Campistas

El Poder del Conocimiento

Después de darle un consejo a Ariel, Sofía sonrió, triunfante.

— Al menos alguien de la misma edad que yo está feliz de tenerme a su lado.

Ariel y yo la miramos, confundidos por su declaración.

— ¿Qué quieres decir con eso? —Pregunté curiosa.

Sofí suspiró, me miró y luego comenzó a hablar.

Cuando era niña, mis acciones no eran adecuadas para mi edad. Me catalogaban como una chica precoz. Por ejemplo, a los cinco años ya podía leer libros avanzados y contar del uno al 300 sin ayuda.

Nunca me gustaron las cosas infantiles. Siempre me interesaron las cosas de adultos. Soy hija única, y siempre me he relacionado con adultos, así que supongo que esa es la razón por la que las cosas infantiles nunca me llamaron la atención.

He sido amante de los libros desde muy joven. A los tres años ya leía cuentos, pero me aburrí de ellos al instante. A los diez, comencé con libros juveniles que hablaban de temas complejos como la superación, la ansiedad, el amor y las rupturas. No los comprendía del todo, pero los disfrutaba de la misma forma. Actualmente leo temas más maduros, y las investigaciones científicas me parecen fascinantes.

Mis padres, preocupados, me llevaron a un psicólogo para ver si mis gustos y acciones eran "normales". Después de varias pruebas, se maravillaron con los resultados: a los diez años tenía un IQ de 140, muy superior para un niño de mi edad.

Debido a eso, a los once fui inscrita en el último grado de primaria, adelantándome un año completo. Era la más chica de mi salón.

Durante ese año, mis compañeros me humillaban por el hecho de ser la pequeña del grupo. Algunos tiraban mis cosas al suelo, fingiendo que era un accidente; otros me empujaban, pretendiendo no haberme visto, o se sentaban frente a mí para bloquear mi visión en clase. Ese año fue duro, pero aprendí a vivir con eso. Solo esperaba que pasara rápido para poder ir a la secundaria.

Con doce años entré a la secundaria, siempre a la defensiva. Evitaba a mis compañeros para que no me molestaran como en mi anterior escuela. Desde chica me gustaba hacer cosas de mayores, y en la secundaria no fue diferente. No me relacioné con nadie de mi edad. En su lugar, me hice amiga de los mayores.

Debido a mi gusto por la lectura, tenía un vocabulario y un conocimiento elevados para una chica de primer año de secundaria. Me decían que era madura para mi edad, y por eso, los estudiantes de último año me aceptaban.

Un día, un chico alto de cabello rizado y castaño se acercó a mí mientras leía un libro de Maquiavelo. Se sentó a mi lado y, sin rodeos, inició una conversación.

— Para ser una chica de primer año, estás leyendo un libro difícil de comprender.

Lo miré fijamente, luego bajé la vista al libro que tenía en mis manos.

— Es interesante su forma de pensar —Respondí.

— ¿Estás de acuerdo con el pensamiento maquiavélico?

Me sorprendió su cuestionamiento. No pensé que un chico de la escuela sabría sobre este tipo de libros.

— ¿Conoces el pensamiento maquiavélico? —Indagué sorprendida.

El chico soltó una risa baja

— Soy de último año de secundaria. En clase estamos aprendiendo filosofía, así que, ¡obviamente he oído hablar de Maquiavelo y su pensamiento! —Dijo con una sonrisa.

Me sorprendió que un chico mayor estuviera hablando conmigo.

— Soy Mario Lam. Un gusto conocerte. —Me ofreció la mano, la cual acepté de inmediato.

— Soy Sofí Garza, es un gusto conocerte también.

— ¿Te parece bien si nos vemos en el almuerzo con dos amigas más?

Lo pensé por un momento. Mario me pareció agradable, aunque tenía miedo de cómo reaccionarían sus amigas al ver que yo era una chica de primer año. Aun así, acepté la oferta.

— Claro, nos vemos en el almuerzo.

La hora del almuerzo llegó y fui a buscar a Mario y sus amigas a la cafetería. Los encontré en una mesa, los tres me sonrieron y me invitaron a sentarme.

— Hola, mucho gusto. Mi nombre es Giana Salvatore, y soy compañera de Mario. Él nos contó que te encontró leyendo un libro que nosotros estamos leyendo en clase —Mencionó la primera chica.

— No puedo creer que una chica tan pequeña pueda comprender libros tan complejos. Soy Isabella Yan, por cierto. Un gusto —Saludó la segunda.

Desde ese día, Mario, Isabella y Giana se convirtieron en mis mejores amigos. Aunque ellos tenían entre 15 y 17 años, y yo solo 12, nos llevamos muy bien.

Mis amigos están terminando su adolescencia, y tienen preocupaciones que a mi edad no deberían surgir. Actualmente, están preocupados por sus futuras carreras universitarias o su vida en la preparatoria. Eso me recordó que a finales de este año mis amigos se irán de la escuela para comenzar sus estudios. Y yo me quedaré sola en la secundaria con chicos que no comprenden mi vocabulario y me molestan por sacar buenas notas.

Desde que entré a la secundaria, nunca me importó relacionarme con chicos de mi edad. Tras conocer a Mario, Giana e Isabella, dejé de hacerlo por completo. Mi único contacto con mi grupo era en trabajos grupales, donde yo terminaba haciéndolo todo sola mientras ellos ponían su nombre sin hacer nada.

Al escuchar la conversación de mis amigos mayores, pensé que ya era hora de relacionarme con chicos de mi edad, incluso si me humillaban o se acercaban solo por beneficio.

Un día, saliendo de la escuela, vi a una chica de unos 28 años y a un chico de su misma edad repartiendo volantes en la calle. Por curiosidad, me acerqué y le pregunté.

— Disculpa, ¿puedo tomar un volante?

— Claro —Respondió la chica con una gran sonrisa.

Me entregó un folleto sobre un campamento en el Monte del Río Claro. Nunca había acampado en mi vida.

La chica me miró fijamente.

— ¿Te interesa el campamento? —Preguntó.

Guardé silencio por un momento, sin saber qué decir. Al no obtener respuesta, me preguntó de nuevo.



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En el texto hay: supervivencia, drama, drama adulto

Editado: 18.12.2025

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