Camino de otros días

Capítulo 6. Tristeza y alegría

"Mi mamá me mima. Mi mamá me ama"

  • ¡Excelente! - le dijo Lucero a Manuel, luego de corregir los ejercicios de escritura- realmente tienes una habilidad para las palabras.

Manuel regresó a su asiento, contento por el cumplido de la profesora. Desde que tuvo esa conversación con ella, empezó a sonreír con más frecuencia e, incluso, empezó a participar en sus clases. Pero todavía no se relacionaba con sus compañeros.

  • Bien. Ahora comenzaremos con Matemáticas- anunció Lucero, anotando en el pizarrón algunas sumas y restas- haremos un repaso de lo aprendido la clase pasada. Veo que a algunos todavía les cuesta las restas. Por lo tanto, les enseñaré algunos trucos para realizar sus cálculos. ¿Quién pasará al frente?

Algunos niños levantaron la mano. Manuel estuvo a punto de levantarla, pero la bajó enseguida y fingió mirar hacia otro lado. Lucero se percató de eso, por lo que lo llamó a él y a una niña que se sentaba cerca de él.

Ambos pasaron al frente. Lucero les pasó la tiza y les pidió que realizaran los cálculos en la pizarra.

La niña los realizó sin ninguna duda y sin cometer errores. Manuel, en cambio, tuvo que borrar unas cuantas veces hasta dar con el correcto. Lucero los felicitó a ambos por el esfuerzo y los niños regresaron a sus asientos.

Lucero les explicó sobre los cálculos que acababan de realizar y le preguntó a la compañera de Manuel cómo pudo llegar a los resultados correctos de las restas.

  • Yo hice así- explicó la pequeña- me fijo en el número menor de la resta y empiezo a contar hasta que me dé el número mayor.
  • Me parece muy bien. Felicidades- le dijo Lucero, tomando su cuaderno de matemáticas y marcándole en el mismo una carita feliz junto con un "excelente".

Sonó el timbre del recreo y todos los niños salieron, menos Manuel. No le gustó fracasar frente a Lucero. Por algún motivo, le era muy difícil los cálculos matemáticos. En la escritura y en el dictado, en cambio, le iba mejor que a muchos de sus compañeros.

Antes de que Lucero saliera, Manuel se puso frente a ella, la miró seriamente y dijo:

  • Dame más ejercicios.
  • Continuaremos después del recreo- le dijo Lucero, sorprendida por la reacción de Manuel- seguiremos con las restas y practicaremos todos juntos.
  • ¡Lo quiero ahora! - exigió Manuel, que estaba decidido a no moverse hasta que la profesora accediera.

Lucero se acercó a su escritorio, sacó una hoja y anotó algunos cálculos matemáticos de suma y resta. Se las dio a Manuel y le dijo:

  • No te olvides de lo que dije en clases.

Manuel asumió con la cabeza, regresó a su banco y realizó los cálculos matemáticos.

Jorge apareció, se acercó a Lucero y, luego de echarle una rápida mirada a Manuel, le dijo:

  • Me preocupa ese niño con quien te encariñaste. Ya pasaron tres meses y aún no se relaciona con sus compañeros.
  • A mí también me preocupa- dijo Lucero- al menos, ahora participa más en clase. Es muy inteligente, pero aún le cuestan las matemáticas.
  • A mí me siguen costando... hasta ahora- dijo Jorge, soltando una risa.
  • ¿Qué hay de ti? Me dijeron que hay una alumna que te admira.
  • ¿Eh? ¿A quién te refieres?
  • A la que ejecutó la flauta en el acto anterior. ¿Cómo era que se llamaba?
  • ¡Ah! ¡Cintia! Está en cuarto grado y tiene una gran facilidad para la música.
  • ¿En serio? Me parece bien. Aunque creo que no le gusta la flauta.
  • ¿Por qué lo dices?
  • No lo ejecutaba con tanta emoción aquel día. Era como si deseara otro instrumento. Lo sé, la flauta es más fácil trasladar, por eso lo piden en todos los colegios.

Jorge se quedó reflexionando las palabras de Lucero. La verdad, él no esperaba que Cintia tuviese ese sentimiento. Siempre la veía muy entusiasmada en la clase y, de sus compañeros, fue la que más rápido aprendió las notas y el ritmo.

  • Tienes una gran intuición- le dijo Jorge, seriamente- enseguida te da cuenta de los sentimientos de los demás. Incluso, diría que sabes bien cuándo te mienten y cuándo te dicen la verdad.
  • No es para tanto- dijo Lucero, sonrojándose un poco- es que... bueno... la vida tiene sus altibajos y pasé por muchas cosas. ¡Eso! Endurecí mi corazón...
  • No lo hiciste. Solo no confías en los demás. Es cierto, la vida tiene sus altibajos. Pero recuerda que ya somos adultos y que debemos influir positivamente en los chicos. Después de los padres, somos nosotros las figuras más importantes de sus vidas.
  • Tienes razón. Debemos ayudarlos a crecer, madurar y hacer realidad sus sueños.

Manuel se acercó a Lucero y le pasó sus cálculos. Lucero los analizó. Había borrado varias veces e, incluso, comprobó que había corroborado la respuesta al dibujar "palitos" a un costado. Pero acertó en todas, logró seguir sus indicaciones sobre las restas. Por lo tanto, le puso una carita feliz y le dijo:

  • ¡Maravilloso, Manuel! ¡Has comprendido el ejercicio! ¡Esto será un gran mérito a tu esfuerzo y dedicación!

Luego de decir esas palabras, le entregó el papel junto con un caramelo que tenía guardado en el bolsillo.

  • ¡Guau! ¡Gracias profesora! - dijo Manuel, saltando de la alegría y comiéndose el caramelo.
  • No lo malacostumbres, o los otros niños lo odiarán- le advirtió Jorge a Lucero, por lo bajo.
  • Tranquilo- le dijo Lucero, dándole una palmadita en el hombro- estará bien. Además, tengo muchos caramelos "por si acaso".

Manuel no le dijo nada a nadie. Lucero tampoco comentó nada al respecto. Cuando terminó el recreo, continuó con la clase sin ningún problema.

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Speranwa cantaba frente a un lago de cisnes negros. Su canto hacía que dichas aves la escucharan atentamente, algunos con los ojos cerrados para disfrutar de su hermosa voz.




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