Speranwa estaba observando a un "material" hombre, que ejecutaba un extraño instrumento musical que consistía en una vara hueca con agujeritos. Al menos, eso fue lo que vio Uryan, que estaba observando los recuerdos que Speranwa le transfirió antes de desaparecer por completo.
El hombre, al verla, soltó su instrumento musical y casi se alejó de ella. Luego, la observó mejor, como si viese al ser más hermoso que jamás había conocido. Speranwa se encontraba dentro de un envase corpóreo falso, por lo que podía soportar la materialidad de los organismos y objetos que se encontraban en ese mundo.
Uryan pasó ese fragmento de recuerdo y se encontró con otro, en donde ella estaba con Solestelar cuando recién la conoció. Solestelar tenía un brillo potente en el pecho, señal de que acababa de salir del sol y adquirir la energía cósmica que le permitiría adoptar una forma y una consistencia definida. Speranwa extraía un poco de energía que encontraba en los alrededores y se lo adhería al frágil cuerpo de Solestelar. Cuando terminó, Solestelar sonrió, se miró a un espejo que Speranwa hizo aparecer y exclamó:
Por sus palabras, realmente Solestelar no tenía ni idea de que su alma residía de una estrella. Entonces, Uryan empezó a preguntarse el porqué Speranwa no la ayudó a regresar al sol. Puede que, a lo mejor, no sabía lo que hacía y solo creía que Solestelar, por un "accidente" de choque de energías, se volvió incorpórea. Tenía tanto por investigar... pero se encontraba ahí, encerrado en la nave de Mijail por tiempo indefinido.
Volvió a vislumbrar los recuerdos de Speranwa. En ese momento, volvió a vislumbrar aquel mundo material donde conoció a su amado. El hombre seguía con ella y tenía en sus manos una hermosa flor rosada, con muchos pétalos y espinas en su tallo. Speranwa lo tomó, pero se pinchó con las espinas y su "envase corpóreo falso" emitió unas pequeñas manchas de líquido rojo, que los materiales llamaban "sangre".
Speranwa volteó la cabeza y observó a sus hijas. Uryan las reconoció, a pesar de que eran tan pequeñas que apenas les llegaban a las rodillas del hombre. Eran Kienya y Sharman. Estaban chocándose las manos y cantando una extraña canción, seguro con el idioma de los "materiales" o "mortales", como se autodenominaba el amado de Speranwa.
El hombre también observó a sus hijas y lloró. Apretó la flor que llevaba las manos y se lastimó con sus espinas. Luego, se secó las lágrimas, le dio un suave beso a Speranwa y se marchó, sin mirar atrás ni despedirse de sus hijas.
Uryan volvió a pasar ese recuerdo y se encontró con otro, en la que estaba Speranwa y Solestelar, frente a frente. Solestelar estaba con su mantilla blanca, sonriéndole a su amiga.
Speranwa se fue, montando encima de un pájaro gigante y desapareciendo por detrás de las nubes. En las alturas, observó a Solestelar, que sostenía aquella flor proveniente del mundo material. En realidad, solo era una proyección de esa flor, dado que la misma no poseía espinas ni nada que le incomodara a la pequeña "ángel".
Solestelar observó fijamente la rosa, como si fuese el objeto más extraño que jamás había visto. Luego lo incrustó en la tierra y dijo:
Luego de decir esas palabras, la flor se multiplicó y cubrió por completo el pasto azul verdoso del lugar.
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Lucero fue a visitar a su madre, dado que era su cumpleaños. La mamá se alegró por la visita de su hija y le dio un abrazo cálido, junto con un reclamo.
Lucero echó una rápida mirada al estante de la sala, donde se exhibían un montón de libros sobre metafísica, esoterismo y ufología. Recordó que a su madre siempre le habían gustado esos temas e, incluso, estaba convencida de que los extraterrestres siempre visitaron a los terrícolas para "intercambio de tecnologías".
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reencarnación, seres de otros mundos, reencarnaciones y amistad
Editado: 19.11.2022