La atmósfera en el cementerio era densa, Camuel y Nilo estaban listos para una nueva misión. Habían recibido señales de una presencia, caminaban hacia una presencia que parecía perdida. Entre las lápidas, una figura translúcida emergía lentamente: era el fantasma de una mujer joven.
—¿Quién eres? ¿Cómo puedo ayudarte? —preguntó Camuel con suavidad, acostumbrado a guiar almas hacia la paz.
La mujer miraba a su alrededor, confundida.
—No lo sé... todo es borroso... siento tanto miedo —murmuró, temblando.
Camuel se acercó con cautela, extendiendo su mano. Al tocarla, una oleada de recuerdos invadió su mente. Vio fragmentos: la mujer caminando por un callejón oscuro, una figura encapuchada siguiéndola, un grito ahogado, forcejeo, algo brillando con la luz de la noche bajando una y otra vez a su pecho y luego el golpe final. El dolor y la desesperación de la mujer eran insoportables.
Cuando el recuerdo terminó, Camuel estaba envuelto en sudor frio, primera vez que sentía el terror del asesinato, la mujer comenzó a temblar con más fuerza.
—¡Me mataron! —gritó de repente, sus ojos ahora llenos de un brillo rojo intenso—. ¡Me arrebataron todo!
Su energía cambió drásticamente. El fantasma antes frágil y confundido se transformó en una entidad oscura y violenta. La ira y el odio la consumieron, convirtiéndola en un espíritu maligno.
—¡Todos pagarán! —rugió, lanzando una onda de energía que derribó a Camuel y a Nilo.
Camuel, paralizado por el miedo, intentó hablar.
—¡Espera! No tienes que hacer esto. Podemos ayudarte a encontrar paz, por favor... —dijo con la voz quebrada.
El espíritu no mostró signos de apaciguarse. Al contrario, su energía se intensificó, y sin previo aviso, lanzó una onda de fuerza que arrojó a Camuel al suelo. Nilo, sin dudar, se lanzó hacia la entidad, intentando proteger a Camuel. Pero la fuerza del espíritu maligno era abrumadora. Nilo fue golpeado violentamente y quedó inmóvil en el suelo, su energía espiritual casi extinguida cayendo herido al suelo con un gemido desgarrador.
—¡Nilo! —gritó Camuel, con lágrimas en los ojos.
La entidad no escuchaba. Sus gritos de furia resonaban, y las sombras a su alrededor crecían, envolviendo el cementerio.
El joven guardián se sintió impotente. Nunca se había enfrentado a algo tan peligroso. Las enseñanzas del Guardián de la Luz no incluían cómo combatir espíritus malignos.
La entidad avanzó hacia Camuel, dispuesta a acabar con él. Sin embargo, antes de que pudiera atacarlo, una luz brillante irrumpió en la oscuridad. El Guardián de la Luz llegó corriendo, su lámpara resplandecía con una intensidad nunca antes vista.
El espíritu rugió, lanzándose hacia el Guardián. Pero este permaneció firme, moviendo la lámpara en un arco amplio. La luz proyectada comenzó a disolver las sombras del espíritu, que gritaba en agonía.
—No puedes seguir dañando a otros. Te libero de tu tormento —dijo el Guardián, realizando un exorcismo con la lámpara.
La batalla fue intensa; la oscuridad y la luz chocaban en un duelo que iluminaba el cementerio con destellos cegadores. —¡Retrocede, espíritu! —ordenó con autoridad.
El espíritu intentó resistir, pero finalmente fue consumido por la luz, dejando tras de sí solo un eco distante.
Camuel, exhausto, lleno de culpa y con el corazón roto, apenas podía estar de pie. Corrió hacia Nilo, quien respiraba débilmente. El Guardián se acercó, colocando una mano sobre el espíritu animal, transmitiendo parte de su energía sanadora.
—Lo siento, Camuel. No quería que enfrentaras algo así sin preparación —dijo el Guardián, con una mezcla de tristeza y determinación.
—Se recuperará, pero tú necesitas descansar, Camuel —dijo el Guardián con un tono serio pero comprensivo.
Camuel, incapaz de enfrentar su fracaso, se levantó sin decir palabra y corrió hacia el bosque detrás del cementerio. Allí, se desplomó bajo un viejo árbol, con el corazón pesado y abrazando sus rodillas. Las lágrimas fluían libremente mientras sus pensamientos lo consumían.
—Fallé... casi pierdo a Nilo... no pude ayudarla —susurró entre sollozos, sintiendo un vacío profundo.
El bosque estaba en silencio, como si compartiera su dolor. Camuel recordó las enseñanzas del Guardián, pero ahora parecían tan lejanas e inútiles. Nunca se había sentido tan perdido.
Pasaron las horas, y la noche se fue llenando del canto de los insectos. A pesar de su desolación, Camuel comenzó a reflexionar.
—¿Qué significa ser un Guardián de la Luz si no puedo proteger a quienes amo? —se preguntó en voz baja.
El amanecer se asomaba, pero Camuel no se movió. Estaba decidido a quedarse allí hasta encontrar respuestas. Sintiéndose más solo que nunca, cerró los ojos, buscando consuelo en la paz del bosque.
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Editado: 15.11.2024