KYLER
— ¿No tienes algo más? —pregunto.
Cindy adentra su mano una vez más y saca un par de guantes. Los deja en medio de nosotros para volver a buscar algo más, esta vez, saca otro par de calcetas. —Rayos, creo que aquí solo están estas cosas pequeñas y si sigo buscando, encontraré mi cepillo de dientes.
—Al menos podemos mantener la higiene bucal —bromeo.
Bufa. —Jamás en mi vida te prestaría mi cepillo, eso es asqueroso. No lo hagas, se comparte bacterias y todo.
Me encojo de hombros. —Bien, no lo haremos entonces.
Cindy se recuesta en la puerta. —Voy a morir de la desesperación, no quiero seguir aquí, quiero estar en mi cama y arroparme y solo, ser feliz.
Me siento mal por ella a pesar que no tengo la culpa de nada, sin embargo, casi me quiero disculpar por el camino que Jacob pensó que era el mejor.
Luego, como si no fuera suficiente, se escucha un ruido. Uno como si alguien, o algo, hubiera roto algo no muy lejos de aquí. O golpeado.
Cindy me mira con los ojos abiertos. — ¿Qué fue? —susurra.
Muevo el respaldo del asiento para cerrarlo y tomo su teléfono, volteándolo para que no haya mucha luz. No sé nada de supervivencia pero lo que menos necesitamos ahora es llamar la atención de lo que sea que esté afuera.
Escuchamos otra vez, ese crujido.
Mi corazón empieza a latir rápido y naturalmente, siento un hormigueo en mi pierna. Mientras intento opacar la luz todo lo que puedo, bajando el teléfono al piso del auto, mi mente me empieza a recordar que si estamos en una situación de peligro, no podré correr.
Por algunos segundos no se escuchó nada y luego, otra vez, un crujido. ¿Qué es eso? ¿De dónde viene?
Cindy se inclina para bajar la cabeza un poco, puedo percibir la tensión que está sintiendo y aunque no la veo, sé que está asustada. Yo también lo estoy pero creo que no tengo que demostrarlo o será peor.
Y de pronto, un gran ruido.
Ambos pegamos un pequeño salto y por instinto, estiro mis brazos a ella, la tomo de los hombros y empujo su cuerpo hacia abajo. No sé qué sea, no sé si es una persona o un animal pero será mejor que no nos vean. Y si es un hombre, será mejor que no vean que hay una chica aquí.
Cindy no se aparta, toma mis antebrazos y los aprieta como si pidiera silenciosamente que no la soltara. Su respiración se acelera y puedo escucharla, junto con la mía, como se hace más ruidosa. Intento calmarme pero literalmente, estoy aquí sin saber a qué nos enfrentamos.
Miro fuera de la ventana y lo poco que distingo son ramas y troncos, nada de movimiento o siluetas. Ese ruido no se escuchó tan cerca pero eso no significa que “eso” no pudo moverse.
Nos mantenemos en esta posición por varios minutos, sin movernos, hasta que vuelvo a elevar la mirada y reviso una vez más que no haya nadie afuera. Me despego de Cindy y suelto sus hombros, lentamente nos reacomodamos.
Permanecemos en silencio y casi en total oscuridad durante un momento, finalmente ella se mueve para acomodar su teléfono recostándolo en un ángulo inclinado para tener un poco de luz.
— ¿Qué fue eso? —pregunta.
Niego. —No lo sé pero ya no se escucha nada.
No pensé mucho cuando me incliné para cubrirla, realmente he tenido contacto con ella muy pocas veces, como en esas ocasiones cuando nos dábamos abrazos rápidos en celebraciones.
Me alegra que no se haya sentido incomoda, creo que comprende que lo hice porque de alguna forma, era lo único que se me ocurrió para protegerla de lo que sea que estuviera ahí.
—El silencio me da ansiedad, siento que en cualquier momento alguien podría aparecer en la ventana.
Trago saliva con dificultad. —Oye, no pienses en eso —respiro profundo—. Seguro fue… algún animal inofensivo.
Pero su rostro no está tranquilo.
Bajo la mirada a la lonchera que ha estado aquí desde el comienzo del viaje y solo para distraerla, pregunto: — ¿Qué hay aquí?
Hace una mueca. —Bueno, mamá hizo sándwiches de mermelada y mantequilla de maní por si queríamos pero supongo que ya están todos… no comestibles.
Hablando de eso, no hemos comido realmente. Eli y Jacob fueron los que sí lo hicieron pero nosotros solo tuvimos unos nachos y chocolate. —Um, ¿Puedo probar uno?
Se encoje de hombros. —Tal vez ya no estén buenos.
—Creo que sí lo estarán —digo.
Cindy abre el cierre, toma un recipiente de plástico y cuando lo destapa, los aromas a pan, fresa y maní me llegan a la nariz. En realidad, huelen bien.
—Ten —me acerca el recipiente.
Tomo uno, en forma de triángulo. —Gracias, ¿No tienes hambre?
—No… no suelo comer a esta hora —afirma.
Inclino el rostro, acercándome el pan a la boca. — ¿Por qué no?
Mira la comida por algunos segundos. —Ayuno intermitente, ¿sabes? Es cuando comes a determinadas horas.
Le doy un mordisco y enseguida, otro más. Supongo que si en el cielo te reciben con algún aperitivo, sería con algo como esto. —Está bueno, prueba uno —digo.
Niega. —En serio, no debo comer ahora.
Algo en esa afirmación no me sienta bien. Sé que Cindy perdió peso, mucho peso, pero nunca supe como lo hizo. Siempre la escuché decir que era por la pubertad y crecer pero ahora que menciona el ayuno intermitente, me pregunto si tomó medidas no tan saludables.
—Entiendo eso pero, Cindy, esta no es una situación común. Hay frio, no has comido mucho y necesitas energía, por lo menos toma una mitad, ¿sí? —no quiero presionarla pero estoy intentando que ella misma entre en razón.
Suspira, extiende la mano y toma la mitad que dejé. —Bien, sí, supongo que sí.
Ambos comemos en silencio y luego ella me mira, sonriendo. — ¿Qué? —pregunto.
Niega, mastica y traga. —Es que sigues con mi gorro.
Me alegra que nos hemos relajado. —Ah, ¿tu gorro? Creo que es mío ahora.
Resopla. —Muy gracioso.
Masticamos un poco más hasta que ambos hemos terminado. Espero que alguien esté con nuestros hermanos ayudándolos, así no tengo que pensar en que será mejor guardar el resto para después en caso estemos mucho tiempo aquí.