Luciérnagas
Camuel, aún reflexionando sobre su interacción con don Lorenzo, notó la llegada de una joven madre y su hijo al cementerio. El niño sostenía con cuidado una flor amarilla, como si fuera un tesoro. Su madre, con una expresión serena pero melancólica, lo guió hacia una lápida donde se detuvieron en silencio.
Camuel observó cómo el niño colocaba la flor junto a una pequeña figura de porcelana: un oso desgastado por el tiempo. La lápida pertenecía a un niño llamado "Tomás", que había partido demasiado pronto.
Camuel decidió acercarse, pero con cautela. El niño, llamado Matías, parecía más curioso que triste. Mientras su madre arreglaba las flores, Matías susurró al aire:
—Hola, Tomás. Te traje otra flor. Espero que te guste.
Camuel sintió la pureza en sus palabras. Era un momento íntimo, un lazo que el pequeño Matías había creado con alguien que nunca conoció. Camuel, viendo la oportunidad de ofrecer consuelo y compañía, se materializó parcialmente, creando un leve resplandor en forma de una pequeña luciérnaga.
La luz comenzó a flotar frente a Matías, quien abrió los ojos con asombro.
—¡Mira, mamá! ¡Una lucecita! —dijo emocionado, señalando hacia Camuel.
Su madre, que no podía ver a Camuel, sonrió.
—Si cariño. es bonita, ¿verdad?
Matías asintió y extendió su mano hacia la luz, como si quisiera atraparla. Camuel, viendo la inocencia en sus ojos, dejó que la luz flotara más cerca, jugando alrededor de los pequeños dedos del niño.
—¿Eres Tomás? —preguntó Matías en voz baja, con la esperanza de recibir una respuesta.
Camuel, decidiendo mostrarse más, materializó su figura de manera translúcida y se arrodilló frente al niño.
—No, no soy Tomás, pero soy su amigo. Estoy aquí para cuidar de él y de todos los que vienen a visitarlo —respondió con una voz suave.
Matías no mostró miedo, sino una curiosidad creciente.
—¿Puedes decirle que lo extraño? Mamá dice que era mi hermano mayor, pero nunca pude jugar con él.
Camuel sonrió con calidez.
—Lo sabe, Matías. Siempre escucha cuando hablas con él. ¿Ves esa flor que trajiste? Cada vez que la pones aquí, es como si le regalaras un pedacito de tu corazón.
Matías miró la flor y luego a Camuel, su sonrisa tímida pero llena de esperanza.
—¿De verdad? ¿Puedo hablarle todo el tiempo?
Camuel asintió.
—Claro que sí. Él te escucha siempre, y cuando te sientas triste o feliz, puedes venir aquí. Esa conexión nunca se rompe.
La madre de Matías, observando a su hijo con una expresión intrigada, se acercó.
—¿Con quién hablas, cariño? —preguntó con suavidad.
Matías, aún mirando a Camuel, respondió con naturalidad.
—Con el amigo de Tomás. Dice que Tomás siempre me escucha cuando hablo con él.
La madre parpadeó, sorprendida, y aunque no podía ver a Camuel, sintió una calma inesperada en el ambiente.
—Bueno, entonces Tomás tiene un buen amigo —dijo, acariciando la cabeza de Matías.
Camuel, percibiendo que la madre también necesitaba consuelo, dejó que un suave resplandor se extendiera alrededor de la lápida. No podía interactuar directamente con ella, pero sabía que las emociones tenían un poder universal. La madre, sin entender del todo, sintió una paz repentina.
Después de un rato, la madre llamó a Matías.
—Es hora de irnos, cariño.
Matías se despidió con una sonrisa.
—Adiós, amigo de Tomás. Prometo volver con más flores.
Camuel levantó una mano en señal de despedida.
—Estaré aquí, Matías. Siempre.
Cuando madre e hijo se alejaron, Camuel observó con satisfacción. Había aprendido algo invaluable: incluso en los corazones más jóvenes, la conexión con el mundo espiritual podía ser profunda y significativa. Matías no solo había encontrado consuelo, sino también un amigo invisible que lo guiaría en su relación con su hermano perdido.
Esa noche, al reunirse con el Guardián de la Luz, Camuel compartió su experiencia.
—Los niños tienen una pureza y una apertura que les permite sentir más allá de lo que ven —dijo Camuel, conmovido—. Matías no necesitaba pruebas; solo necesitaba saber que su amor llegaba a Tomás.
El Guardián asintió con una sonrisa.
—Has dado un paso importante, Camuel. Conectar con los vivos, especialmente con los más jóvenes, es una habilidad que pocos Guardianes dominan. Tu luz no solo guía a las almas; también inspira a los corazones vivos.
—y...¿cómo fue? — el guardián comienza a comer una hojita.
—Fue... diferente —respondió Camuel, pensativo—. Los vivos llevan sus emociones de manera distinta, pero también necesitan consuelo, igual que las almas perdidas.
El Guardián asintió.
—Y ahora lo entiendes mejor. Tu luz no tiene límites, Camuel. No solo guiarás a las almas al otro lado, sino que también iluminarás los corazones de los vivos.
Camuel miró hacia el horizonte, donde las luces del pueblo brillaban como estrellas terrenales.
—Estoy listo para aprender más —dijo con determinación.
El Guardián sonrió.
—Esto es solo el comienzo. Hay mucho más que aprender. Pero por ahora, descansa. Mañana, el mundo físico te enseñará nuevas lecciones.
Camuel asintió, sintiéndose más conectado que nunca con ambos mundos.
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Editado: 13.12.2024