Camuel Talio

Camuel y el encuentro con la Hermandad de las Sombras I

La brisa fría de la madrugada arrastraba hojas secas por el suelo del cementerio. Camuel se encontraba en la entrada, con la mirada fija en la reja que separaba su mundo del de los vivos. Su pecho subía y bajaba con ansiedad, su conexión con el cementerio era un lazo que no podía romper. Cuatro horas era todo lo que podía soportar fuera de aquel lugar antes de que su energía comenzara a desvanecerse.

—No puedo fallar... no ahora —murmuró para sí mismo, apretando sus puños.

El Guardián de la Luz había desaparecido esa noche, dejando a Camuel con un mensaje críptico: "Algo oscuro se está moviendo en el hospital abandonado. Debes enfrentarlo, pero recuerda: el tiempo no está de tu lado."

Camuel respiró hondo, cruzó la reja y comenzó a correr. Las primeras calles del pueblo estaban desiertas, el único sonido era el de sus pasos resonando contra los adoquines. El hospital abandonado, un edificio imponente con ventanas rotas y muros cubiertos de grafitis, se alzaba como un monumento al olvido. A medida que se acercaba, una inquietante sensación de pesadez lo envolvía.

Al entrar en el hospital, Camuel sintió cómo la energía del lugar lo drenaba lentamente. Las paredes parecían susurrar, y las sombras se alargaban como si tuvieran vida propia. En el centro del vestíbulo, una figura encapuchada lo esperaba, rodeada por un círculo de otras cinco sombras más.

—Así que este es el famoso aprendiz de guardián de la luz—dijo la figura, su voz resonando como un eco—. El joven espíritu que cree poder cambiar el destino de las almas.

Camuel se detuvo en seco, su respiración acelerada. No reconocía la voz, pero la oscuridad que emanaba de ella le era profundamente perturbadora.

—¿Quién eres? —preguntó, tratando de mantener la compostura.

La figura bajó su capucha, revelando un rostro joven y severo. Sus ojos, profundamente hundidos, emitían un brillo rojo opaco. No era un espíritu común. Camuel lo sabía.

—Soy Valel, un Guardián de las Sombras. Y ellos, mis hermanos —dijo, señalando a las figuras que lo rodeaban. Cada uno sostenía una lámpara oscura, y sus rostros estaban parcialmente ocultos.

Camuel sintió un escalofrío recorrer su espalda. Nunca ha oído de Guardianes de oscuridad, pero parecían seres que habían rechazado la luz para abrazar el poder de las sombras.

—Pensé que los Guardianes protegían el equilibrio, no lo destruían —dijo Camuel, su voz temblando ligeramente.

Valel rió, un sonido seco y burlón.

—El equilibrio es una ilusión, chico. La luz por sí sola no puede sostener el orden. Las sombras existen para hacer el trabajo que los Guardianes de la Luz no tienen el valor de hacer. Nosotros liberamos a las almas que no merecen redención, las guiamos a un destino que tú ni siquiera puedes concebir.

Camuel apretó los dientes, su mente trabajando rápidamente. Debía mantenerse fuerte, pero el peso de sus limitaciones era aplastante. No tenía lámpara, no poseía el mismo control que el Guardián de la Luz, y el reloj seguía avanzando. Cada segundo que pasaba fuera del cementerio lo debilitaba más.

—No puedo a permitir que sigan corrompiendo este lugar —dijo, su voz más firme de lo que sentía.

Valel levantó su lámpara oscura, que absorbió la poca luz que quedaba en el vestíbulo.

—Corromper, iluminar... son solo palabras. Pero te daré una oportunidad, joven aprendiz. Únete a nosotros. Aprende el verdadero poder que las sombras pueden ofrecer. Con tu potencial, podrías ser uno de los más grandes.

Camuel tragó saliva, sus pensamientos nublados por la presión. No podía ignorar la tentación de las palabras de Valel. Si tuviera más tiempo, más fuerza, podría rechazarlo con facilidad, pero el peso del límite de las cuatro horas lo oprimía. Ya había pasado casi una, y cada segundo perdido lo acercaba al peligro de desaparecer.

Camuel dio un paso atrás, su mente dividida entre la desesperación y la determinación.

—No... —dijo en un susurro—. No puedo... confiar en ti.

Valel sonrió, como si hubiera esperado esa respuesta.

—Entonces, joven aprendiz, prepárate para enfrentarte al verdadero peso de las sombras.

Con un movimiento de su mano, Valel hizo que las sombras se alzaran, formando figuras que se movían rápidamente hacia Camuel, encerrándolo en un círculo. El joven espíritu sentía el




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