Campo de flores

Capitulo IV

A unos metros del pueblo, un joven con espada y una canasta en mano se dirige a su hogar en el bosque, donde los inmensos árboles de pino y aliso lo rodean. El pequeño sendero por el que andaba fue hecho por sus propios pasos y los de su familia.

Hoy es un día especial: es el aniversario de bodas de sus padres. Por eso lleva la canasta.

Al sentir el olor de la leña quemándose y la abundancia de arbustos florales, llega al espacio dónde reside su familia. Una pequeña casita lo espera, un lugar que construyó junto a su padre y sus hermanos hace algunos años.

No hay mejor sensación que la de llegar a casa. Su nuevo puesto como vigilante lo obligaba a residir en las murallas del condado, donde pasaba la mayor parte del tiempo entrenando y vigilando la salida del pueblo, lo que lo mantenía alejado de casa por meses. Pero logró conseguir unos días libres.

Antes de entrar, contempló por unos segundos la reseda que rodeaba la entrada a su casa.

—No sabía que podía tener flores moradas— musitó para sí—. Siempre las había visto en diferentes tonos de rosa y blanco, pero nunca de esta forma. Hace un tiempo solo era un tallo verde, pero ahora parece un árbol.

Una joven de cabello negro y lacio le sonreía en la entrada.

  • ¡Mamá, ya llegó Einar!
  • ¿Qué haces princesa?

La chica tenía las manos cubiertas de tierra y estaba rodeada por muchos tipos de flores silvestres.

  • Coronas de flores, son para mamá y Ander — dirigió su mirada a la canasta que tenía él en las manos —. ¿Qué traes ahí?
  • Es sorpresa.
  • ¿Ah sí? No importa, seguro no es mejor que lo mío.
  • Seguramente — le respondió con una leve sonrisa.

Le alborotó el pelo y siguió su camino. El chico desprendía un aire relajado, con una sonrisa en la cara mientras observaba las novedades del jardín.

Había otra chica esperando apoyada en la puerta.

  • Hola, ma — la saludó con dos besos — ¿Cómo estás? ¿Y los chicos?
  • Están adentro junto a Ander preparando la cena. Maliah no quiere que mire que lo que esta haciendo en el jardín, así me exiliaron de mi casa y mi jardín, excluida junto a la puerta. Qué dicha que llegaste, ya iba a empezar a hablarle a las hormigas. Siéntate junto a mí.

Se sentaron juntos apoyados en la puerta. Él reposo en el brazo de su madre por unos segundos, respirando tranquilamente mientras ella le acomodaba el cabello.

  • ¿Cómo ha ido los entrenamientos? Los chicos te extrañan mucho por aquí; ya casi no pasas en casa.
  • Cansados, difíciles— dijo, frotándose la cara en el brazo—, pero muy provechosos.
  • Me alegra— respondió ella, apartándolo suavemente —. Ander dice que has mejorado mucho, solo que no está nada contento con que hayas dejado la lanza. Eres muy bueno usándola.
  • Lo sé, pero los lanceros siempre tienen desventajas en la batalla. Además, ya nadie entrena con ellas.
  • Claro. Si todos se tiran de un precipicio, tú también lo harías— le dijo con sarcasmo.
  • No exageres. Sé mis límites. Voy a dominar la espada, cueste lo que cueste — dijo, golpeándose el pecho con el antebrazo—. Palabra de caballero.

Ella sonreía mientras negaba con la cabeza.

***

Toda la familia se reunió en el patio trasero.

Pusieron una gran olla de sopa sobre un tronco que usaban como mesa, con siete platos alrededor. Tenían algunas velas encendidas cerca de ellos, con doble propósito: para espantar a los mosquitos y porque la noche se acerca.

Los últimos rayos de sol envolvían el claro donde estaban, y con eso empezaron a comer.

  • Mamá — dijo Maliah, que jugueteaba con un dedo dentro de la sopa—, este caldo sabe mal.

El chico al lado de ella pegó un brinco con el comentario.

  • ¿Ah sí? — dijo con tono indignado—. Bueno, al menos yo no regalé una corona de flores marchitas.

Eso puso a Maliah colorada de la vergüenza. Era de esas personas que no saben cómo defenderse de ciertos comentarios.

  • No sabía que las flores se morirían tan rápido — dijo haciendo pucheros.
  • Nidan, no molestes a tu hermana— intervino el mayor de la casa, desordenándole un poco el cabello—. A mí me gusta mucho mi corona con flores marchistas.
  • Pero Maliah tiene razón en algo, este caldo sabe mal — añadió otro de los chicos en la mesa—. No vuelvas a cocinar Nidan.

Esto dejó al chico aún más indignado. Solo que se rindió en contestar.

— Admito que agregué más de orégano del que debía — murmuró mientras jugaba con la sopa de la misma manera que su hermana.

—No se preocupen por el sabor — intervino Einar, intentando calmar la situación —. Nidan, el caldo tiene un sabor... bueno...

  • inolvidable …— este comentario solo le hizo ganar una leve mirada fulminate de su hermano.
  • En fin — dijo Einar ignorando la mirada de su hermano menor y levantándose— qué bueno que estoy aquí para salvar nuestros estómagos.



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En el texto hay: fantasia, familia, romance

Editado: 01.10.2024

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