El eco de las palabras de Death resonó en la sala, y los siete se quedaron en silencio, mirando con incredulidad a la figura sombría. Death no era simplemente una presencia, era una amenaza palpable. Su sonrisa, aunque fría, parecía ocultar algo mucho más oscuro, y cada uno de ellos podía sentirlo en lo más profundo de su ser.
—Ahora que estáis todos comenzaré con las presentaciones —dijo Death.
Con un leve gesto de su mano, hizo aparecer una pantalla.
—Antes de comenzar, es importante que os conozcáis. —El tono de su voz era casi desinteresado, pero algo en su presencia hacía que sus palabras calaran profundamente.
Uno a uno, fue señalando a cada persona en la sala y proyecto en la pantalla como fue su muerte.
—Este joven con la cicatriz se llama Liam. Murió en un accidente de tráfico. Intentaba salvar a su hermana, pero no pudo salvarse a él mismo ni a su queríada hermana.
Liam, un joven de unos 25 años, tenía una cicatriz que le recorría el rostro de arriba a abajo. No decía nada, pero su mirada lo decía todo: dolor, arrepentimiento, y la pesada carga de haber perdido a alguien que amaba.
—Ella —continuó Death señalando a la mujer de cabello corto— es Sophie. Fue asesinada a sangre fría por su propio esposo, un hombre del que confiaba completamente.
Sophie bajó la cabeza, incapaz de mirarse a sí misma o a los demás. Los ojos de todos se posaron en ella por un momento, pero nadie se atrevió a hacer preguntas.
—Y aquí tenemos a Frank, un hombre mayor que murió a causa de un infarto mientras caminaba por un parque. Ninguna causa externa, solo el peso de los años.
Frank, un hombre encorvado y con la piel arrugada, se limitó a mirar el suelo, como si todo lo que estaba sucediendo fuera demasiado para él.
—La joven que no puede dejar de temblar es Clara. Estaba en un tren cuando una bomba explotó. No sobrevivió al impacto. Sus últimos momentos fueron un caos absoluto.
Clara sollozó silenciosamente, sin poder levantar la mirada de sus manos entrelazadas.
—Y aquí tenemos a Samuel, un hombre fuerte, casi imponente. Él murió en un tiroteo en una tienda de comestibles. No fue por algo que hizo, sino por la locura ajena.
Samuel, el hombre alto de rostro serio, se mantenía erguido, pero la tensión en su mandíbula era evidente. Sus ojos no dejaban de moverse, analizando a cada uno de los demás, como si buscara entender qué estaba pasando.
—Y por último, tenemos a vosotros dos. Evans, el que está a la cabeza de este grupo, y la mujer del cabello largo y rizado, Beatriz. Ambos murieron en el mismo accidente. Un choque frontal en una carretera mojada. Mismo destino pero en diferentes coches.
Evans sintió un nudo en el estómago al oír su propio nombre, pero lo peor fue el silencio que cayó después de la mención de Beatriz. Estaba mirando la persona que conducía el coche contra el que choco, y al mirarla, vio el mismo desconcierto y miedo en sus ojos.
Con un gesto vago, Death presentó a todas las personas, dejando en claro que su pasado no tenía importancia. Lo único que importaba ahora era el futuro, el futuro oscuro y aterrador que los esperaba.
—Ahora —continuó Death, dejando una pausa cargada de tensión—, vamos a jugar. Serán seis juegos, uno tras otro. En cada uno de ellos, una persona será eliminada. Solo uno sobrevivirá.
La sala se llenó de murmullos. Todos comenzaron a hablar entre ellos, pero las palabras no lograban hacer que la ansiedad se fuera. Evans pudo escuchar la creciente desesperación en sus voces.
—¿Qué pasará con los eliminados? —preguntó Samuel, con la voz temblorosa, a pesar de su tono de dureza habitual.
Death sonrió, esa sonrisa que helaba los huesos.
—Eso lo descubriréis poco a poco —respondió, con una tranquilidad inquietante.
Alguien más preguntó, casi implorando:
—¿Por qué estamos haciendo esto? ¿Por qué juegos? ¿Por qué nosotros?
Death los miró, su expresión algo divertida, pero sin el más mínimo vestigio de compasión.
—¿Por qué? —repitió, como si fuera una pregunta tonta—. Es simple. No hay respuestas fáciles, solo hay destino. Y el destino, mis queridos jugadores, es lo que haréis con él.
Hubo un silencio tenso. Nadie se atrevió a hablar más. Todos sabían que no había forma de escapar, que no podían cambiar nada. Solo podían esperar.
Con un movimiento rápido, Death levantó una mano, señalando hacia el fondo de la sala, donde una puerta invisible comenzó a materializarse.
—Preparaos. El primer juego empezará dentro de poco —dijo, sin prisa, como si no hubiera nada de importancia en lo que estaba sucediendo.
Y entonces, como si el aire mismo se hubiera deshecho a su alrededor, Death desapareció. La sala quedó en un absoluto silencio, con los siete aún en estado de shock, incapaces de asimilar lo que acababan de escuchar.
El miedo ya se estaba apoderando de ellos. El primer juego estaba por comenzar, y nadie sabía qué sería lo siguiente.