Me desperté por unos pequeños murmullos. Al levantarme del frío y duro suelo, mi mente se aclaró y recordé que los seis seguíamos atrapados en la cueva. Necesitaba saber la hora, pero mi teléfono no encendía. ¡Genial! Estaba sin batería.
Mi vista se encontró con los campistas, que hablaban en voz baja. Perezosamente, comencé a contarlos. Uno, dos, tres... ¿Tres? Estoy segura de que éramos cinco niños y yo.
— ¿Dónde están Ariel y Sofí? —Pregunté, alarmada, mientras giraba la cabeza en busca de los dos niños que faltaban. Me di cuenta de que la pequeña linterna de Ariel tampoco estaba.
— Se levantaron primero y dijeron que buscarían una salida del otro lado de la cueva —Respondió Arthur con un tono de voz que sonaba extrañamente seguro.
— ¿Se fueron solos? —Pregunté.
Jess, Arthur y Brad se limitaron a asentir. La inquietud se apoderó de mí. No podía quedarme allí sabiendo que dos de ellos caminaban solos, quién sabe dónde.
— ¡Chicos, levántense! Iremos a buscar a Ariel y Sofí —Dije, colgándome al hombro la maleta negra que nos salvó la noche anterior.
Los tres chicos protestaron, pero se levantaron de inmediato para seguirme en la oscuridad. No habíamos caminado mucho cuando escuché pequeños pasos apresurados. Apenas unos metros más adelante, Sofí y Ariel chocaron conmigo, deteniéndose en seco.
— ¿Dónde estaban? —Cuestioné con un tono retador, pero mi enojo no los asustó. Al contrario, Ariel y Sofí sonrieron al encontrarnos.
— ¡Encontramos una salida! Vengan, por aquí —Habló Sofí, agitada, pero emocionada.
Los dos lideraron el camino, y el resto de la tropa los siguió de cerca, llenos de esperanza.
La cueva parecía interminable. Con cada paso, solo veía rocas y más rocas.
— ¿Ya vamos a llegar? Estoy cansada de solo ver rocas a mi alrededor —Se quejó Jess.
— No te preocupes, el camino es largo, pero al final está la salida, lo prometemos —La tranquilizó Ariel con una tierna sonrisa.
Después de lo que pareció una eternidad, a pocos metros al frente, pude ver un pequeño aro de luz. Sentí un enorme alivio; era la luz al final del túnel.
— ¡Ya llegamos! —La voz de Sofí animó al resto del grupo.
Al salir de la cueva, los fuertes rayos del sol nos cegaron, una reacción natural después de pasar tanto tiempo en la oscuridad. No sabía la hora exacta, ya que mi celular estaba descargado, pero por la posición del sol, supuse que era casi mediodía. Debimos haber estado despiertos hasta el amanecer.
Cuando mi vista se acostumbró a la luz, observé el paisaje que la naturaleza nos ofrecía. Aún estábamos en medio del bosque, pero rodeados de árboles frutales y una vegetación exuberante que nos regalaba aire fresco y tranquilidad. No pude evitar sentir que ya había estado en este lugar.
Los chicos comenzaron a caminar, pero a mí me preocupaban mis pies. Los campistas tenían botas, pero yo solo llevaba un par de tenis. Estaría bien en la tierra, siempre y cuando no estuviera resbalosa.
Jess se sentó al pie de un gran árbol.
— ¿Podemos comer aquí? Muero de hambre.
Era nuestro segundo día perdidos, y nadie había probado bocado desde la noche anterior. Revisé la maleta negra donde habíamos guardado la comida. Vi algunas peras que teníamos Ariel y yo, y el resto de los bombones de la noche anterior. Había también unas bolsas extra de bombones, pero decidí guardarlas para más tarde.
— De acuerdo. ¿Quién tiene hambre?
Los cinco niños gritaron "¡Yo!" al unísono, levantando sus manos. Rápidamente, les expliqué mi plan.
— Haremos esto: tenemos seis peras y una bolsa de bombones abierta. Cada uno comerá una pera, y el resto de los bombones si tienen mucha hambre. Luego, buscaremos más comida.
Los campistas asintieron y comenzaron a repartir las peras y los bombones de manera equitativa.
Para los chicos, esto debe ser una aventura, pero para mí, es un problema. Hace veinte años que no pongo un pie en un campamento y no recuerdo las reglas de supervivencia. Si no encontramos más comida, la que tenemos se agotará pronto.
— ¿Esas son manzanas? —Preguntó Jess, señalando la copa del árbol donde estábamos sentados.
— Sí... Podemos cortarlas y comerlas. Lai lai, ¿puedo subir a tomar las manzanas? —La pregunta de Brad me impresionó.
— ¿Sabes escalar árboles?
— Sí, escalo árboles en la casa de mis abuelos todo el tiempo. No es tan difícil.
— Está bien, pero ten cuidado —Dije.
Brad subió al frondoso árbol y comenzó a cortar las manzanas, dejándolas caer una por una para que las atrapáramos. Nuestro héroe logró cortar ocho. Con la que Brad tenía en su mochila, ahora teníamos nueve, lo que sería suficiente para la próxima vez que tuviéramos hambre.
— Deberíamos seguir caminando —Habló Ariel, emocionado.
— Tal vez haya más árboles frutales donde podamos conseguir comida.
Los chicos terminaron de comer rápidamente, felices de continuar la caminata en busca de más provisiones.
Caminamos en linea recta por mucho tiempo, pero no importa cuánto camináramos la vista era la misma, plantas, hojas secas y árboles que son útiles para darnos sombra, pero no para darnos comida.
Durante nuestra caminata, los chicos se divertían, escondiéndose entre los árboles y riendo de lo que para ellos era una aventura.
Encontramos muchos árboles frutales, como peras y manzanas, y una plantación de fresas. Debíamos sobrevivir, así que recogimos todas las frutas que pudimos.
Mientras más caminábamos, la sed se hacía más presente. Solo teníamos tres botellas de agua en la maleta. Decidí dárselas a los chicos para que las compartieran, con la esperanza de encontrar agua pronto. El calor era insoportable, y necesitábamos hidratarnos con urgencia.
Recordé que mis viejos guías solían decir que algunas frutas eran útiles para la hidratación debido a su vitamina C, como la sandía, el limón y, afortunadamente, las fresas.
A pocos metros, vi un gran árbol que podía darnos sombra.