Las figuras no hablaban, pero su presencia lo decía todo. La primera sombra, alta y rígida, exudaba una frialdad que helaba hasta el alma. La segunda se retorcía de manera violenta, su forma apenas contenida por su furia. La tercera, encorvada, casi transparente, emitía un susurro apenas audible, una mezcla de desesperación y agotamiento.
—Camuel, cada una de estas sombras representa un dolor que nunca has conocido —dijo Sylvanar con un tono grave—. Para ayudarlas, primero debes enfrentarte a sus emociones, vivirlas como si fueran tuyas. ¿Estás listo para cargar con un peso que podría romperte?
Camuel asintió, aunque su corazón temblaba. No tenía idea de lo que estaba a punto de experimentar.
La sombra de la Negación
La primera figura dio un paso al frente. Cuando Camuel se acercó, una sensación de vacío lo envolvió. De repente, estaba en un lugar familiar pero distante: el cementerio, en una noche sin estrellas. Una mujer estaba de pie frente a una lápida, sus manos temblando mientras abrazaba un vestido infantil.
—No es verdad... —susurraba una y otra vez—. Él está aquí. Solo está jugando... volverá, como siempre.
Camuel sintió una punzada en el pecho. Quiso hablar, pero las palabras se atoraron en su garganta. Era como si la negación de la mujer lo asfixiara. Su mente empezó a llenarse de recuerdos que no eran suyos: risas infantiles, juegos bajo el sol, la calidez de un abrazo que ya no existía.
—No puedes huir para siempre... —intentó decir, pero la mujer no escuchaba. Su dolor era un muro inquebrantable.
El peso de aquella pérdida golpeó a Camuel con fuerza. Lágrimas que no sabía que tenía comenzaron a brotar. Por primera vez, entendió lo que significaba perder algo tan preciado que el alma se negaba a aceptarlo.
—Camuel —la voz de Sylvanar resonó en la distancia—, no puedes forzarla a aceptar la verdad. Solo puedes ser testigo de su lucha.
Camuel cayó de rodillas, sintiendo el dolor en su propia carne. La sombra retrocedió, dejándolo exhausto y tembloroso.
La sombra de la Ira
La segunda figura avanzó, irradiando un calor sofocante. Antes de que pudiera reaccionar, Camuel fue arrastrado a una escena diferente. Ahora estaba en un pequeño cuarto, donde un hombre golpeaba las paredes con furia. Sus gritos llenaban el aire.
—¡No es justo! —rugía—. ¡Le di todo a este maldito mundo y esto es lo que recibo! ¡Traición, dolor, muerte!
Camuel sintió una furia desconocida burbujear dentro de él, como lava a punto de estallar. Era un enojo tan intenso que apenas podía controlarse. Sus puños se cerraron involuntariamente, su visión se tiñó de rojo.
—¡Esto no es lo que soy! —gritó, intentando resistirse a la influencia de la sombra.
Pero el espíritu lo empujaba más y más profundo en ese pozo de rabia. Camuel vio cómo el hombre destruía todo a su alrededor, y comprendió que no se trataba solo de la injusticia que había sufrido, sino de la incapacidad de procesarla.
—La ira consume, Camuel —advirtió Sylvanar—. Puede darte fuerza, pero también te destruirá si no aprendes a liberarla.
Camuel exhaló con fuerza, sintiendo que sus propias emociones empezaban a calmarse. Dio un paso atrás, dejando que la sombra de la Ira se retirara.
La sombra de la Desesperación
La tercera figura, la más débil, se movió lentamente hacia él. Esta vez, Camuel fue llevado a un paisaje desolado: una casa vacía, con ventanas rotas y paredes cubiertas de polvo. En el centro, una figura encorvada lloraba en silencio, sosteniendo una cuerda en sus manos.
—Ya no hay razones... —murmuraba—. Nadie vendrá. Nadie me verá.
Camuel sintió un vacío tan profundo que lo dejó sin aliento. La desesperación era un pozo sin fondo, y cuanto más lo observaba, más sentía que lo arrastraba hacia abajo. Todo parecía sin sentido, cada luz que había conocido en su vida ahora parecía distante, irrelevante.
—Por favor, no te rindas —dijo Camuel con voz débil—. Hay esperanza, siempre la hay.
La figura no respondió, pero Camuel sintió una conexión tenue, como un hilo que aún no se había roto del todo. Con todo el dolor que cargaba en su corazón, se arrodilló junto a la figura.
—Yo también he sentido soledad —confesó—. He perdido cosas que amaba. Pero no estás sola. Yo estoy aquí.
Las lágrimas de la figura se detuvieron por un momento, y la sombra finalmente levantó la vista hacia él. En sus ojos, Camuel vio un atisbo de reconocimiento, un pequeño destello de luz en la oscuridad.
La lección de Sylvanar
Cuando las tres sombras se desvanecieron, Camuel cayó al suelo, exhausto y llorando. Sylvanar se acercó, su figura proyectando una sombra protectora.
—Has sentido lo que estas almas cargan cada día —dijo el espíritu, con un tono grave—. El dolor, la ira y la desesperación son fuerzas poderosas, pero también son parte de lo que significa ser humano. Como Guardián, no puedes erradicar estos sentimientos, pero puedes ser una luz que los guíe a través de ellos.
Camuel levantó la cabeza, sus ojos ahora llenos de una nueva comprensión. No había solución fácil para cada alma, pero en su propia vulnerabilidad había encontrado la clave: ser un refugio, un faro en medio de la tormenta.
—aun no estoy listo pero… —dijo con determinación, aunque su voz aún temblaba—. Haré todo lo posible, incluso cuando duela.
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Editado: 15.11.2024