Capítulo 3: Sol y luna
En la sala de profesores, Lucero estaba analizando el dibujo de Manuel. Le había preguntado el porqué no dibujó lo que hizo en las vacaciones y él insistió en que sí cumplió la consigna. Cuando le preguntó qué significaba el dibujo, Manuel solo le dijo que era él con una amiga a quien no veía más.
- ¿Y por qué le pusiste alas? ¿Tu amiga es un ángel?
Manuel no respondió a esa pregunta.
Mientras reflexionaba sobre el dibujo y las palabras del niño, entró a la sala el profesor guía de los alumnos de cuarto grado, llamado Carlos. Era de estatura mediana, delgado y de cabellos castaños.
- ¿Qué tal, Lucy? ¿Te dan mucho trabajo los de primero? - le saludó Carlos, como si fuesen amigos íntimos.
Lucero resopló con fastidio. Carlos la molestaba, no paraba de mirarla de una manera extraña. Guardó el dibujo de Manuel junto con los otros trabajos y lo miró fijamente, con cara de pocos amigos.
- Tengo mucha suerte. Los chicos son muy aplicados y entusiastas- le dijo Lucero, secamente y con el deseo de terminar la conversación.
- ¡Increíble! - dijo Carlos, que no había notado la frialdad del tono de voz de Lucero- no puedo decir lo mismo de mis alumnos. ¡Se la pasan charlando en clases!
- Debo irme- dijo Lucero, levantándose rápidamente y acercándose a la puerta- tengo reunión de padres de primero.
- ¿Tan pronto? Si lo deseas, podemos ir a la cafetería más tarde...
- ¡Ya tengo compromiso! Gracias- mintió Lucero, cerrando la puerta con brusquedad y alejándose rápidamente de la sala de profesores.
En la reunión de padres, Lucero les comentó a todos sobre las actividades que realizarían y lo que tenían planeado hacer, además de sugerirles que siempre acompañaran a sus chicos en las tareas para la casa, así como también que procuraran buscar a los chicos al finalizar la jornada lo más pronto posible por el tema de la seguridad.
Cuando terminó la reunión, todos se fueron excepto la mamá de Manuel. Al contrario que la tía del pequeño, ella no tenía el cabello teñido. Tenía los ojos bien grandes y, a pesar de lucir unas pequeñas arrugas que cruzaban su cara, era una señora muy bonita. Lucero se acercó a ella y le comentó sobre la tía de Manuel, con quien había intercambiado conversación la semana anterior y que le comentó que cuidaba del niño la mayor parte del tiempo.
- Me dijo que usted es guitarrista, ¿verdad? – le preguntó Lucero.
- En realidad, soy musicóloga – le respondió la mamá de Manuel- pero me especialicé en el manejo de la guitarra y suelo realizar viajes al exterior. ¿No le ha dado problemas mi hijo? ¿No ha dicho nada extraño?
- Es un chico muy tranquilo. El problema es que no quiere integrarse al grupo. Durante el recreo siempre está solo y tampoco participa en clase. Además, hace poco les pedí que dibujaran un tema en específico, pero él no siguió la consigna.
- ¿Y puedo saber cuál fue su consigna?
- Que dibujaran lo que hizo en las vacaciones. En su lugar, dibujó ángeles.
La mujer se llevó los dedos en la frente y los frotó. Luego, miró a los costados, como si temiese que alguien las estuviese espiando. Poco después, miró a Lucero seriamente y dijo:
- Mi cuñada le ha metido costumbres extrañas a mi hijo, durante mis ausencias. Sé que no estoy en condiciones de criticarla, pero esa ramera tiene la culpa de todo.
- ¿Por qué dice así de su cuñada?
- ¡Porque eso es lo que es! Discúlpame, profesora, no debí gritarla. Ella va a trabajar en ese bar todas las noches. Dice que es mesera, pero a mí no me convence. Bueno, en realidad ella siempre insiste en cuidar de Manu, porque dice sentir culpa porque mi novio, su hermano, nos dejó. Manuel no sabe de esto. Él cree que "fue de viaje" a otro mundo. Y la ramera de mi cuñada se encargó de adornar ese cuento llenándolo de ángeles, hadas y demás seres fantásticos. Desde que Manuel aprendió a hablar, siempre creyó que su padre está viviendo "en el mundo de los ángeles". ¿Y sabes qué fue lo que pasó un mes antes de iniciar las clases? ¡Mi propio hijo me dice que él fue un ángel y que nació para buscar a una amiga que conoció en su "otra vida"! ¿Puedes creerlo?
La musicóloga empezó a reír con amargura. Lucero no sabía cómo reaccionar. Nunca creyó que la vida de Manuel fuese así de triste. Sin embargo, a pesar de todo, la tía del niño quiso conservar su inocencia con esos cuentos que, para la mamá, solo le parecían superfluas e innecesarias.
- Yo creo que a los niños hay que decirles la verdad, desde el comienzo - dijo Lucero- porque, cuando son grandes, les costará aceptarlo. Sé que los adultos mentimos por compasión. Pero los niños no son tontos. Tarde o temprano terminará descubriendo la verdad.
- Pues díselo a mi cuñada - dijo la musicóloga, esta vez, con una expresión de profundo enojo - no te contradecirá, pero tampoco te hará caso. La semana que viene me integraré con un grupo de guitarristas e iremos a un concierto en Bolivia. Solo espero que no tengas problemas con Manuel.
Luego de que la musicóloga se fuera, Lucero se encontró con Jorge. Daba la sensación de que la estaba esperando. Le preguntó si necesitaba algo y él dijo:
- En realidad... me preguntaba... si no te gustaría ir a comer conmigo en la cafetería. Este... ¡No me malinterpretes! ¡Solo será una salida de amigos! Jeje...
- Lo entiendo - dijo Lucero, mostrándole una sonrisa amistosa - pareces un adolescente cuando te comportas así.
- ¡Perdón!
- ¿Por qué me pides perdón?
- ¡Otra vez metí la pata! - dijo Jorge, poniéndose completamente colorado - lo siento, no sé expresarme bien y casi siempre me meto en problemas... verás... yo... tú... me...
- Gracias - dijo Lucero, dándole una palmada en el hombro - lo entiendo. Yo también tenía eso durante la adolescencia. Pero pude superarlo.