El último rayo de luz desapareció cuando la roca se atascó en la entrada. La oscuridad era completa, pesada, como una manta que nos cubría a todos. Solo la pequeña linterna de Ariel nos daba un poco de luz, un círculo de esperanza en un mar de negrura.
Exasperada, saqué mi teléfono. El pánico se apoderó de mí cuando la pantalla no mostró señal. No había nada. La última conexión con el mundo exterior se había perdido.
Las respiraciones rápidas y los suspiros de miedo llenaron el aire. Tenía que mantener la calma. Soy el adulto aquí, el único adulto.
— Ariel, Brad, esto es culpa de ustedes —La voz de Sofí rompió el tenso silencio.
— Si no hubieran ido al bosque sin permiso, no estaríamos en este problema.
Era la reacción que tanto temía. La culpa se había instalado.
— Esto no es nuestra culpa —Respondió Brad, enojado.
— Si quieres buscar culpables, culpa a la pequeña de la patrulla de los Zorros que quería ver una lagartija blanca y corrió por todo el bosque hasta que nos perdimos.
— ¡Oye! —Exclamó Arthur, defendiendo a su hermana.
— No te metas con ella, pequeña Pantera. Si no fuera por ustedes...
Esta disputa entre ellos me hizo estallar. Mi voz se elevó en un grito que era una mezcla de enojo y puro miedo.
— ¡BASTA! Un buen Scout siempre busca solución a las adversidades. Un buen Scout siempre se ayuda mutuamente. Un buen Scout siempre conserva la calma y sabe qué hacer para ayudar a los demás.
Me detuve, sin aliento. Me di cuenta de que acababa de recitar el lema scout de mi infancia, un lema que creí haber olvidado por completo.
— Sé que estamos atrapados, pero tenemos que mantener la calma. Estamos juntos, así que no nos ocurrirá nada y tampoco dejaremos que a nadie le suceda nada. ¿Estamos de acuerdo?
Los chicos se quedaron en silencio, sus rostros tensos iluminados por la linterna. Brad evitó mi mirada y masculló algo inaudible, pero fue Sofí quien asintió primero, lentamente haciendo que el resto estuviera de acuerdo.
— Sí —Respondieron los chicos al unísono.
Nunca obtuve la insignia del buen líder, pero estos niños necesitan un guía en este momento y yo, por lo menos hasta que encontremos el campamento, seré su guía.
La pequeña luz de la linterna de Ariel iluminó un haz de ramas.
— Podemos hacer una fogata con esas ramas —Mencionó Ariel, su voz suave, pero con un tono seguro que me sorprendió.
— Pero no tenemos un encendedor. ¿Cómo haremos fuego? —Preguntó Brad, con una lógica aplastante.
Tuvo razón. Mi mirada, derrotada, se posó en la maleta negra. La había tomado instintivamente, sin pensar, antes de correr al bosque. Ahora era mi única esperanza.
— Veamos qué podemos encontrar —Dije, más para mí que para ellos
— Debe haber algo que nos pueda servir.
Con la ayuda de la linterna de Ariel, abrí la pesada maleta. Busqué desesperadamente un encendedor o cerillos, pero mi sorpresa fue grande cuando mis dedos encontraron algo duro y pesado. Saqué un par de piedras. La broma que le había hecho a Layla antes, de que su maleta parecía llena de piedras, se había vuelto una realidad.
Layla siempre colocaba piedras en mi maleta cuando acampábamos de niñas. No creí que lo haría a esta edad, pero por primera vez, agradecí la broma de mi amiga. Las sujeté con fuerza, el frío se sentía en mis palmas.
— Esto servirá —Anuncié.
Los niños me miraron confundidos.
— Podemos encender la fogata con este par de piedras. ¡Miren!
Comencé a frotar las piedras entre sí con toda mi fuerza. Las chispas volaron, una tras otra, hasta que una de ellas cayó sobre las ramas. Al instante, el fuego se encendió, extendiéndose por la pila de madera hasta crear una pequeña fogata que iluminó toda la cueva.
— Eso fue genial, Larisa. ¿Dónde aprendiste a hacer eso?
La voz de Brad estaba llena de asombro. Los demás chicos aplaudieron, sus ojos brillando con emoción.
— Cuando era niña fui campista como ustedes —Dije, sintiendo una sonrisa genuina en mi rostro
— Lo descubrí por accidente cuando tenía 8 años.
El recuerdo de ese momento invadió mi mente.
— ¿Qué haces, Lai? — Preguntó Layla, su voz de niña sonando curiosa.
— Vi en la televisión que se podía encender una fogata usando dos piedras. Quiero ver si es cierto.
— Se necesita mucha fuerza para lograrlo.
Con mis pequeñas manos, froté con fuerza las dos piedras. Por unos segundos, no pasó nada. Luego, una chispa, y otra, y otra más, hasta que un par de chispas cayeron sobre las pequeñas ramas. En un instante, se encendió una fogata.
— ¡Lo lograste, Lai! —exclamó Layla, con los ojos bien abiertos por la sorpresa
— No creí que funcionara.
— ¿En serio tenías solo 8 años cuando lograste hacerlo por primera vez? —Preguntó Jess, su dulce voz llena de asombro.
Asentí con la cabeza.
— Eso es sorprendente. Yo logré encender mi primera fogata a los 12 años con un encendedor —Mencionó Arthur, con una sonrisa sincera.
— Jamás podría hacerlo con piedras como lo acabas de hacer.
A pesar de su admiración, la realidad de nuestra situación se hizo presente. Un gruñido en el estómago de Sofí rompió el silencio, y ella preguntó con un tono de derrota:
— ¿Aquí no hay nada que podamos comer?
— No debemos preocuparnos tanto —Dijo Arthur, calmándola
— Busquemos en nuestras mochilas y bolsillos. Si tenemos suerte, encontraremos algo y lo repartiremos entre todos.
Apresuradamente, los cinco chicos y yo comenzamos a buscar en nuestras pertenencias cualquier cosa que pudiera servir como alimento.
Con la luz de la fogata, mi visión mejoró y pude ver el interior de la maleta negra. Al buscar comida, me di cuenta de por qué era tan pesada. Para mi sorpresa, no solo contenía dulces y snacks, sino también ropa mía. ¡Layla se había llevado la ropa de mi armario! De repente, todo cobró sentido: por eso se había demorado tanto en mi habitación.