Camuel Talio

Encuentro Inesperado en el Cementerio

Era un día inusualmente soleado, el tipo de clima que daba al cementerio un aire diferente, casi acogedor. Los rayos de sol se colaban entre las ramas de los árboles, iluminando las lápidas con destellos suaves. Camuel caminaba lentamente por los senderos de grava, con Lucas a su lado, sosteniendo su nueva linterna con entusiasmo. Aunque el cementerio no era un lugar común para un niño, Lucas no parecía incómodo; al contrario, se movía con una mezcla de curiosidad y respeto.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer hoy? —preguntó Lucas, rompiendo el silencio mientras pateaba una piedra pequeña por el camino.

—Algo sencillo. Revisaremos si hay nuevas almas que necesiten guía. A veces, los espíritus quedan atrapados, incluso durante el día —respondió Camuel con calma, aunque su mirada estaba atenta a cualquier cambio en el ambiente.

Lucas asintió, y justo cuando estaba por hacer otra pregunta, un ladrido fuerte resonó desde algún lugar entre las lápidas. El niño se giró rápidamente, buscando el origen del sonido.

—¿Qué fue eso? —preguntó, con los ojos brillando de emoción.

Antes de que Camuel pudiera responder, un perro grande y espectral apareció entre las sombras de los mausoleos. Su figura traslúcida reflejaba la luz del sol de una manera peculiar, y sus ojos brillaban con una inteligencia inusual. Corrió hacia Camuel, ladrando con alegría, y se detuvo justo frente a él, moviendo la cola enérgicamente.

—¡Es un perro fantasma! —exclamó Lucas, fascinado.

—Es Milo —respondió Camuel con una sonrisa, inclinándose para acariciar al perro, que parecía tan real como cualquier animal vivo. Milo soltó un pequeño gruñido amistoso, como si estuviera complacido de ver a su viejo amigo.

Lucas lo observó con atención, sus ojos recorriendo cada detalle del espíritu canino. Luego, algo más llamó su atención: una figura pequeña que descendía desde las ramas de un árbol cercano. Era un ave con plumas brillantes y etéreas, que emitían destellos suaves con cada movimiento. El pájaro se posó sobre el hombro de Camuel, trinando con alegría.

—¿Y este quién es? —preguntó Lucas, señalando al ave.

—Ella es Pluma —respondió Camuel, acariciando suavemente la cabeza del pájaro con un dedo—. Son mis compañeros. Me ayudan más de lo que crees.

Lucas sonrió ampliamente, inclinándose para observar a Milo más de cerca. Extendió una mano cautelosa, y el perro espectral, como si entendiera el gesto, se acercó para dejar que el niño lo tocara.

—Es increíble —murmuró Lucas—. ¿Siempre están contigo?

Camuel asintió.

—La mayoría del tiempo, sí. Milo y Pluma tienen su propia voluntad, pero siempre aparecen cuando los necesito.

Lucas miró a los dos con un brillo de admiración en los ojos.

—Entonces, ¿somos un equipo ahora? —preguntó con entusiasmo, poniéndose de pie con una pose triunfante, la linterna en alto como si fuera un héroe.

Camuel rió suavemente ante el gesto.

—Sí, somos un equipo. Pero recuerda, nuestra misión no es solo ayudar a los fantasmas, también debemos aprender de ellos, escuchar sus historias y entender sus miedos.

Lucas asintió con seriedad, aunque la chispa de emoción seguía en su mirada.

—Lo sé, pero no significa que no podamos divertirnos un poco en el proceso, ¿verdad?

—Por supuesto —respondió Camuel, sonriendo.

Con Milo corriendo delante y Pluma volando sobre sus cabezas, los dos continuaron explorando el cementerio. Para Lucas, cada rincón era un misterio por descubrir, mientras que para Camuel, aquella mañana soleada era una prueba más de que la vida y la luz siempre podían coexistir con las sombras. Y con Lucas, Milo y Pluma a su lado, estaba seguro de que cualquier desafío sería más llevadero, incluso bajo la mirada constante de los espíritus que habitaban aquel lugar sagrado.




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