Los niños de primero estaban en clase de educación física. Jugarían al fútbol y el profesor los dividió en dos grupos.
Lucero los estaba observando de lejos. Manuel se encontraba en el equipo azul. Cuando inició el juego, Manuel chocó contra un compañero del equipo rojo, tropezó y se cayó. Se levantó enseguida, se acercó a su rival y le prendió un puñetazo en la cara.
El profesor los separó y reprendió a Manuel. Éste, por su parte, le acusó a su compañero de hacerle sancadita para que tropezara y el otro lo negó. Todos se pusieron en contra de Manuel y lo acusaron de ser lento y torpe. Manuel, muy enojado por ser reprendido, se fue corriendo hasta el aula y permaneció ahí hasta que terminara la clase.
Lucero entró en el aula. Manuel estaba llorando. Se acercó a él y le preguntó si realmente su compañero lo empujó a propósito para que se cayera.
Manuel dejó de llorar. Miró a la profe, sorprendido, mientras se limpiaba los mocos.
Manuel se secó la cara con ambas manos y, por primera vez desde que ingresó a esa escuela, sonrió. Luego, sacó de su mochila un cuaderno, lo abrió y le mostró todos los dibujos de ángeles que había hecho en él.
Y mientras hablaba, pasaba las páginas y le explicaba lo que significaba cada dibujo.
Para no quedar mal con el niño, Lucero siguió escuchando su supuesta vida de ángel. No quería ser ella quien le arruinara la infancia diciéndole que todo eso es producto de su imaginación, que nunca existió ese mundo y que solo se había inventado una amiga imaginaria para no estar solo. Y pensar que ella, de niña, también tenía esa clase de fantasía. Pero creció, se graduó y ya era una adulta. Su mente se había amoldado a la realidad, donde no existen ángeles, hadas, vidas pasadas ni paisajes fantásticos. Había aceptado que todo eso era ficción y que la realidad era crecer, trabajar, estudiar y seguir trabajando.
Cuando Manuel terminó de comentar sobre sus historias, cerró el cuaderno y le dio un sorpresivo abrazo a Lucero. Ella se quedó helada, no esperaba esa reacción de él.
Acarició suavemente su cabeza, mientras el niño volvía a llorar, mojando su camisa. En el fondo, Lucero sintió como una especie de "deja vu" y, aunque le duró sólo unos segundos, tuvo una visión. En la misma, dos personas estaban abrazadas, observando el amanecer. Una de ellas lloraba y la otra sonreía. Manuel lloraba. Lucero sonreía para consolarlo.
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Uryan le comentó a Mijail que logró proyectarse al "mundo material" donde residía Solestelar. Aún conservaba su alma, solo que estaba atrapada en aquel contenedor llamado "cuerpo", de masa sólida y consistente.
Mijail se quedó pensativo por la ocurrencia de Uryan. Sabía que los "corpóreos" o "materiales", al nacer, conservaban fragmentos de su vida pasada en la memoria. Pero, a medida que crecían, lo tomaban como un sueño y, prácticamente, lo dejaban al olvido.
En el pasado, Mijail también se había proyectado a ese mundo material con el objetivo de reencontrarse con amigos que ya residían ahí. Pero, cuando los encontraban, no los reconocían. Lo que más temía era que Uryan, con otra proyección, volviera a visitar a Solestelar y que ésta lo tratara como a un extraño.
Mijail sacó un aparato negro de su bolsillo, lo puso al suelo y, de ahí, apareció el holograma de un "mundo material".
El grupo de personas empezó a temblar. Algunos gritaban, oros pronunciaban extrañas palabras y unos pocos se arrodillaban al suelo, observaban la nave de Mijail, con las manos juntas, murmurando frases raras.
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reencarnación, seres de otros mundos, reencarnaciones y amistad
Editado: 19.11.2022