Camuel Talio

Nuevo poder, nueva tarea

Camuel, necesito enseñarte dos cosas importantes —dijo el Guardián de la Luz. Camuel escuchaba con atención.

—Primero, tienes que aprender a cambiar la edad de tu apariencia. No todos van a escuchar a un niño.

Camuel se dio cuenta de que llevaba casi 100 años con apariencia de niño, aunque ya no se sentía como uno.

—Segundo, ya es momento de que salgas del cementerio —añadió el Guardián.

Camuel tembló ligeramente, emocionado y expectante.

—¿Podré salir como tú? —preguntó con entusiasmo.

—No, Camuel. Tú podrás hacerlo mejor —respondió el Guardián con un tono misterioso.

Desde esa noche, Camuel trataba todos los días de materializarse, dando más de un susto a varias personas. Aunque no quería asustar a nadie, se divertía mucho con algunas reacciones. Un hombre lanzó un balde con agua y terminó empapado. Una chica gritó tanto que le dio hipo.

Pronto, Camuel se convirtió en una leyenda en el cementerio. Las personas murmuraban sobre el niño que aparecía y desaparecía entre las tumbas. Camuel, aunque no muy orgulloso, sabía que mantener su forma física más tiempo era un avance.

Pasaron varias lunas hasta que el Guardián consideró que Camuel estaba listo para un nuevo desafío.

Una noche, mientras las estrellas titilaban, el Guardián lo llamó. Su lámpara brillaba con una luz más intensa que de costumbre.

—Camuel, ha llegado el momento de dar el siguiente paso. Hasta ahora, has guiado almas y ofrecido consuelo desde este plano. Pero tu misión también implica aprender del plano natural de los humanos.

Camuel lo miró con curiosidad y emoción.

—¿Cómo puedo ayudar desde allí? —preguntó.

El Guardián levantó su lámpara, y con un chasquido de sus dedos, un resplandor suave envolvió a Camuel. Un cosquilleo recorrió todo su ser.

—Ahora podrás materializarte en momentos clave, pero solo para quienes realmente necesiten tu ayuda. Podrás interactuar con ellos y guiarlos en sus decisiones más difíciles.

Camuel asintió con determinación.

—Estoy listo. ¿Por dónde comenzamos?

—Te llevaré a un lugar donde las emociones humanas son intensas: un hospital. Allí, la vida y la muerte conviven, y muchas almas buscan consuelo—.

—¿De día? —preguntó Camuel sorprendido, pues nunca había salido del cementerio a plena luz.

El Guardián asintió. —Sí, de día. Ya es hora, joven Camuel.

La noche parecía no acabar, y Camuel estaba lleno de ansiedad. El Guardián, relajado, se acostó sobre una tumba y masticaba una pequeña rama mientras esperaba el amanecer. Camuel saltó emocionado al ver los primeros rayos de sol.

—Es hora, mi pequeño… no, es hora, joven Camuel —dijo el Guardián, apagando su lámpara.

Camuel infló su pecho, orgulloso. —Es momento de partir —dijo con firmeza.

El Guardián cambió su apariencia a la de un joven. Camuel lo seguía nervioso hacia la entrada del cementerio. Al llegar, el Guardián lo miró con una amplia sonrisa, le tomó la mano y comenzó a correr. Camuel, sorprendido, sintió cómo se materializaba en el mundo físico.

En el camino al hospital, las personas saludaban al Guardián.

—Daniel, saliste temprano hoy —dijo una señora.

—Sí, tengo que ir al hospital —respondió el Guardián alegremente.

—¿Quién es el niño? ¿No me digas que tienes un hijo? —preguntó otro hombre.

—No, Paco. Es un hermano nuevo —contestó el Guardián con un guiño.

Camuel observaba maravillado cómo el Guardián interactuaba con los humanos como si fuera uno de ellos. La emoción lo invadía al ser saludado también.

—Camuel, no me sueltes hasta que lleguemos al hospital —dijo el Guardián con seriedad mientras corrían.

Ya en el hospital, el Guardián soltó la mano de Camuel, quien volvió a su forma fantasmagórica. El Guardián se secó el sudor con la manga. Camuel noto que solo había sido una carga y apretó sus puños. El guardián noto la preocupación de Camuel —Uf, eso fue intenso. Pero ahora es tu momento de brillar—. Camuel vio que el guardian le señalaba los pasillos del hospital.

Camuel caminó sin rumbo fijo hasta que llegó a una sala de hospital. El sonido de las máquinas y los susurros llenaban el ambiente. Aunque invisible para la mayoría, percibía claramente las emociones: miedo, esperanza, tristeza y amor.

En una habitación, una niña de cabello rizado sostenía la mano de su madre, quien yacía en la cama con los ojos cerrados. La niña susurraba palabras de ánimo, aunque las lágrimas no dejaban de caer. Camuel sintió un tirón en su interior; era su primera misión en el plano natural.

Se materializó lentamente, su figura translúcida apenas visible. La niña levantó la cabeza, sorprendida.

—¿Quién eres? —preguntó con un hilo de voz, entre asustada y curiosa.

Camuel se arrodilló a su lado, con una sonrisa amable.

—Soy un amigo. Estoy aquí para ayudarte en este momento difícil —respondió.

La niña lo miró con desconfianza al principio, pero pronto sintió una paz inexplicable.

—¿Qué pasará con mi mamá? —preguntó mientras sollozaba.

Camuel miró a la madre y percibió la conexión profunda entre ambas.

—Tu mamá es fuerte, y tú también lo eres. Ella siente todo tu amor. No importa lo que pase, ese amor siempre será un puente entre ustedes—.

La niña asintió lentamente, sus lágrimas empezaron a secarse.

—¿Puedo seguir hablándole? —preguntó.

—Por supuesto. Tus palabras son su luz. No dejes de hablarle desde tu corazón —dijo Camuel con calidez.

Horas después, la madre despertó débilmente. La niña la abrazó con fuerza y se desaparecio. Camuel, satisfecho, se desvaneció.

El Guardián apareció a su lado.

—Bien hecho, Camuel. Este es solo el comienzo. Cada conexión que forjes fortalecerá tu luz y la de aquellos que ayudas.

De repente, Camuel sintió un dolor agudo en el pecho.

—¡Concentra tu energía! —gritó el Guardián mientras lo tomaba y corría hacia el cementerio.




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