Dentro de una montaña cubierta de nieve y niebla, una gran ciudad de "energéticos" se estaba desintegrando rápidamente. Hacia millones de años fueron trasladados a ese lugar para "compatibilizar" las energías oscuras y energías puras que se iban manifestando poco a poco, con el correr de las eras. Y como creían que ya no tenían nada que aportar o añadir, decidieron separarse y seguir cada uno su propio destino. Unos cuantos dejaron de existir y encarnaron como seres "materiales" y otros, simplemente, fueron a viajar a otros mundos en busca de más información sobre la energía cósmica.
Una vez que la ciudad se desintegró, de una cueva, salió un hombre alto y fornido, de cabellos castaños y ojos color violeta. Ese hombre estaba vislumbrando los rayos del sol, que apenas se habían notar por la densa neblina de la montaña. Observó a su alrededor y, al ver que se encontraba completamente solo, se dijo:
Conoció a Meymi hacia quinientos mil años. Ella pertenecía a la primera generación del cruce entre "corpóreos" y "energéticos", la que originó a los "seres negativos" y que, como todo "negativo", podía adaptarse tanto en un mundo material como en un mundo energético. Solo habían pasado cien mil años desde que la dejó de ver, lo cual, para él, equivalían a millones de años.
Lentamente, se alejó de la montaña. Él también era un ser negativo, por lo que solo se valía de sus pies o de alguna nave para poder trasladarse. Le sacaron su nave una vez, cuando iba en busca de Solestelar para alcanzar la inmortalidad. Poco a poco fue recordando cómo quedó ahí, atrapado en la ciudad de la "compatibilidad", donde los energéticos experimentaron con su cuerpo para explicarse el motivo por el cual él podía coexistir en diferentes mundos. Y cuando terminaron, simplemente lo abandonaron.
Días después de haber dejado su cautiverio, encontró la nave de Balzú abandonada. Balzú era un pariente lejano, del lado de los "materiales", a quien le debía un favor. Le extrañó encontrar su nave, del tamaño de la palma de su mano. La alzó y, la misma, le mostró lo último que "detectó" de Balzú. Él estaba gravemente herido, peleando contra Mijail intensamente. Al final, Balzú colapsó y dejó de existir.
Escribió unos caracteres en la nave de Balzú y, la misma, lo reconoció como su nuevo dueño. La agrandó hasta su tamaño real, subió en él y le ordenó lo siguiente:
La nave se movió. Mefiseles, al principio, se sintió extraño. Hacia mucho que no comandaba una nave. Pero pronto se acostumbró e, incluso, se sintió un estúpido al haber perdido aquel maravilloso artefacto hace tiempo.
Cuando halló a Mijail, lamentó que no estuviese solo. Junto a él estaban Uryan, Kienya y Sharman. Uryan llevaba en sus manos un frasco, donde contenía el alma de alguien.
Por un momento, creyó que poseía el alma de Solestelar, por lo que decidió vigilarlos a la distancia. De esta forma, trazaría un plan para robarles esa alma, hallar a Balzú, reencontrarse con Meymi y alcanzar al fin la eternidad.
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Mefi y Mey despertaron en un hospital... o eso parecía. Estaban llenos de vendajes, con suero y mascarillas de oxigeno. Frente a ellos, se encontraba un señor petiso, de cabellos rojizos y ojos azul intenso. A pesar de estar en un envase corpóreo falso, enseguida lo reconocieron. Era Lucel, un "energético puro" que engendró hijos con muchas mujeres "materiales".
Luego de soltar toda esa perorata, procedió a sacarles la mascarilla. Ambos ya no sentían más tanto dolor, por lo que podían hablar sin problemas.
Lucel se rió ante el comentario de Mefi. Luego, abrió una alacena que se encontraba al costado del cuarto y mostró un televisor que estaba escondido en ella.
Esta vez fue Mey la que se rió ante lo que dijo Lucel. Como había vivido mucho tiempo en el mundo, ya había adquirido los distintos lenguajes que hablaban los "corpóreos". Al principio le costó un montón, pero pudo memorizarse frases enteras en distintos idiomas gracias a la televisión.
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reencarnación, seres de otros mundos, reencarnaciones y amistad
Editado: 19.11.2022