—Muchas gracias señor Damocles, muchas gracias, no sabe cuánto le agradezco—
Sentí ganas de abrazar a ese viejo pansudo, me dio trabajo, ¡Trabajo!, llevaba meses desempleado, viviendo a base de los ahorros que tenía.
—Nada que agradecer muchacho, nos vemos mañana a primera hora—
—No lo dude señor Damocles, aquí estaré-Estrecho mi mano con el señor Damocles antes de salir del establecimiento de periódicos.
Ya es de noche, nueve y cuarenta, el cielo teñido de negro y las esperanzas cantando.
Empecé a caminar por las calles de los suburbios Mare, mi hogar, calles con pedazos de asfalto y alcantarillas imaginarias, las aceras despintadas cubiertas de tierra y escombros por todos lados, con una capilla, escuela y preparatoria pequeña en todos sus 1,775 metros cuadrados.
Vivimos de las sobras de nuestro país, no se preocupan por los ciudadanos de aquí como yo, después de una gran protesta pusieron una editorial de periódicos.
Esa es una de las fuentes principales de trabajo, las otras son el tráfico de drogas y las...damas de compañía, las prostitutas.
Mi madre era una, murió cuando tenía 15, a manos de uno de sus clientes, no se como fue, sólo se que una semana después en el periódico apareció la foto de mi madre, dijeron que estaba muerta y que se lo merecía, ese día decidí que *iba a ser de grande*, hasta ahora mi más grande sueño, ser periodista.
Mi padre, que decir de él, no lo conozco, no sé como es, no sé si está vivo o muerto, mi madre solía decirme que era un señor muy importante, que su primera vez fue con el, y que el esperma se fecundó esa noche.
Antes no sabía bien que significaba eso.
Pero ahora, se que mi madre hizo todo lo posible por qué fuera feliz, pero pensar que murió por darme alimento siempre me ha carcomido desde lo más profundo.
—¡Dulces! ¡Paletas! ¡Pirulines!—escucho un cántico desde el otro lado de la calle, es normal que muchas señoras vendan ese tipo de cosas para los turistas que siempre nos visitan, pero aquella voz no era la de una señora, parecía más bien la de ¿Un niño?, los niños no deberían de trabajar, que clase de madre o padre deja que su hijo venda cosas en la calle.
Guardo el viejo teléfono que usaba dentro del bolsillo de mi pantalón y veo hacia todos lados.
Encuentro a un niño con una cesta colgando de su cuello, él iba a cruzar la calle, miré por la carretera, un autobús de esos que van a la ciudad estaba corriendo en su dirección.
-¡Niño! ¡Espera! ¡Vuelve a la acera!-le grité-¡Camión!-grité nuevamente señalando el autobús, el niño de cabello negro vio el camión, se asustó, pero no se movió, parecía petrificado.
El autobús cada vez estaba más cerca y el niño en medio de la carretera.
Sin dudar corrí hacia el niño y lo cargué llevándolo a la otra mitad de la calle, escuché como el niño empezó a llorar cuando vio el camión pasando a toda velocidad por donde estaba él.
—El camión, el, me, camión, yo, gra—el pequeño niño de no más de seis años seguía sollozando
—Ya, ya esta bien-El pequeño niño se aferró a mi camisa como si su vida dependiera de ello, en él ya no había rastro de la cesta que tenía antes ni de los dulces que había en ella—¿Cómo te llamas?—
El niño se limpia las lágrimas.
-Hugo, me llamo Hugo-decía a lo que sus ojos se aguaban otra vez, me agacho a su altura y lo tomo de las manos.
—Ya Hugo, ¿Por qué no vamos con tu madre?-la pregunto mientras me levanto—¿Dónde vives?-
—Po-por allá—me señala el otro lado de la carretera con el dedo pulgar dentro de la boca
—¿Y ahí está tu mami?—Hugo asiente—Entonces vamos para allá—le sonrío haciendo mi agarre en su mano más fuerte, el pequeño me mira con los ojos brillosos por las lágrimas y asiente otra vez.
—Mira Hugo—lo llamo cuando estámos en el borde de la acera—Cuando vallas a cruzar la calle mira para la derecha y para la izquierda dos veces—Hugo me mira—Vamos hazlo conmigo, derecha, izquierda, y otra vez, derecha, izquierda ¿Vez?—
Ian asiente otra vez—¿Y si no viene ningún camión la cruzo?—
—Así mismo, vamos—caminamos cruzando la carretera, después por un callejón hasta llegar a una casa de dos niveles, blanca por completo con verjas de hierro en las ventanas.
—¡Mamá!—grita Hugo mientras toca la puerta de madera
Al momento la abre una mujer como de mi edad con uno de los vestidos que mi madre llevaba cuando iba con sus clientes, la madre de Hugo también es una prostituta, no la juzgo, no puedo hacerlo.
—Señora—la llamé haciendo que se fijara en mí, en ese instante me barrió con la mirada y sonrió.
—Hola ¿Te puedo ayudar en algo?—dice mientras se acerca a mí.
—Encontré a su hijo en la carretera, lo iba a atropellar un autobús—agarro sus manos en el aire antes de que me las pusiera en el cuello—Lo iba a atropellar un autobús, ¿Por qué estaba a esas horas en la calle?—le interrogo dejando sus manos al costado de su cuerpo lo más gentil que puedo.
—¿Para eso viniste? Mejor largate, tengo que trabajar—
Hugo sólo nos miraba atento, no parecía sorprendido por nada, ni por el tono de voz de su madre, ni porque le estaba restando importancia a su casi muerte.
—¿Sabe que un niño como Hugo no puede trabajar? ¿Sabe que está penado por la ley?—
—También prohíbe la prostitución y a tu madre no le importó ¿cierto?, pensaba que ese delito se pagaba con cárcel no con pena de muerte—
La mire con repugnancia, pero no pensaba discutir con ella frente a su hijo.
—Solo no lo mande a trabajar, debería estar durmiendo para levantarse temprano e ir a la escuela ¿Verdad pequeño?—me agacho dirigiendo mis últimas palabras a él, Hugo niega y mira el suelo—¿No vas a la escuela Hugo?—le preguntó teniendo como respuesta un casi inaudible "No".
Frunzo el seño y de un salto me incorporo.
-¿No va a la escuela?-Le pregunto a la mujer, quien se estaba quitando los tirantes del vestido.
—No, no tengo tiempo ni dinero para llevarlo—decía mientras se acercaba más a mi, traté de que mi vista no se valla a sus pechos desnudos, así que la fijé en su cara.