Camuel Talio

Sueños de media noche

Camuel estaba nuevamente de pie, en la entrada del cementerio, observando cómo el extraño Guardián de la Luz se alejaba. Justo antes de desaparecer en el horizonte, el guardián se volteó y agitó su brazo en un gesto de despedida. Camuel, sorprendido, respondió rápidamente, levantándose y agitando ambos brazos hasta que el guardián se perdió de vista. "Hasta que la noche lo traiga de nuevo", pensó.

El día transcurría lentamente, como si el tiempo se rehusara a avanzar. Camuel estaba impaciente; por fin tenía un amigo con quien charlar y jugar. Quizá podría mostrarle su famosa patada en el juego de la pelota. Al mirar hacia el costado derecho de su tumba, notó una pelota.

—¡Perfecto! —dijo emocionado —Ahora podré practicar y, en la noche, le mostraré mi estupenda patada con la derecha o ¿era la izquierba? —.

Intentó tomar la pelota, pero para su sorpresa, sus manos la atravesaban. Lo intentó una y otra vez, sin éxito. La frustración lo consumía, y justo cuando estaba a punto de explotar de ira, su madre apareció.

Ella traía flores: margaritas, violetas y un gran y hermoso girasol, sus favoritas. Camuel observó mientras su madre se sentaba junto a su tumba. Él, invisible, se acomodó a su lado.

—¿Sabes? Hoy hice tu pastel favorito —dijo ella con una voz cálida—. Lo dejé enfriando en la ventana. Cuando esté listo, te traeré un pedazo, lo prometo.

Camuel sintió alegría en sus palabras, pero no pudo evitar llorar. ¿Cómo podría disfrutar de un trozo de pastel si ni siquiera podía sostener una pelota?

Su madre se levantó, sacudiéndose el polvo, y con una hermosa sonrisa se despidió.

—Mañana te traeré un gran y sabroso pedazo de pastel de arándanos —dijo mientras se alejaba, casi susurrando al viento.

Camuel dejó de llorar y se quedó pensativo. Luego, tras un rato imaginando el delicioso pastel, regresó a su ataúd y cerró los ojos.

De pronto, un sonido lo despertó: *Tock, tock, tock*.

—¡Camuel! ¿Acaso estás dormido? —preguntó una voz familiar.

Camuel se levantó sobresaltado.

—¡Hoy no dijo que llegaría hasta el anochecer! —exclamó, pero al mirar a su alrededor, notó que el sol ya había desaparecido—. ¡Ya es de noche!

—Así es, y aquí estoy, el Guardián de la Luz —dijo el guardián mientras adoptaba una pose heroica.

Camuel estaba confundido. Solo había cerrado los ojos por un instante, pero la noche ya había caído.

—Al parecer, el pequeño Camuel ha experimentado la ausencia del tiempo —comentó el guardián mientras encendía su lámpara.

—¡Yo solo quería soñar y descansar! —gritó Camuel, frustrado.

El guardián suspiró.

—Camuel, recuerda que eres un fantasma. Descansar no es algo que lograrás hasta que encuentres tu propósito. Pero en cuanto a soñar...

El guardián se detuvo, como si intentara recordar algo que ni él mismo había experimentado.

—Solo tienes que anhelar un sueño.

—¿Anhelar un sueño? —repitió Camuel, fijando su mirada en la entrada del cementerio. Entonces recordó el pastel que su madre prometió traerle.

—¿Y solo tengo que desear mucho soñar con eso? —preguntó ansioso.

—Sí, claro… o al menos eso supongo —dijo el guardián mientras se rascaba la cabeza.

—Bueno... ¿quieres preguntarme algo más? —añadió el guardián para romper el incómodo silencio.

—¡Sí! —gritó Camuel tan fuerte que su voz fantasmagórica cruzó por un instante al plano material, asustando a los cuervos en los árboles cercanos.

Ambos se quedaron inmóviles, sorprendidos. Pasaron unos minutos en silencio hasta que el guardián saltó de repente.

—¡Parece que estás listo para el siguiente paso! —exclamó con entusiasmo.

—¿Siguiente paso? ¿Para qué? —preguntó Camuel, un poco temeroso.

—¡Para mover cosas! —gritó el guardián, adoptando de nuevo su pose heroica.




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