Camuel Talio

La despedida

El cementerio, ahora más grande y bullicioso que nunca, parecía estar atrapado entre dos épocas: una de sombras y misterio, y otra de luces eléctricas y avances tecnológicos. El Guardián de la Luz caminaba entre las tumbas, su lámpara aun brillando con esa luz cálida que había sido su guía por siglos, pero su postura era diferente esta vez: estaba cansado. Cada paso que daba parecía más pesado que el anterior.

Por otro lado, Camuel, que había evolucionado de un joven aprendiz a un experto Guardián en entrenamiento, miraba con asombro cómo las máquinas, los coches y las luces de neón dominaban el paisaje del pueblo cercano. Había aprendido a usar la tecnología, descubriendo que las conexiones humanas eran más fuertes que nunca en esta era de redes y comunicación instantánea.

Una noche, mientras ambos caminaban por el sendero principal del cementerio, el Guardián se detuvo frente a una estatua desgastada de un ángel, símbolo de protección y esperanza. La lámpara en su mano oscilaba suavemente, como si también estuviera al borde del descanso.

—Camuel —dijo con voz pausada—, has crecido más de lo que jamás imaginé. Hoy, quiero hablarte de algo que he evitado mencionar durante mucho tiempo.

Camuel, que estaba absorto en los ruidos lejanos del pueblo, giró la cabeza hacia su mentor.

—¿Qué ocurre, Guardián? —preguntó, preocupado por la seriedad en su tono.

El Guardián dejó la lámpara sobre una lápida cercana y se giró hacia él. Por primera vez, su rostro mostró algo más allá de la calma eterna que siempre lo había definido: nostalgia.

—Has llegado al punto en el que ya no me necesitas. Eres más fuerte, más sabio y conectado con este mundo de lo que yo jamás podría estarlo. La tecnología, las emociones humanas... todo lo entiendes mejor que yo. Este cementerio, que siempre ha sido mi hogar, ahora es tuyo.

Camuel dio un paso atrás, sus ojos abiertos por la sorpresa.

—¿Qué estás diciendo? ¿Te vas a ir? —preguntó, su voz temblando ligeramente.

El Guardián asintió con una pequeña sonrisa.

—Cada Guardián tiene su tiempo, Camuel. Mi misión era guiarte, prepararte para este momento. Ahora, el cementerio necesita a alguien que pueda adaptarse a esta nueva era, alguien que no solo entienda las sombras, sino también las luces modernas. Ese alguien eres tú.

Camuel intentó protestar, pero las palabras no salieron de su boca. Su mente estaba inundada de recuerdos: las lecciones, los momentos difíciles, las victorias compartidas. La idea de perder a su mentor era casi insoportable.

—Pero... Guardián, no estoy listo para hacerlo sin ti —dijo finalmente, bajando la mirada.

El Guardián se acercó y colocó una mano firme pero cálida sobre el hombro de Camuel.

—Estás más que listo. La luz que llevas dentro es más fuerte que la mía. Este es el ciclo natural de los Guardianes, Camuel. Cuando uno está preparado, el otro debe dar un paso atrás. Mi tiempo aquí ha terminado.

Camuel sintió cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos, pero las contuvo. Sabía que este momento llegaría, pero jamás pensó que sería tan pronto.

—¿Adónde irás? —preguntó en un susurro.

El Guardián recogió su lámpara y la apagó lentamente, dejando que la oscuridad envolviera el espacio por un momento.

—Mi luz se unirá a las estrellas, Camuel. Desde allí, seguiré iluminando el camino, aunque ya no esté a tu lado.

Camuel se quedó en silencio, sintiendo un peso en su pecho que solo podía describirse como pérdida. Pero entonces, recordó las palabras de Sylvanar: "La luz no desaparece; simplemente cambia de forma".

—Prometo cuidar este lugar, Guardián. Prometo protegerlo y guiar a las almas como tú me enseñaste —dijo con determinación.

El Guardián asintió con orgullo.

—Sé que lo harás. Ahora, toma la lámpara. Es tuya.

Camuel extendió la mano con cuidado y tomó la lámpara. En el momento en que la sostuvo, una cálida luz brotó de ella, iluminando no solo el cementerio, sino también su propio interior. Sentía que la energía del Guardián, su guía y su sabiduría, permanecían con él.

El Guardián dio un paso atrás, su figura comenzando a desvanecerse lentamente.

—Adiós, Camuel. Sé fuerte.

—Adiós, Guardián —respondió, con lágrimas corriendo por su rostro.

Y con un último destello, el Guardián de la Luz desapareció, dejando a Camuel bajo el cielo estrellado, con la lámpara en sus manos y una nueva responsabilidad sobre sus hombros. Sabía que el camino sería difícil, pero también sabía que estaba listo para enfrentarlo. Desde ese momento, el cementerio tenía un nuevo Guardián.




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