Camuel estaba sentado en el jardín trasero de su casa, rodeado del aire fresco de la noche. La lámpara descansaba sobre la mesa junto al libro de Camilo, siempre a mano por si necesitaba consultar sus palabras. Mientras leía con atención una anotación sobre las almas rebeldes, escuchó un crujido en el suelo cercano. Levantó la mirada con curiosidad y se encontró con un niño, de no más de doce años, parado frente a la cerca. Su rostro era una mezcla de curiosidad y asombro.
—¿Tú eres Camilo, el Pacificador? —preguntó el niño, con una confianza que contrastaba con su edad.
Camuel ladeó la cabeza, divertido por el apodo que parecía seguirlo a todas partes.
—Ese dicen que soy. ¿Y tú quién eres? —respondió con amabilidad.
—Me llamo Lucas. —El niño sonrió con una chispa de travesura en los ojos—. Escuché a la gente del pueblo hablar de ti. Dicen que puedes resolver cualquier cosa rara. Y… —hizo una pausa, como evaluando si debía continuar— yo veo cosas raras.
Camuel lo miró con interés. La presencia del niño era inesperada, pero había algo en él, algo familiar, que despertó una sensación de conexión inmediata. Lo invitó a pasar con un gesto de la mano, y Lucas cruzó la cerca sin dudar, acercándose con la energía curiosa de un joven.
—¿Qué tipo de cosas ves? —preguntó Camuel, apoyando los codos en la mesa mientras estudiaba al niño.
Lucas se sentó en una silla frente a él, su rostro iluminado por la suave luz de la lámpara.
—A veces veo personas que nadie más ve. Como esa señora que estaba sentada junto a la iglesia hace un rato. Me saludó, pero cuando le dije a mi mamá, ella no vio a nadie. —Lucas hizo una pausa y bajó la voz, como si compartiera un gran secreto—. Creo que eran fantasmas.
Camuel sonrió, recordando las palabras de Camilo. "Algún día encontrarás a alguien que vea lo que tú ves. Y cuando eso pase, cuídalo. Será más valioso de lo que crees."
—¿Y eso no te asusta? —preguntó, probando al niño.
Lucas negó con la cabeza rápidamente.
—Al principio sí. Pero ahora, no tanto. Creo que… algunos de ellos solo quieren que los escuchen. ¿Eso es lo que tú haces? —preguntó, inclinándose hacia adelante con evidente fascinación.
Camuel rió suavemente, sorprendido por la percepción del niño.
—Algo así. Digamos que mi trabajo es ayudarlos a encontrar su lugar. Pero no siempre es fácil.
—¿Y necesitas ayuda? —preguntó Lucas con una mezcla de entusiasmo y seriedad.
Camuel se quedó en silencio por un momento, estudiando al niño. Su energía era brillante, y había una sinceridad en su propuesta que lo conmovió. Finalmente, asintió.
—Siempre se necesita ayuda. Y parece que tú tienes algo especial, Lucas.
El rostro del niño se iluminó con una sonrisa, como si acabara de recibir la mejor noticia del mundo.
Desde ese día, Lucas se convirtió en un visitante frecuente en la casa de Camuel. Con su energía inagotable y su entusiasmo por aprender, comenzó a enseñarle al Guardián sobre el mundo moderno: cómo usar un teléfono móvil, cómo navegar por internet y, con mucha paciencia, cómo manejar las máquinas del pueblo que siempre intrigaban a Camuel.
En las noches, acompañaba a Camuel en sus recorridos por el cementerio y el pueblo, observando con asombro cómo hablaba con los espíritus. En ocasiones, era Lucas quien veía primero a las almas que necesitaban ayuda, su sensibilidad actuando como un radar que complementaba la experiencia de Camuel.
Juntos, formaron un equipo inesperado pero efectivo. Lucas, con su valentía e ingenio, y Camuel, con su sabiduría y su luz, comenzaron a enfrentar desafíos que ninguno de los dos habría podido resolver solo. El niño, sin saberlo, también le recordó a Camuel lo que era estar verdaderamente conectado con los vivos.
Una noche, mientras descansaban en el jardín tras una larga jornada, Lucas miró al Guardián con seriedad.
—¿Por qué la gente cree que traes paz, Camilo?
Camuel se quedó pensativo, recordando las palabras que Camilo había dejado en el libro.
—Tal vez porque la paz no viene de lo que haces, sino de lo que inspiras. Y creo que tú también inspiras eso, Lucas. —Le sonrió—. Tal vez seas más importante para esta misión de lo que imaginas.
Lucas, con una sonrisa traviesa, se encogió de hombros.
—Entonces mejor sigamos trabajando. No quiero que las almas se aburran.
Y con esas palabras, los dos regresaron al camino, unidos por una amistad que pronto se convertiría en el pilar de su misión compartida.
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Editado: 13.12.2024