡Buenas! - le saludó la extravagante mujer a Lucero- ¡Gracias por cuidar de Manu! ¡Es un niño muy travieso! ¡Espero que no le haya causado problemas!
  • No. Para nada- le dijo Lucero, intentado mostrar una sonrisa amable- solo hacía mi trabajo. Además, no es bueno que un niño esté solo mucho tiempo.
  • Sí, lo sé. Es que tengo la agenda tan apretada...pero bueno, hay que adaptarse. ¿No?
  • Sí. Hay que adaptarse. La semana que viene, el lunes, habrá reunión de padres.
  • ¡Qué suerte! Mi cuñada estará para el lunes. Así sabrá cómo le va a este pequeño- dijo la tía, sacudiendo los cabellos del niño mientras éste protestaba- bueno, me tengo que ir. Un gusto hablar contigo. ¡Nos vemos!

Dado que no tenía más niños que cuidar, Lucero fue a una cafetería que estaba cerca de la escuela y, ahí, revisó los trabajos de los alumnos. En realidad, solo les había pedido que dibujaran lo que vivieron en las vacaciones y copiaran la letra A hasta completar una página. Algunos se dibujaron en la playa; otros tomando helado; otros viendo tele o jugando. Entonces, vio el trabajo de Manuel, que era muy diferente del resto.

En realidad, era el dibujo de dos ángeles. Uno tenía el cabello azul y otro tenía el cabello verde. Dedujo que eran ángeles porque ambos tenían alas y la aureola encima de sus cabezas.

El corazón de Lucero empezó a latir con mucha intensidad. Por alguna razón, sintió que ya había visto un dibujo parecido al de Manuel antes, pero no podía precisar dónde. Era como un recuerdo de su infancia o, incluso, un recuerdo que venía desde antes de su nacimiento. Intentó forzar su mente, destapar recuerdos dormidos... pero todo eso fue interrumpido cuando apareció el mesero y le anunció que ya le traía el pedido. Lucero recibió el sándwich de milanesa y el capuchino que había pedido, olvidó por un instante el extraño dibujo de Manuel y disfrutó de su mezcla de almuerzo con merienda.

Entonces, recibió una llamada. Era su madre. Decidido atender porque sabía que, si no lo hacía, recibiría un reproche.

  • ¿Cómo va todo, Lucero, ¿cariño? - le preguntó su mamá.
  • Bien, me he adaptado muy rápido - le respondió Lucero.
  • ¡Qué bien! Solo te llamaba para saber cómo estabas. Hace mucho que no hablamos,
  • Esta semana me llamaste todos los días - Lucero se rió. Aunque su mamá era muy sobreprotectora, la quería y, desde siempre, eran bastante unidas.
  • Bueno, ya sabes. Para una madre los hijos siempre serán nuestros pequeños. ¿No? Espero que nos veamos pronto, cariño. Un beso.




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