Camuel Talio

Entendiendo su deber

Camuel se quedó en silencio, con la mirada fija en el horizonte donde su padre había desaparecido. Sentía una mezcla de emociones: tristeza por la partida, orgullo por haberlo ayudado y un nuevo sentido de propósito.

El Guardián de la Luz, con su habitual energía, se acercó y colocó una mano en su hombro. La pequeña lámpara en su otra mano brillaba suavemente, iluminando las sombras del cementerio.

—Camuel, hoy has dado un gran paso. Guiar a las almas no es solo un deber; es un acto de amor y empatía. Has demostrado que tienes la fuerza para acompañar incluso a los que más amas—.

Camuel asintió, pero sus ojos seguían enrojecidos por las lágrimas.

—Pero, Guardián... ¿por qué me duele tanto el corazón? Pensé que sería feliz al ayudarlo.

El Guardián suspiró, sabiendo que no había palabras fáciles. Se sentó junto a él, dejando la lámpara entre ambos.

—El dolor es un recordatorio de cuánto amaste y fuiste amado. No lo evites, Camuel. Abrázalo, porque también es parte de tu fuerza. Sin amor, no habría luz para guiar a otros—.

Camuel cerró los ojos, dejando que las palabras calaran en su interior. Finalmente, después de un momento, se levantó con determinación.

—Quiero aprender más, Guardián. Quiero ser capaz de ayudar a otras almas, como lo hice con mi padre.

El Guardián sonrió, satisfecho y orgulloso con la respuesta.

—Entonces, continuemos—. Se levantó con su pose heroica. —Cada alma es diferente, y cada misión tiene sus propios desafíos. Pero con cada lección, te volverás más fuerte, más sabio—.

Esa noche, Camuel permaneció junto a la tumba de su madre, reflexionando sobre las palabras del Guardián. La pequeña pelota descansaba ahora a los pies de su lápida, un símbolo del vínculo eterno entre él y su familia.

Con el paso de los días, Camuel notó algo peculiar: comenzaba a sentir una conexión más fuerte con el mundo de los vivos. Podía percibir las emociones de las personas que visitaban el cementerio, sus alegrías y sus pesares.

Una tarde, un niño se detuvo frente a su tumba. Era pequeño, con ojos curiosos y una sonrisa tímida.

—Hola, ¿quién eres? —susurró el niño, dejando una flor amarilla junto a la pelota.

Camuel, invisible a los ojos humanos, sonrió. Era la primera vez que un niño de su edad se detenía en su tumba desde que había comenzado su viaje.

El niño se sentó junto a la tumba y comenzó a hablar, contando historias sobre su vida, su familia y cómo le gustaba jugar a la pelota. Camuel, emocionado por compartir el gusto, hizo flotar suavemente la pelota y la dejó rodar hacia el niño.

—¡Wow! ¡Eso fue increíble! —gritó el pequeño, riendo.

Camuel se llenó de alegría, sintiendo que tenía un don para conectar con los humanos. Pudo ver cómo el niño se alejaba muy feliz con sus padres, despidiéndose de él desde la salida del cementerio.

El Guardián de la Luz apareció detrás de Camuel, asustándolo.

—¿Qué pasa, mi pequeño fantasma? Te veo entusiasmado—.

Camuel le contó todo lo sucedido.

—Las almas jóvenes tienen una sensibilidad especial, Camuel. Quizá él pudo sentir tu presencia—. El Guardián observó a Camuel con orgullo.

—Tienes un don, Camuel. No solo guiarás almas al más allá, también traerás consuelo a los vivos. Eso es parte del legado de un Guardián de la Luz—.

Esa noche, mientras las estrellas llenaban el cielo, Camuel sintió que su misión apenas comenzaba. Tenía mucho por aprender, pero estaba listo para enfrentar lo que viniera, iluminando el camino para almas y corazones por igual.

El entrenamiento de Camuel se intensificó. Ahora, además de perfeccionar la levitación, comenzó a aprender sobre las conexiones emocionales que mantenían a las almas atadas al mundo terrenal. Practicaba cómo detectar esas emociones y cómo ofrecer consuelo a las almas perdidas.

—Cada alma que ayudas, Camuel, es una chispa más en tu propia luz, y tu lámpara brillará cada vez más. Sigue así, y algún día serás un Guardián tan fuerte como yo—. El Guardián rió alegremente, adoptando su pose heroica.

Camuel sonrió, sintiendo por primera vez una paz que superaba su dolor. Sabía que su camino apenas comenzaba, pero también sabía que no estaba solo. Con cada alma que ayudara, honraría la memoria de su familia y seguiría construyendo su propio camino como Guardián de la Luz.




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