Camuel Talio

Aventuras del Guardian I: La Gran Final en el Carrusel Maldito

La tranquilidad recién conquistada en el parque "Aventuras Eternas" era solo una ilusión. El Guardián de la Luz lo sentía en el aire: un frío distinto, un silencio que presagiaba tormenta. Había algo más, algo oscuro y profundamente enraizado. Mientras caminaba por los senderos iluminados por faroles titilantes, su lámpara emitía un brillo inquieto. El carrusel, el corazón del parque, estaba rodeado por una niebla densa y pulsante.

El Guardián llegó al centro del parque, donde el carrusel giraba lentamente, sus figuras de caballos y criaturas fantásticas cubiertas de polvo y con los ojos vacíos que parecían observarlo. La música de una vieja caja de música resonaba débilmente, como un eco de tiempos pasados.

—Así que este es tu dominio, ¿eh? —murmuró el Guardián, afilando su mirada.

Desde las sombras, una voz resonó, profunda y burlona.

—Has sido un huésped interesante, Guardián. Pero este parque no te pertenece. Yo soy el Sombrerero, y aquí, mis reglas son la única ley.

De entre la niebla surgió una figura alta y delgada, con un elegante sombrero de copa y una sonrisa torcida. Sus ojos brillaban con un rojo intenso, y en sus manos sostenía un bastón adornado con símbolos arcanos.

—Bienvenido a mi carrusel. —El Sombrerero hizo un gesto amplio, y las luces del carrusel se encendieron con un parpadeo malévolo—. Aquí se deciden los destinos, y el tuyo está a punto de sellarse.

El Guardián levantó su lámpara, su luz extendiéndose para contrarrestar la oscuridad del Sombrerero.

—Este parque merece paz, y tú no formarás parte de él —declaró con firmeza.

El Sombrerero chasqueó los dedos, y el carrusel comenzó a girar con furia. Las figuras cobraron vida: caballos de madera relinchaban con un sonido hueco, tigres saltaron de sus pedestales, y un dragón de cola metálica lanzó chispas al aire.

—¡Luchemos, Guardián! —gritó el Sombrerero, su bastón brillando mientras controlaba las figuras del carrusel.

El Guardián esquivó el ataque de un tigre de madera que se lanzó hacia él con las fauces abiertas. Con un movimiento ágil, lanzó un destello de su lámpara, desintegrando al tigre en una nube de astillas.

—¿Eso es todo? Esperaba más de ti —respondió el Guardián, su tono sarcástico encubriendo la tensión creciente.

El Sombrerero respondió con un giro de su bastón, invocando cadenas oscuras que se extendieron desde el carrusel hacia el Guardián. Éste las esquivó con movimientos precisos, saltando sobre un caballo que intentó derribarlo.

El Guardián decidió cambiar de táctica. Transformándose en un niño, pensó que podría confundir al Sombrerero. Sin embargo, su plan se volvió en su contra cuando el Sombrerero empezó a burlarse:

—¡Qué adorable! ¿Vienes a montar el carrusel, pequeño? No olvides sujetarte bien.

El Sombrerero hizo que un oso de madera lo persiguiera mientras cantaba una canción infantil.

El Guardián, aún en su forma infantil, rodó los ojos.

—Bien, tal vez no fue la mejor idea.

Regresó rápidamente a su forma adulta, deteniendo al oso con un golpe de luz directo.

La Batalla Intensifica

La niebla se espesó, y el Sombrerero invocó más figuras para luchar. El Guardián sabía que no podía enfrentarlas todas directamente. Necesitaba atacar la fuente del poder del Sombrerero: el carrusel mismo.

—¡Todo esto termina ahora! —gritó el Guardián mientras su lámpara irradiaba una luz cegadora.

El Sombrerero lanzó un rayo oscuro desde su bastón, chocando con la luz del Guardián en un estallido de energía. Las fuerzas se equilibraron, y por un momento, el mundo pareció detenerse. Pero entonces, el Guardián notó algo: cada vez que la luz de su lámpara tocaba los espejos del carrusel, la energía oscura del Sombrerero se debilitaba.

—¡Los espejos! —murmuró.

El Guardián comenzó a usar su luz para reflejarla en los espejos del carrusel, creando un entramado de destellos que rodeaba al Sombrerero. El villano, consciente de su desventaja, intentó romper los espejos con su bastón, pero el Guardián fue más rápido.

Con un último destello de su lámpara, dirigió toda la energía hacia el centro del carrusel. La maquinaria oscura del Sombrerero comenzó a desmoronarse, y el propio espíritu del villano gritó mientras era absorbido por la luz.

—¡Esto no termina aquí, Guardián! —gritó el Sombrerero antes de desaparecer en una explosión de luz y sombra.

El carrusel se detuvo, sus figuras volvieron a su estado inerte, y la niebla se disipó lentamente. El Guardián bajó su lámpara, su luz ahora suave y tranquila. Sentía el peso de la victoria, pero también la responsabilidad que venía con ella.

Con el Sombrerero derrotado, los fantasmas agradecen al Guardián por su ayuda y finalmente encuentran la paz. El parque vuelve a la normalidad, y el gerente, confundido por todo lo que ha pasado, decide que es mejor contratar un nuevo exorcista… sin saber que ya lo tuvo. Los primeros rayos del amanecer comenzaron a iluminar el parque, marcando el fin de la presencia oscura. El Guardián se quedó un momento observando el carrusel, ahora silencioso.

El Guardián regresa al cementerio, satisfecho, pero no sin antes robarse un helado del parque. Con su característica pose heroica y una sonrisa traviesa, se despide diciendo:

—¡El deber está cumplido, pero la diversión nunca termina!

Con un gesto heroico, apago su lámpara y se alejó, listo para enfrentar el próximo desafío que el mundo de los vivos le presentara.




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