Camuel se encontraba aún bajo el viejo árbol, su corazón cargado de un peso que ni siquiera las estrellas podían aliviar. El bosque susurró.
Primero, fue un leve murmullo, como si los árboles hablaran entre sí en un lenguaje antiguo. Luego, el viento cambió, llevando consigo un aroma terroso, a lluvia reciente y hojas caídas. La niebla comenzó a levantarse, envolviendo el claro donde Camuel se encontraba. El joven Guardián sintió un escalofrío recorrer su espalda.
De entre la niebla, surgió una figura majestuosa. No caminaba, sino que parecía emerger del bosque mismo, como si la tierra lo hubiera moldeado y dado vida. Su cuerpo era robusto, con una textura de corteza y musgo que lo hacía uno con el entorno, su barba se extendía como raíces profundas. Llevaba un bastón tallado con patrones que parecían raíces entrelazadas, y sus ojos, profundos como pozos de sabiduría, brillaban con un resplandor tranquilo, cuya presencia imponía tanto como reconfortaba.
Camuel sintió un nudo en la garganta al ver a aquel ser. No era un espíritu, era algo mucho más antiguo, más poderoso.
—¿Quién... quién eres? —preguntó con voz temblorosa.
La figura inclinó la cabeza ligeramente, como si evaluara al joven antes de responder.
—Soy Sylvanar —dijo, su voz profunda resonaba como el crujir de las ramas en una tormenta —. El espíritu que habita y protege esta montaña. Algunos me llaman Señor de la montaña, rey del bosque, otros simplemente el Anciano. Pero yo soy mucho más que un título.
Camuel se quedó en silencio, esperando más.
—Desde tiempos inmemoriales, he vigilado esta tierra —continuó Sylvanar—. Cada árbol que crece, cada arroyo que fluye, cada criatura que habita bajo el cielo forma parte de mi dominio. Pero no soy su amo. Soy su equilibrio. Donde la vida prospera, también debo aceptar la muerte. Donde el caos surge, debo restaurar la armonía.
El joven Guardián escuchaba, hipnotizado por la solemnidad en las palabras de Sylvanar.
—¿Por qué estás aquí? —se atrevió a preguntar finalmente—. ¿Por qué vienes a mí?
Sylvanar se acercó, y el suelo pareció temblar ligeramente bajo su paso. Al llegar junto a Camuel, colocó una mano pesada sobre su hombro, una mezcla de fuerza y calidez.
—Porque el bosque siente tu angustia. No solo cargas con el dolor de tu amigo, sino con el peso de tus propias dudas. Crees que tu luz ha fallado porque no pudiste salvar a todos. Pero dime, Camuel, ¿sabes qué es la luz?
Camuel abrió la boca, pero no encontró una respuesta, bajó la cabeza, las lágrimas aún frescas en sus mejillas.
—Fracasé. Casi pierdo a Nilo y no pude salvar a esa alma. ¿De qué sirve mi luz si no puedo guiar a todos?
—La luz no existe para erradicar la oscuridad. Existen juntas, en un equilibrio eterno. Mi montaña vive porque acepta tanto la lluvia que la nutre como la tormenta que la azota. Tú, como Guardián, debes comprender que tu luz no está destinada a imponer paz, sino a ofrecerla. Continua Sylvanar solemnemente. — Escucha, joven Guardián. No todas las almas desean ser salvadas. Hay quienes se aferran a la oscuridad, a su dolor y odio, porque enfrentarse a la verdad es un peso mayor que cargar con su sufrimiento. Tú no puedes forzar la luz sobre ellos. Tu tarea es ofrecerla, ser un faro constante, incluso cuando los barcos eligen ignorarlo.
Camuel sintió cómo una pequeña parte de su carga se aligeraba con esas palabras.
—¿Entonces no fallé? —preguntó en un susurro.
—Fallaste, y fallarás de nuevo. Porque el fracaso es parte del camino. Cada piedra que tropieza en el arroyo no detiene su curso; simplemente lo redirige. Lo importante no es evitar la caída, sino aprender de ella.
Camuel alzó la mirada, sus ojos llenos de preguntas.
—¿Entonces debo aceptar que algunos estarán perdidos para siempre?
Sylvanar asintió lentamente, con una expresión grave pero comprensiva.
—Sí, y no. Aunque no puedas salvar a todos, cada intento es un aprendizaje. Incluso aquellos que rechazan tu luz podrían, algún día, recordar tu guía y buscar la paz por sí mismos. Pero más importante aún, debes aprender a perdonarte. La luz de un Guardián no solo ilumina a otros; también debe iluminar su propio camino.
Sylvanar se apartó ligeramente, levantando su bastón. Lo golpeó suavemente contra el suelo, y un suave temblor recorrió el claro. De entre la niebla, comenzaron a surgir figuras: animales y sombras humanas que se movían en silencio, rodeando a Camuel.
—Estos son los ecos de mi montaña —dijo Sylvanar—. Espíritus que han encontrado su lugar en el ciclo eterno. Algunos aceptaron la luz, otros aprendieron a convivir con la sombra. Pero todos ellos encontraron su equilibrio.
Sylvanar extendió su mano hacia un claro del bosque, donde tres figuras espectrales emergieron entre la niebla. Cada una representaba un estado distinto: negación, ira y desesperación. Sylvanar extendió su bastón hacia él, invitándolo a levantarse.
—Estas almas reflejan los mayores desafíos que enfrentarás. Escúchalas, entiende sus dolores. No se trata solo de guiarlas, sino de aprender de ellas. Tienes un largo camino por recorrer, joven Guardián. Pero hoy, bajo la mirada de esta montaña, darás un paso más hacia la comprensión de tu propósito. Acepta que no puedes salvar a todos, pero también entiende que cada luz, por pequeña que sea, puede marcar una diferencia.
Camuel dio un paso hacia el claro, donde las tres figuras espectrales flotaban en un silencio inquietante. La niebla se arremolinaba alrededor de ellas, y el aire parecía más pesado. Sylvanar observaba desde la distancia, con una mirada solemne, como si supiera que este encuentro sería una prueba de fuego para el joven Guardián.
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Editado: 15.11.2024