Campistas

La Leyenda de las Tres Valientes Campistas

La luna llena se alzaba en el cielo nocturno, su luz tan brillante como la de la última noche que Larisa y yo estuvimos acampando en este mismo lugar hace veinte años.

Cansada de buscar a mi amiga y a los campistas, me senté en una roca en medio del bosque a contemplar la hermosa luna, con una pequeña y vieja pañoleta scout con 24 insignias en mis manos.

La imagen de la luna que se reflejaba en mis ojos fue bloqueada por la persona a la que he amado durante más de diez años.

— Layla, te estaba buscando. ¿Por qué estás aquí sola? —Preguntó Frank.

— Solo contemplo la luna. Está hermosa esta noche —Respondí.

Frank sonrió al mirar al cielo, luego suspiró y me miró con dulzura.

— Encontraremos a Larisa y a los chicos sanos y salvos, no te preocupes. Ellos estarán bien.

Me limité a asentir, atrayendo la pañoleta a mi pecho. Frank debió notar mi gesto.

— Llevas tu propia pañoleta contigo. La que tienes en tus manos no es la tuya, ¿de quién es?

— Le pertenece a Lai —Afirmé.

Frank me miró con incredulidad.

— No sabía que Larisa asistía a campamentos. Ella siempre ha dicho que odia acampar.

— Antes no era así. De hecho, las veinticuatro insignias pegadas a esta pañoleta las ganó cuando apenas tenía ocho años —Expliqué, sorprendiéndolo.

— ¡Wow! A eso le llamo ser un genio del campismo —Dijo Frank con un tono divertido.

— Entonces, ¿por qué dejó de acampar si le gustaba tanto cuando era niña?

Guardé silencio por un momento.

— ¿Has oído hablar de la leyenda de las tres valientes campistas? —Pregunté con un susurro.

— Sí, he escuchado a muchos jóvenes scouts contar esa historia alrededor de las fogatas. Pero... ¿qué tiene que ver con que Larisa haya dejado de acampar? —Preguntó Frank.

— Porque yo era una de las tres campistas de la leyenda —Dije, con la voz apenas audible.

— Y las otras dos eran Larisa y su prima, Claris Sorní.

Frank abrió los ojos, sorprendido.

— ¿Cómo es eso posible? La leyenda dice que las tres campistas fallecieron en el Río Claro hace veinte años —Respondió, incrédulo.

Sonreí ante su afirmación.

— La leyenda se ha ido modificando con el paso de los años. Obviamente, la historia está equivocada, porque... solo una pequeña campista falleció ese día.

Recuerdo que era una tarde calurosa. Las tres teníamos solo ocho años cuando llegamos al registro de nuestro campamento. Éramos conocidas como "las genios del campismo". Claris y yo ya habíamos obtenido las veinticinco insignias que los campamentos scout pueden otorgar. A Larisa solo le faltaba una para llegar a nuestra meta: la insignia del "buen líder".

— ¿Lista para ganar tu última insignia? —Pregunté a Larisa con una sonrisa.

— ¡Claro que sí! En este campamento la conseguiré —Respondió sonriendo de emoción

— Espero que lo logres si quieres alcanzarme, primita —Bromeó Claris.

Claris era una niña muy amigable, siempre con una sonrisa y una mirada dulce que enamoraba a todos. Yo no fui la excepción. Las tres éramos mejores amigas y hacíamos todo juntas. En los campamentos, siempre formábamos equipo y ayudábamos a otros a realizar las actividades que se les dificultaban. Éramos famosas por hacer cosas complejas a nuestra corta edad, como nudos complicados o encender fogatas con rocas.

Era la segunda noche de campamento. La luna llena brillaba en el cielo, pero algunas nubes empezaban a acumularse. Larisa, Claris y yo, sin poder dormir, estábamos acostadas en el pasto, contemplando el cielo nocturno.

— ¿Creen que vaya a llover? —Mi pregunta captó la atención de las primas.

— ¡Sería genial poder correr bajo la lluvia y sentir las gotas caer por tu cara! —Exclamó Lai, con su habitual espíritu intrépido.

— Sería divertido, pero no creo que sea buena idea correr en una montaña resbalosa bajo la lluvia —Respondió Claris. A pesar de tener la misma edad, ella siempre era la voz de la razón.

Mientras hablábamos, sentí algo húmedo caer sobre mi rostro. Una, y luego otra, y otra gota de agua aterrizaron en mi mejilla. La lluvia había comenzado.

— Debemos volver al campamento si no queremos resfriarnos —Habló Claris con una sonrisa, lista para levantarse. Yo estuve de acuerdo con ella, pero Lai tenía otra idea.

— Hagamos una carrera hasta el río bajo la lluvia. ¡Será divertido ver cómo las gotas aterrizan en un gran charco de agua! —Insistió.

— Creo que es peligroso correr con el suelo mojado. Está resbaloso, sin mencionar los derrumbes en los riscos cuando llueve. ¡Y el río puede salirse de su cauce! —Advirtió Claris.

— ¡Vamos, Claris, será divertido! —Insistió Larisa.

Claris estaba dudando, pero Larisa decidió por ella. Tomó la pañoleta con insignias de su prima y echó a correr hacia el Río Claro.

— ¡Layla, Claris! ¡Traten de alcanzarme, o la pañoleta de Claris caerá al río!

— ¡No corras tan rápido, Lai, Claris y yo no podemos alcanzarte! —Grité.

— ¡Ve más despacio, prima! ¡Está lloviendo muy fuerte y el suelo está lleno de lodo! —Gritó Claris.

La lluvia se había intensificado, y relámpagos y truenos estrepitosos se hacían presentes en la montaña.

— ¡Lai! ¡Vámonos de aquí! ¡El río está creciendo mucho! ¡Se desbordará en cualquier momento! —Grité, aterrada, al notar que el volumen del agua había aumentado casi al doble.

— ¿Les molesta un poco de lluvia? —Preguntó irónicamente Lai con una risa.

— ¡No, prima, pero el río se está saliendo y ya no podremos regresar al campamento! ¡Está resbaloso aquí, regresemos!

Tratando de volver, las tres corríamos a tropezones por el lodo. Tuvimos que cruzar el río furioso, cuya agua turbia nos llegaba hasta la cintura. En un instante, las tres caímos al agua.

Cuando por fin logré salir a la superficie, grité con desesperación:

— ¡Lai! ¡Claris! ¿Dónde están?

— ¡Aquí estoy, Layla! ¿Dónde está Claris? —Respondió Larisa.



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En el texto hay: supervivencia, drama, drama adulto

Editado: 18.12.2025

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