Recuerdo una senda en línea recta; el final estaba a unos pocos metros de distancia. Me emocioné por ese desconocido destino y me acerqué rápidamente. Era un hermoso paisaje: miles de estrellas reflejándose en un oscuro y vasto mar. Son simplemente asombrosas, son como pedacitos de sol que no dejaran que estemos en completa oscuridad. A veces, quisiera tomar solo un pedacito de esa intensa luz, atraparla en una vasija y llevarla conmigo. Pero, quizás por eso deben estar en el cielo, para que nadie quiera robarlas y dejar la noche a oscuras.
Pasé un rato admirándolas; pero es extraño, de repente algo cambió. Ya no siento la misma emoción que al principio. Empecé a mirar a mi alrededor y me percaté de algo que siempre me ha atemorizado; la soledad. Estoy sola, no hay ruido alguno. No es normal que no haya ningún sonido por la noche. Soy capaz de escuchar mi propia respiración y siento como los latidos de mi corazón se aceleran. Ese gran lugar que creía hermoso empezó a achicarse, y la luz de las estrellas empezó a disminuir.
No quiero estar a oscuras. Ráfagas frías viajan desde el norte y me golpean. Siento un escalofrió que viaja por todo mi cuerpo. Mi piel se eriza y mis piernas tiemblan. La temperatura baja cada vez más, siento mis orejas frías, mis dientes castañean, y no siento mis labios, por más que me abrazo, no encuentro consuelo alguno, mientras que me acurruco mis fuerzas siguen debilitándose; el frío aumenta y es peor.
Miles de pensamientos emergen en mi mente, cosas que preferiría olvidar. Estaba decidida a erradicarlas: mis fallas, mis miedos, expectativas altas de las cuales no estoy segura de poder cumplir y la decepción de defraudar a los que confían en mí. Pensé que podría cambiarlo; creí que lo lograría y que todos estarían felices, que solucionaría muchos problemas y que podríamos compartir el peso de nuestras responsabilidades juntos. Pero les decepcioné. No cambie nada.
Siento que es inevitable; una oleada de impotencia me inunda. Es como si estuviera atrapada en un torbellino de desesperación, sin poder encontrar una salida. Y para empeorar las cosas el mar está creciendo, noto como va tragándome lentamente, implacable, voraz. Con horror, observo como el hermoso paisaje que me rodeaba está siendo consumido por las aguas. La pérdida y la desesperación se apoderan de mí mientras todo lo que conozco se desvanece ante mis ojos. No puedo moverme de la posición en la que estoy, o, mejor dicho, me quede sin tiempo para hacerlo.
Fácilmente, ese gran lugar desapareció; se fue, sin dejar rastros de lo que alguna vez fue. La desorientación me envolvió. No encuentro las respuestas a mis cuestionamientos ¿Qué significará todo esto? ¿Cómo llegue a sentir eso? Ya no me quiero hundir.
Como si mi petición fuera escuchada, algo me despertó, ¿me acaban de golpear la cabeza? Ahora recuerdo que estaba tumbada en el bosque.
Supongo que fue el mango del suelo quien me sacó del sueño.